Había oído hablar de Cabo de Gata muchas veces, siempre asociado a palabras como naturaleza virgen, playas solitarias y un tiempo detenido en los acantilados y en el mar. Con una mochila ligera y el alma dispuesta a recibir lo que el paisaje quisiera ofrecerme, llegué temprano a San José, un encantador pueblo pesquero en el corazón de este Parque Natural.
Nada más bajar del coche, el olor a sal, el eco de las gaviotas y las fachadas encaladas me envolvieron. Este rincón de Almería parecía haberse quedado a medio camino entre la montaña y el mar, en una especie de abrazo entre lo árido y lo fresco. No había desayunado aún y, siguiendo la recomendación de un amigo, me acerqué a La Gallineta, un restaurante conocido por servir un desayuno sencillo pero memorable.
Allí, con el sol aún bajo en el horizonte, tomé un café fuerte y una tostada de pan rústico con tomate y aceite de oliva, que tenía el sabor inconfundible de la tierra andaluza. Al otro lado de la calle, pescadores y vecinos comenzaban su jornada, y me sentí de inmediato como uno más en ese tranquilo amanecer.
Cabo de Gata: De San José a las playas salvajes
San José es el punto de partida ideal para explorar el Parque Natural de Cabo de Gata. No solo cuenta con una buena oferta de alojamientos y restaurantes, sino que está rodeado de algunas de las playas más hermosas y bien conservadas de la región. Tras el desayuno, emprendí la caminata hacia la Playa de los Genoveses. La ruta costera que conecta San José con esta playa se despliega entre suaves colinas y dunas de arena dorada.
Al llegar, el paisaje que tenía ante mí era de una serenidad abrumadora. La bahía, resguardada y tranquila, era un espejo de agua turquesa enmarcada por vegetación autóctona. En su día, esta playa fue lugar de desembarco de la flota genovesa, y aún parece conservar algo de esa energía antigua y remota.
La playa de los Genoveses es perfecta para quienes buscan silencio y naturaleza. Aunque suele atraer a algunos turistas, su extensión permite disfrutar de la calma. Aproveché para pasear descalzo por la orilla, dejando que la brisa fresca y el agua templada me envolvieran. Cerca de las dunas, algunas familias habían instalado sus sombrillas y niños jugaban en la arena, pero había suficiente espacio para todos, y el ruido era más un murmullo que un bullicio. Estuve un buen rato disfrutando de la paz que ofrecía este rincón del parque, observando las olas romper suavemente en la orilla y el vuelo pausado de las gaviotas.
Decidí continuar mi camino hasta la famosa Playa de Mónsul, uno de los lugares más emblemáticos de Cabo de Gata. Apenas unos treinta minutos de sendero entre rocas volcánicas me llevaron a esta playa, conocida por sus formaciones de lava y por el imponente Peñón de Mónsul, que se alza en la orilla como un monolito. El contraste entre la arena grisácea, el agua cristalina y la roca oscura crea una atmósfera única, casi de otro mundo. No pude resistir la tentación de lanzarme al agua. El mar estaba fresco, pero me sentí reconfortado al dejar que el agua me envolviera. Desde el agua, la playa de Mónsul parecía aún más impresionante, como si guardara los secretos de épocas antiguas.
A medida que el sol alcanzaba su punto más alto, sentí cómo el hambre comenzaba a apretar. Regresé caminando a San José, donde tenía planeado disfrutar de una buena comida. Me dirigí a El Jardín de los Sueños, un restaurante que, además de ofrecer una carta basada en productos locales, tiene una terraza desde la que se puede ver el puerto. Este lugar me había sido recomendado como una parada obligada para degustar pescados frescos.
Comencé con unos boquerones a la plancha, que llegaron crujientes por fuera y jugosos por dentro. La carne de los boquerones tenía el sabor del mar y el toque de aceite de oliva y ajo lo hacía aún más especial. Decidí acompañar los boquerones con una ensalada de tomate Raf, un producto emblemático de Almería. Su dulzor y firmeza lo hacen único, y con solo un toque de sal y aceite parecía capturar todo el sabor de la huerta andaluza.
