Camino de Santiago portugués. Dudas, cómo no. ¿Por dónde entrar en Galicia desde Portugal? ¿Por la costa, por el soberbio estuario del río Miño, el padre reconocido de todos los gallegos, allá en A Guarda, a la sombra imponente del castro de Trega? ¿Por Tui, la catedral fortaleza, la ciudad episcopal que resistió a los normandos y se hizo irmandiña?
Portugal. Tan cerca, tan lejos, tan igual y tan diferente. Portugal, que se desgarró de Galicia allá por el siglo XII, cuando las luchas entre dos hermanastras, Urraca y Teresa, dividieron lo que siempre debió permanecer unido. Ya, cosas de familia. Desde entonces, Portugal y Galicia han sido las dos caras de la misma moneda: imposible separarlas, imposible unirlas; ambas tan cerca, las dos mirando en direcciones opuestas.
Fran Zabaleta
Fotográfia: Pío García
Estuario del río Miño
Dudas, claro. Tui o A Guarda, A Guarda o Tui. Dudas porque quizá no sabes que, más allá de territorios y señores, no hay portugués que se sienta extraño en Galicia, ni gallego que se sienta ajeno en Portugal.
¿Por dónde, entonces? Pues… depende. ¡Esto es Galicia! ¿Qué tal por las dos para hacer el Camino de Santiago portugués?
Ven, vámonos hasta A Guarda. Tras atravesar el hermoso estuario del Miño en ferry desde Caminha, qué descanso para los pies, empiezas a recorrer una tierra suave, de playas que se enredan con trinos de pájaros y dejan ríos de arena en tus botas.
El horizonte es acabar en el Santo por el Camino de Santiago portugués, cómo no, pero aquí, en esta costa, la vista atrapa primero el imponente castro de Santa Trega, encaramado en lo alto del monte del mismo nombre, que parece haber aterrizado en la llanura costera como una piedra arrojada por un dios juguetón. No te lo tomes a broma: este es uno de esos lugares cargados de fuerza telúrica que hunden sus raíces en esa conciencia universal del gallego que se alimenta de mitos y horizontes. El castro llegó a acoger a más de cinco mil personas allá por el siglo I a.n.e. (antes de nuestra era), pero ya mucho antes vivían aquí nuestros antepasados, como prueban los numerosos petroglifos que jalonan la montaña.
Castro de Santa Trega
Adelante, vamos. Atraviesas como peregrino, los ojos abiertos de par en par, el puerto pesquero de A Guarda, cobijo de gentes bravas que se ganan el pan con la sal en sus cuerpos. Después el océano infinito a tu izquierda, el camino apenas una cinta estrecha entre las cimas de la sierra de A Groba y la rompiente. Un paisaje abrupto y fascinante, que bebe tus pasos con sed de viajero.
Oia
Hasta que, de súbito, tropiezas con la mole de piedra del monasterio de Oia. Ahí te detienes, imposible no hacerlo. Hoy deshabitado, fue durante siglos residencia de los monjes del Císter, gentes bravas que defendían la costa de los piratas a golpe de cañones. ¡Mucho más efectivos que los rezos, al parecer! Qué buen sitio para descansar, arrullado por el infinito del mar…
Mas el Camino de Santiago portugués sigue, siempre sigue. Tras reposar en Oia, continúas tu marcha. Pronto dejas a tu izquierda el faro de cabo Silleiro y te adentras en la villa que recibió la primera noticia de América: Baiona, soberbia con su castillo de Monte Real, hoy Parador Nacional, espléndida con sus callejuelas de piedra, su réplica de La Pinta ahí, en el muelle, como tiene que ser, y la magnífica panorámica de las islas Cíes al fondo, que hoy forman parte del Parque Nacional das Illas Atlánticas: un paraíso natural que protege y defiende la ría de Vigo. Y es que sí, ya estás entrando en la ría más meridional de Galicia.
