Hay caminos que hunden sus raíces en las brumas del tiempo. Senderos trazados por millones de pies, grabados en la tierra con esfuerzos y sudores milenarios. Hay caminos que siempre han estado ahí, como este que hoy vas a iniciar: la antigua Vía de la Plata, la Bal’latta musulmana, la vía empedrada que ya en tiempo de los romanos comunicaba Mérida con Astorga… nos sirve de ruta para el actual Camino de Santiago Sanabrés.
Fran Zabaleta
Fotográfia: Pío García
Puebla de Sanabria
Castillo de los Condes de Benavente - Puebla de Sanabria
Da un poco de vértigo, ¿verdad? El camino bajo tus pies, en el horizonte Santiago por el Camino sanabrés. Doscientos cuarenta y dos kilómetros ante ti desde esta Puebla de Sanabria que parece incrustada en las neuronas del tiempo, fiel a sus orígenes medievales.
Iglesia de Santa María del Azogue - Puebla de Sanabria
¿Doscientos cuarenta y dos kilómetros? No te preocupes: en realidad, solo es un paso: el primero, ese es el que importa. Dicen que el primero es el más difícil, y quizá tengan razón: ¿cuánto te ha costado darlo, cuántos preparativos, cuánta ilusión?
Aquí está: comienzas a andar. El camino asciende ligeramente al principio a través de un paisaje duro, de montañas desgastadas por la erosión. De vez en cuando una mancha de árboles, un río que te acompaña un trecho. En Requejo divisas el bosque de Tejedelo, maravilla botánica de las que ya no se ven: sí, un bosque de tejos, tan eternos como el mismo camino que pisas.
Iglesia de Santa María de la Asunción - Padornelo
Después comienza lo duro de verdad en el camino sanabrés: la pendiente se encrespa, la respiración se hace jadeo y el sudor empapa tu piel hasta que, al fin, menos mal, llegas al alto de Padornelo, a casi mil cuatrocientos metros de altitud. Es el momento de recuperar el resuello. De observar el mundo desde su cima. Galicia te espera.
Río Tuela y Lubián
Superado el puerto, el camino desciende vertiginoso hasta Lubián, donde hoy descansarás. ¿Has probado las empanadas elaboradas con pan de maíz? A qué esperas…
Muy temprano, apenas de amanecida, estás de nuevo en el camino. Hoy es un día especial, lo sabes bien. La ruta no es excesiva, unos veinticuatro kilómetros, pero el trazado es duro y exigente, gélido en invierno, un horno en verano.
La Canda
Qué más da: aprietas los dientes y superas, paso a paso, la dura ascensión. Eres peregrino, ¿no? ¡Adelante! La Canda, la puerta del sur, a 1261 metros de altitud. Por aquí pasaron durante siglos arrieros, viajeros, mercaderes y ejércitos, también miles de peregrinos como tú. Llenas los pulmones y alzas la vista, que se pierde entre montañas. Galicia, al fin.
Sonríes. Ya falta menos.
Avanzas hacia A Gudiña, la primera población gallega en la que te detendrás. La cabeza vuela, se alza sobre el horizonte, se enreda en juegos de nubes. ¿Qué te mueve? ¿Qué tiene el simple hecho de caminar, por qué te atrae tanto? Dicen que lo llevamos en los genes, desde aquellos lejanos tiempos en que éramos nómadas…
Encoro das Portas
Qué más da. Sigues adelante, siempre adelante. En A Gudiña abandonas la A-52 y te desvías hacia Laza a través de paisajes que bordean los mil metros de altura. Desde las alturas distingues el gran embalse de As Portas, un sueño de mares perdidos en el interior, bajo cuyas aguas descansan dos pueblos. Si tienes suerte, quizá distingas al pasar la torre de una de sus iglesias. Escucha, aguza el oído, ¿no oyes repicar las campanas?
Peliqueiros de Laza
De repente, ni siquiera sabes cómo, estás en Laza. No puedes evitarlo, te vienen a la cabeza las imágenes de su entroido, con sus peliqueiros y sus fulións. Dicen que este es el carnaval más antiguo de Galicia, una fiesta que es catarsis colectiva, memoria arrebatada al dios del tiempo, celebración colectiva que hunde sus raíces en épocas olvidadas, de celtas y druidas. En cierta forma, esa antiguedad te ata a la tierra y da sentido a tu caminar. ¿No te preguntabas hace un instante qué te movía? Esa misma pulsión atávica, esa comunión con los ancestros, quizá.
Rincón del Peregrino - Albergueria
A veces, la única forma de conocerse es dejarse llevar…
A partir de Laza el camino asciende una vez más. Los pies se demoran, los ojos se llenan de un paisaje de campos, montañas, bosques y brezos. Aquí y allá un peregrino como tú, un grupo de caminantes con los que compartir un descanso, un sueño, con esa camaradería espontánea que brota entre quienes se han forjado un mismo destino. El ascenso te hace remontar el curso del río Támega hasta su nacimiento en las proximidades de la pequeña población de Alberguería, donde hubo posada de viajeros y hospital de peregrinos. Un poco más allá, en la cumbre, dejas atrás la cruz de madera del monte Talariño.
Cruz de madera del monte Talariño
Espera, fíjate bien: estás entrando en A Limia, comarca antigua, tierra de resonancias míticas donde en tiempos estuvo la laguna de Antela, uno de los humedales más extensos de la península Ibérica, desecada a mediados del pasado siglo.