Como plato principal, opté por un arroz negro con sepia y gambas, una opción que no defraudó. El arroz, cocido a la perfección, absorbía el sabor de la tinta de calamar y los jugos de la sepia, creando una combinación deliciosa. Acompañé la comida con una copa de vino blanco de la región, fresco y afrutado. Tras la comida, pedí unos higos con queso de cabra, un postre que resultó ser un acierto. La mezcla de la dulzura de los higos con el toque ácido y suave del queso era un contraste perfecto.
En busca de las calas escondidas
A la mañana siguiente, con el recuerdo de la cena aún presente, emprendí el camino hacia Las Negras, un pueblo pequeño y bohemio donde el tiempo parece detenerse. El espíritu de Las Negras es distinto al de San José: aquí el ritmo es aún más pausado, y el ambiente, más alternativo. Hice una parada en el Restaurante El Cinto para desayunar. Me decidí por una tostada con sobrasada almeriense y miel de romero, una combinación que despertaba todos los sentidos. Este pequeño local, con vistas al mar y una decoración sencilla, es un lugar ideal para comenzar el día con un buen desayuno.
Después de desayunar, decidí alquilar un kayak en Las Negras y salir a explorar la costa. Navegar en las aguas de Cabo de Gata ofrece una perspectiva completamente distinta del parque. A medida que me adentraba en el mar, los acantilados volcánicos se alzaban imponentes a mi alrededor, revelando texturas y formas moldeadas por el tiempo y los elementos. Mi primera parada fue la Cala del Plomo, una playa tranquila y escondida entre montañas.
El agua aquí es tan transparente que desde el kayak podía ver el fondo marino. Aproveché para sumergirme con las gafas de snorkel y observar la vida bajo el agua. Entre las praderas de posidonia nadaban peces de todos los colores, y el silencio del mundo submarino era absoluto.
Continué mi recorrido hasta la Cala de Enmedio, famosa por sus formaciones rocosas. Estas piedras, talladas por la erosión, parecen esculpidas a mano. La arena aquí es blanca y fina, y el contraste con las rocas oscuras y el agua turquesa hace de esta cala un lugar de belleza inigualable. Tras unas horas de exploración y buceo, me senté en la arena, dejándome calentar por el sol y disfrutando de la serenidad del entorno.
El kayak me había abierto el apetito, así que regresé a Las Negras para almorzar en el Restaurante La Buganvilla, un lugar especializado en arroces y conocido por su excelente trato al cliente. Había oído maravillas sobre su paella de marisco, así que no dudé en pedirla. Mientras el arroz se cocinaba lentamente, pude apreciar el aroma que desprendía, una mezcla de azafrán, mariscos y verduras. Cuando llegó el plato, cada bocado era un recordatorio de la riqueza culinaria de esta tierra. La paella tenía el punto justo de sal y estaba coronada con langostinos y mejillones frescos, lo que le daba un sabor profundo y delicioso. Para acompañar, pedí un vino rosado local que complementaba perfectamente el plato.
Después de esta comida memorable, regresé a San José, pero antes de finalizar el día tenía una última parada en mente: las Salinas de Cabo de Gata. Este espacio natural, donde se pueden observar aves migratorias como los flamencos, es un lugar de una belleza singular, especialmente al atardecer. El reflejo del sol en las aguas saladas teñía el horizonte de tonos rosados y dorados, mientras los flamencos caminaban despacio, como si bailaran en el agua.
Para cerrar el día, regresé a San José y decidí cenar en el Restaurante Casa Pepe San José, conocido por sus tapas. Aquí, el ambiente es acogedor y familiar, y el menú ofrece una variedad de platos tradicionales. Me decidí por los gurullos con conejo, un plato típico de Almería. Esta pasta, hecha a mano, tenía una textura suave que absorbía perfectamente el sabor del caldo de conejo. Como es tradicional, los gurullos se cocinan con hierbas de la zona, lo que añade un toque silvestre y especial al plato. Con una copa de vino tinto de la región, terminé la cena de una forma deliciosa y auténtica.
Esa noche, antes de despedirme de Cabo de Gata, caminé por la playa de San José. Las olas rompían suavemente en la orilla, y el cielo estrellado parecía abrazar todo el paisaje en un manto de paz. Miré una última vez hacia el horizonte, agradecido por estos dos días en un lugar donde la naturaleza y el sabor se encuentran en perfecta armonía. Cabo de Gata no es solo un lugar para visitar; es un rincón del mundo para descubrir lentamente, saboreando cada instante y cada bocado.
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