Castillo de Monte Real, Baiona
De repente, la costa se llena de vida, de edificaciones, de gente que pasea y descansa al lado del mar, de deportistas y bicicletas. Estás entrando en el área de influencia de la mayor ciudad de Galicia, una urbe, además, a la que le gusta explayarse, que disfruta del aire libre y el verdor y llena las casas de sus barrios de huertos y jardines.
Puente románico de A Ramallosa
El puente románico de A Ramallosa, con sus diez arcos, es límite y frontera, paso entre Baiona y la foz del río Miñor, una marisma de gran riqueza natural, cobijo de aves, crustáceos e invertebrados. Después Panxón, pescadora y turística, con su Templo Votivo do Mar, obra del arquitecto Antonio Palacios, y en rápida sucesión la iglesia románica de San Salvador de Coruxo, primero monasterio y después iglesia parroquial, y ya la absorbente ciudad, las calles ruidosas, repletas de vida y de humo, de caos y energía. Sí, estás en Vigo, la industrial y pescadora, la juerguista y madrugadora. ¡Qué contraste con la paz del camino!
Templo Votivo do Mar
Pero, ¿no te había dicho que Vigo disfruta del aire libre y el verdor? Anda, sígueme, ven por aquí, por el parque de Castrelos, uno de los pulmones de la ciudad, con su famoso pazo Quiñones de León, museo histórico y pinacoteca, y después sigue adelante, recorre la senda del Lagares y verás: sigues en Vigo, pero, ¡quién lo diría! Agua, verde, campo… ¿A que parece que has regresado a la más relajada naturaleza?
Pazo Quiñones de León
Pronto, paso a paso, gota a gota, Vigo va quedando atrás. Ahora es su ría la que te acompaña, siempre por la izquierda, la que se va cerrando hasta el estrecho de Rande, que salva su soberbio puente, símbolo de la ría y la ciudad. Tras él, el paisaje se ensancha y la ría se hace ensenada, plácida y calma incluso en días de temporal. En el medio las islas de San Simón y San Antón, que lo fueron todo: monasterio, prisión, lazareto…
Islas de San Simón y San Antón
Un poco más, siempre un poco más. Unos pasos y alcanzas, ya era hora, Redondela, donde el camino de la costa se une con el que viene de Tui.
¿Me esperas aquí, bajo la sombra de sus viaductos de hierro? Mientras aguardas, seguro que algún redondelano te cuenta la historia del constructor de uno de ellos, Pedro Floriani. Cuentan que tras terminar la obra le dijeron que estaba mal hecho y que nunca podría entrar en servicio, y al parecer Floriani se tomó muy mal el asunto. Tan mal que decidió terminar con el oprobio y lavar su culpa arrojándose desde el viaducto…
Retrocedo hasta Tui. ¡Qué bien, tu otro yo me ha esperado aquí! Llegas a la ciudad a través del puente internacional. Dicen que fue construido por el ingeniero Eiffel, y bien podría haberlo sido, pero no te dejes engañar: no, este es debido al ingeniero y diputado riojano Pelayo Mancebo y Ágreda, y se inauguró en 1886. Tres años antes, fíjate bien, que la famosa torre de París…
Puente internacional de Tui
Tui, fortaleza y albergue, principio y fin. Desde que Urraca y Teresa pelearon, y sus hijos con ellas, desde que Galicia y Portugal se desgajaron, miles de portugueses fueron creando caminos hacia Santiago, como si quisieran llevarle la contraria a la historia. Así la llamada «raíña santa», la reina Isabel de Portugal, que en el siglo XIV ofreció al apóstol su corona tras peregrinar a Santiago, así el rey Manuel I, que paso a paso llegó de Lisboa a Compostela en 1502. Y con ellos, mucho más importantes, miles y miles de campesinos, burgueses y menestrales.