A Limia
Las horas pasan, sumidas en ese sueño vivo del que camina cansado ya, del que se deja llevar por la fuerza de voluntad. Tras Vilar de Barrio, el sendero te lleva a Xunqueira de Ambía. Te asalta la visión de su colegiata de Santa María la Real, la fuerza pétrea de sus muros. Comenzó a levantarse en tiempos del románico, allá hacia la segunda mitad del siglo XII. Ya por entonces había peregrinos que seguían este mismo camino, gentes como tú que perseguían quién sabe qué.
Impresiona pensarlo, ¿verdad?
Santa María la Real de Xunqueira de Ambía
Pero hay que seguir. Tras Xunqueira atraviesas el río Arnoia, aguas arriba de Allariz, y alcanzas la parroquia de Sobradelo. Por aquí pasaba en tiempos otro camino muy transitado: la Vía Nova romana que unía Bracara Augusta con Asturica Augusta. Tiempos idos cuyas huellas todavía se pueden ver en los miliarios que jalonan el camino, testigos de una época desaparecida.
Paseo fluvial - Río Arnoia
Entonces, de repente, frente a ti, Ourense. La ciudad se merece un respiro, un día de descanso, ¿por qué no? Un día para recorrerla sin las urgencias de la meta ansiada, para pasear por sus calles, visitar su catedral, atravesar el Miño por el puente romano o bañarse en las Burgas, que por algo estás en la capital del termalismo gallego…
Puente romano de Ourense
Qué gusto, ¿verdad? Renovado, vuelves tu vista hacia el noroeste: Compostela te espera con paciencia de siglos, dispuesta a acogerte.
Pronto, una vez más, acompasas tus pasos al ritmo de tus pensamientos. Eso es lo bueno del camino: te reconecta contigo mismo, te permite explorar las pulsiones que te mueven, disfrutar de tu compañía. El camino reduce la vida a lo esencial: avanzar, admirarse, superar el cansancio, paso a paso, siempre adelante.
Ponte Sobreira
Aldeas, campos de labor, hórreos. Galicia desfila ante ti. Dejas atrás Tamallancos y el pazo de Vilamarín, antiguo castillo que todavía conserva sus recias torres de vigilancia, recuerdo de épocas mucho más duras que la actual. Llegando a Faramontaos salvas del río Barbantiño por Ponte Sobreira, sólido en su sueño de piedra intemporal. Estamos tan habituados a los puentes que apenas reparamos en ellos. Y, sin embargo, ¿qué haríamos sin ellos?
Monasterio de Oseira
El día mengua. El camino avanza. Alcanzas Cea, el pueblo del pan. De sus hornos sale uno de lo más reputados panes artesanales de Galicia. Sí, descansa, que te lo has ganado… Aunque, si repones fuerzas y quieres continuar, ¿por qué no acercarte hasta el monasterio de Oseira? Dicen que es el Escorial gallego…
Quién sabe. Lo cierto es que se trata de una impresionante obra de piedra, un monasterio cisterciense que lleva desde el siglo XII acogiendo peregrinos y que conserva la esencia de los monjes blancos: una arquitectura tan sencilla como imponente, alejada de ornamentos y excesos. Da gusto detenerse a dormir aquí e imaginar, siquiera por una noche, cómo sería la vida de los monjes quinientos, ochocientos años atrás.
Fraga de Catasós
Santiago se intuye ya. Los días se suceden, tan iguales, tan diferentes. Dejas atrás la fraga de Catasós y continúas adelante. El camino se va haciendo paso a paso, gota a gota. Caminas por tierras altas, superando la dorsal gallega que divide las provincias de A Coruña y Lugo, al norte, y las de Pontevedra y Ourense, al sur. Es la columna vertebral de Galicia, tierras desnudas, azotadas por los vientos y los incencios. Y después, de repente, el descenso hacia Pontenoufe. Acabas de entrar en Lalín.
Parque do Pontiñas - Lalín
Haces cuentas, aunque lo sabes bien: dos días, dos jornadas más y llegarás en Santiago. El camino se hace ligero, la cabeza se llena con las imágenes tantas veces imaginadas de tu llegada a la ciudad.
Puente de Taboada
Los kilómetros van quedando atrás. Atraviesas el río Deza por el puente de Taboada. Por el viejo, que fue puente de tablas y lo es de piedra, de sillares antiguos y un único arco construido sobre dos peñas, tan austero como hermoso. Después, camino adelante, descubres uno de los pazos más asombrosos de esta tierra de pazos: Oca, una maravilla barroca, un sueño de hidalgos y señores.
Atraviesas una tierra ganadera, de rica gastronomía, con carnes sabrosas y quesos exquisitos elaborados con recetas de larga tradición. Muy cerca, a orillas del río Deza, el monasterio de Carboeiro, uno de los conjuntos románicos más destacados de Galicia. Magnífico lugar para descansar, ¿no es así?
Monasterio de Carboeiro
Silleda, A Bandeira, Piñeiro, Castrovite. Divisas el Pico Sacro, lugar de magias ancestrales, de leyendas y dragones. ¿Sabes que en sus laderas, o quizá en sus cuevas, vivió el último dragón gallego?
Pico Sacro
Y, de repente, Compostela. Cruzas el río Sar y asciendes hasta la puerta de Mazarelos, por la que entras finalmente en la ciudad.
Santiago palpita de vida a tu alrededor.
Has llegado.
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Camino sanabrés (Vía de la Plata)
212 kilómetros
9 etapas
A Canda-A Gudiña
A Gudiña-Laza
Laza-Vilar de Barrio
Vilar de Barrio-Ourense
Ourense-Cea
Cea-Dozón
Dozón-Bendoiro
Bendoiro-Outeiro
Outeiro-Santiago