Desde aquí arriba contemplo el horizonte mientras atardece. No me imagino una forma mejor de poner un punto y seguido a este día que no sea mostrando los infinitos encantos de esta ciudad a mi compañero de viaje. Venir desde Barcelona, a más de mil kilómetros de distancia, ha merecido la pena. Incluso cuando ya no es mi primera vez, aunque sí la de él. La luz nos regala una vista, distinta a cada instante, de esta preciosa obra que construyeron los romanos y todavía hoy preside la primera línea costera de A Coruña.
Ana Patiño
Fotografía: Pío García
A veces se trata de eso, de compartir momentos y ver reflejada la belleza de un lugar en los ojos de otro. Desde la Torre de Hércules en A Coruña, la panorámica del paseo marítimo es sublime. Lo veo a través del reflejo en sus gafas de sol, como en una fotografía, con mi cabello revuelto por el viento en primer plano y la playa de Orzán detrás. El mismo camino que hicimos a pie desde Riazor puede recorrerse de un vistazo desde las alturas del faro, cuya base se encuentra rodeada de figuras representativas de los orígenes legendarios de la torre y de la ciudad.
La vida aquí es relajada, aunque excitante. Siempre hay algo que hacer y el ambiente es exquisito. Lo aprecié desde muy pequeña, cuando nos traían de excursión con el colegio al Domus, la Casa de las Ciencias o el Aquarium Finisterre. Los placeres más simples son los que mejor se recuerdan, como una tarde en una terraza de la Plaza de María Pita o un paseo por los Cantones admirando las famosas galerías de cristal de estilo modernista.
He vivido grandes momentos en esta ciudad, pero esta vez y junto a él disfruté de una de esas aventuras que querré contarles a nuestros hijos. Este día lo iniciamos como turistas convencionales y lo terminamos conociendo a un grupo de surfistas que pensaban recorrer el norte en busca de las mejores olas. Dicen que de las casualidades surgen las mejores experiencias, y así fue en esta ocasión.
Todo comenzó unas horas después de nuestra excursión a la Torre de Hércules en A Coruña, tras la visita a las tiendas de la calle Real. Igual que amo entrar en las boutiques de la ciudad, en un mismo nivel (o quizás superior) está para mí el buen comer. Recorrimos la zona en busca del mejor tapeo tradicional y llegamos a un pequeño restaurante con un ambiente muy interesante que llamó nuestra atención.
Allí conectamos rápidamente con Pam, Matt y Jack, que se acercaron para hacernos una pregunta y no se fueron más. Una cosa llevó a la otra y terminamos haciendo un juego de quién se atreve a qué.
He de decir que una de mis debilidades es lo miedosa que soy, pero esa noche me sentí invencible. Carreras por el parque de Santa Margarita, baños en el agua casi helada, historias dignas de ser revividas y un cambio de rumbo. Nuestra vuelta a Barcelona se retrasó unos días, los que dedicamos a conocer desde otro punto de vista A Coruña como urbe y las playas de sus alrededores desde la perspectiva surfera.
¿El agua del mar siempre está fría en A Coruña? Es justo lo que pensé cuando asomé mi cabeza y pude ver de frente la playa de Riazor, después de que me tragase una ola, a mi parecer gigante, mientras nuestros nuevos amigos se reían subidos a las tablas, que eran como una extensión de ellos mismos. Resultó divertido. Sobre todo porque eran las dos de la madrugada y ahí estábamos nosotros mientras la mitad de la ciudad dormía y la otra mitad bailaba en los mejores y más cotizados locales nocturnos. ¿Qué nos depararía la noche y los días que estaban por llegar?
Puede que te interese también Caminos de Santiago: guía fundamental del camino inglés o este otro Esquiar en Baqueira Beret