Catedral de Tui
Aquí estás, en Tui, ante su aguerrida catedral de Santa María, iniciada por Urraca y su marido Raimundo, románica y gótica, imponente y matriarcal como la misma tierra que abre para el peregrino. La ciudad es una montaña de piedra, de callejuelas empinadas por las que solo se oye el susurro de las leyendas perdidas.
Tui
Dicen que san Telmo, el más famoso de los hijos de Tui, peregrino a Compostela, se sintió enfermo al llegar al puente por el que se sale de la ciudad, desde entonces conocido como «ponte das febres», y que tuvo que regresar a la ciudad.
Pero nosotros no: continuamos adelante, siguiendo en sentido inverso, aguas arriba, el cauce del río Louro, que nos conduce a través de un amplio valle hasta O Porriño. El paisaje es una curiosa mezcla de montaña y verdor, de industria y canteras, heridas abiertas en la montaña que rezuman sangre pétrea: es la influencia del siglo, de la presión humana, de eso que, quién sabe por qué, llaman progreso, aunque mire hacia atrás.
Ponte das febres
Sigue, sigue. Porriño es un cruce de caminos, una antigua posada que fue cuna del arquitecto Antonio Palacios, el mismo que edificó el Templo Votivo do Mar en Panxón y que aquí tiene obras como el edificio del ayuntamiento. ¿Lo ves? Pura piedra, aire, fantasía y vitalidad.
De O Porriño a Redondela el camino se tiñe de azul. Allá asoma la ría de Vigo a través de las tierras de Mos. Dejas atrás el «cruceiro dos cabaleiros» y la capilla de Santiaguiño de Anta, perdida entre frondosas. A partir de aquí los pasos se apuran, y no es para menos: estás deseando reencontrarte contigo mismo, con tu otro yo, el que decidió entrar en Galicia desde A Guarda.
Ayuntamiento de O Porriño
Cruceiro dos cabaleiros
¿Lo ves? Ahí está, bajo los acueductos de Redondela, esperando por ti. Os reunís, te reunes contigo mismo, y miras al horizonte: quedan cuatro etapas nada más del Camino de Santiago portugués. Cuatro jornadas antes de entrar en Compostela. ¿Seguimos adelante, pues?
La primera parte de la ruta entre Redondela y Pontevedra es impresionante: la ría a un lado, profunda e inmensa como una gran lengua de mar; el valle amplio, la tierra fértil. En Ponte Sampaio un imponente puente medieval salva el río Verduxo, el río que rezuma verdor, aunque mal lo llaman Verdugo, mientras hunde sus pies en la historia: en este apacible lugar, quién lo diría, fue humillado el general Ney y comenzó el retroceso, allá por 1809, del hasta entonces todopoderoso ejército francés.
Ponte Sampaio
Dejás atrás Ponte Sampaio y la siguiente parada es ya un reclamo ansiado que tira de ti: Pontevedra. Posiblemente, la más hermosa ciudad que pisarás hasta llegar a Compostela, la hermana barroca del sur, la de plazas porticadas, calles empedradas y rincones para saborear el inmenso mar. Hasta su iglesia principal tiene alma peregrina: sí, ahí, en el mismo centro, se alza la capilla de la Virxe Peregrina, un prodigio barroco cuya planta está inspirada en la vieira, la concha de los peregrinos.
Capilla de la Virxe Peregrina
Pero el Camino de Santiago portugués continúa, siempre lo hace. Atraviesas la extensa marisma de A Xunqueira de Alba y te encuentras de golpe con la iglesia de Santa María de Alba, cuyas trazas románicas quedan desdibujadas por el remozado barroco. Tras ella los pueblos y las aldeas se suceden y una sucesión de hórreos, cruceiros y pequeños albergues van jalonando el trayecto. Visto así, a pie de camino, da la impresión de que toda Galicia es camino, de que toda Galicia está marcada a fuego por los millones de pies que han hollado sus sendas, que la han enriquecido con sus lenguas y sus costumbres, del mismo modo en que una tierra fértil se enriquece con las nuevas semillas que trae el viento.
Molinos del río Barosa
Poco a poco, paso a paso, dejas atrás los molinos del río Barosa, qué buena ocasión para refrescar el cuerpo cansado, y pasas al lado de la iglesia de Santa María de Caldas, de la que cuentan que fue destruida por el mismísimo Almanzor y reconstruida con fervoroso tesón después. Quién sabe. Hay nombres tan poderosos que se incrustan en el alma de los pueblos…
Puente sobre el río Bermaña
Pero basta ya por hoy: ahí tienes el puente sobre el río Bermaña, así que ya estás en Caldas de Reis. Toca descansar, reponer fuerzas en el albergue y después, ya recuperados, dar una vuelta por la localidad.
Los días, quién te lo iba a decir, vuelan, como vuelan tus pies. Dos jornadas más y entrarás en Santiago.
La primera te lleva a través de Carracedo y Valga, por donde discurre un hermoso paseo fluvial, hasta Padrón. ¿Te suena? ¡Cómo no! Estás entrando en la leyenda, pues hasta aquí, dicen los creyentes, llegó una barca de piedra que flotaba sobre el mar y que portaba el cuerpo del apóstol Santiago. Y en el interior de esta iglesia, ahí, bajo el altar mayor, se guarda el Pedrón, al que la misma leyenda asegura que se amarró la barca. En realidad se trata de un ara romana dedicada a Neptuno, el dios de las aguas, pero qué más da: en estas cuestiones de fe, el que quiera creer, creerá, y la evidencia está de más…
Casa museo de Rosalía de Castro
La mañana te coge en el camino de Santiago portugués. La jornada es larga, pero la meta ya se ve al final. Todavía en Padrón te cruzas con la casa museo de Rosalía de Castro, símbolo por excelencia de la literatura gallega, la otra alma de esta tierra hecha de leyendas, tinta, sal y sudor, y no muy lejos, en Iria Flavia, la sede de la fundación del Nobel de Literatura Camilo José Cela, hijo ilustre de la localidad.
Santuario de A Escravitude
Adelante una vez más. De repente, solo cinco kilómetros más allá, se alza el santuario de A Escravitude, que protege y santifica las aguas de una sencilla fuente, reminiscencia de cultos paganos anteriores, de cuando esta era tierra de celtas que adoraban las fuentes y las aguas. Cuenta la leyenda que en una ocasión un hombre que sufría de hidropesía y que peregrinaba a Compostela se detuvo aquí a beber. Unas horas después, asombrosamente, su mal se curó y el hombre exclamó: «Grazas, Virxe, que me libraches da escravitude do meu mal», gracias, Virgen, que me libraste de la esclavitud de mi mal…
Catedral de Santiago
De Escravitude a Milladoiro, el lugar en el que los peregrinos, al ver por primera vez las torres de la catedral, caían de rodillas, se humillaban para dar gracias a su dios. Santiago está ya aquí, a la vista, una ciudad de piedra y humo, de sueños y eternidad.
¿La ves, altiva y orgullosa, humilde y recogida? Tierra de creyentes y de pecadores, marmita de ideas, puchero en el que hierven pueblos y lenguas…
Cruzas la Porta Faxeira y pisas la Rúa do Franco.
Estás en Compostela, al fin.
Has llegado.
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Camino portugués de la costa
156 kilómetros
8 etapas
A Guarda – Oia
Oia – Baiona
Baiona – Vigo
Vigo – Redondela
Redondela – Pontevedra
Pontevedra – Caldas
Caldas – Padrón
Padrón – Santiago
Camino portugués del interior
118 kilómetros
6 etapas
Tui – O Porriño
O Porriño – Redondela
Redondela – Pontevedra
Pontevedra – Caldas
Caldas – Padrón
Padrón – Santiago