Un elegante valle renacentista, castillos del Loira, un viaje en el tiempo a una época irrepetible
Los castillos del Loira, pongámonos en situación. Estamos en el ocaso del siglo XV, en una Francia que respira aliviada tras el fin de la Guerra de los Cien Años, el conflicto bélico más largo de la sangrienta historia europea. Toca para la nobleza estrenar un tiempo nuevo, disfrutar de los placeres de la vida, embriagarse con los aires de renacimiento que llegan desde Italia…
Marcos González Penín
Fotografía: Pío García
Y para esta nueva época, las severas fortalezas de tiempos de guerra no parecen apropiadas. Alrededor del río Loira, arteria de comunicación del país, surge una verdadera fiebre de renovación que sustituirá los viejos castillos por suntuosas casas de campo, idílicas residencias donde disfrutar de la caza y la ociosa vida nobiliaria, donde por vez primera conceptos como belleza y comodidad consiguen imponerse frente a la posición estratégica o la capacidad defensiva.
Son los famosos Châteaux del Loira, una pasarela de palacios que ha conseguido llegar hasta nuestros días, alcanzado la consideración de Patrimonio de la Humanidad y convirtiéndose en una de las zonas más visitadas de Francia. Seguir el curso del Loira supone transportarse de lleno a esta época gloriosa, con decenas de castillos intercalados con antiguas catedrales, jardines, fortalezas… De hecho, para el viajero completista lo más difícil sería definir la ruta entre tantas opciones disponibles… menos mal que ya os traigo el trabajo hecho, Los Castillos del Loira.
Orleans, puerta de entrada a los castillos del Loira
Antes de comenzar con la pasarela de palacios, permitidme un aperitivo. Porque al Loira hay que llegar por algún sitio, y en mi caso la puerta de entrada es la vieja Orleans, histórica plaza que allá por 1429 fue protagonista de la gran victoria de Juana de Arco, siendo liberada por la heroína francesa del asedio de los ingleses.
Conservando la memoria de aquella batalla me encuentro la estatua ecuestre que preside la Place du Martroi, también la Rue Jeanne d’Arc que me conduce hasta la majestuosa catedral gótica, la imagen más emblemática de la ciudad.
Podría pasarme días callejeando, pero las calles de Orleans no tardan en llevarme hasta mi primera visión del río Loira, un río que me acompañará durante todo el viaje por los castillos del Loira, que en este momento me recuerda lo que he venido buscando.
Chambord, el gigante de los castillos del Loira
Así que recojo el coche de alquiler y conduzco siguiendo el Loira hacia el oeste, tardando menos de una hora en alcanzar mi primer objetivo. Y vaya objetivo. La verdad es que difícilmente podría empezar más fuerte, ya que el primer Châteaux de mi lista es el inmenso Chambord, el gigantesco capricho del monarca Francisco I, el más grande de las decenas de palacios que pueblan el Loira.
Los terrenos del complejo parecen un mundo aparte, con grandes canales y quilómetros de bosque, que rodean una colosal fachada apenas deslucida por las obras de restauración con las que coincide mi visita. Originalmente Chambord se planteó como un simple pabellón de caza, pero se ve que para cazar a gusto los reyes franceses necesitaban la sombra de ocho torres, más de 400 habitaciones, cientos de chimeneas…
Y entre todos los recovecos, una famosa escalera helicoidal doble en la que dos personas pueden subir y bajar sin llegar a cruzarse, cuyo diseño acostumbra a atribuirse a un Leonardo da Vinci que pasó sus últimos días en este valle del Loira.
Blois, residencia de reyes
Chambord uno de los castillos del Loira, me deja sin aliento. Tanto que cuando por fin me alejo tengo la sensación de haber cometido un terrible error, que después de este gigante los demás palacios me van a parecer poca cosa. Pero estos miedos no tardan en disiparse. El segundo en mi lista me deja claro que no todo es cuestión de tamaño, que cada palacio del Loira tiene una personalidad que lo hace único.
Puede que Blois sea más pequeño que Chambord, pero eso no le impidió convertirse en una de las residencias favoritas de los monarcas franceses durante el Renacimiento. La vieja fortaleza donde Juana de Arco recibió la bendición del obispo de Reims fue remodelada y ampliada para adaptarse a los gustos de la época, dejando estampas como la hermosa fachada interior, en la que destaca una vistosa escalera de caracol adornada por pilastras.
Además, este Châteaux no se encuentra aislado como Chambord, sino enclavado en un centro histórico que aprovecho para hacer noche, y también para descubrir otros monumentos reseñables como el puente Jaques Gabriel o la Catedral de San Luis.
Cheverny, inspiración literaria
Al día siguiente amanezco con ganas de seguir tachando castillos de mi lista, así que no tardo en coger de nuevo el coche y conducir hacia una nueva estructura, que en este caso encuentro bastante familiar. Todos los que, como yo, crecieron leyendo las aventuras de Tintín, reconocerán el castillo de Cheverny como la residencia del capitán Haddock, ya que en los cómics de Hergé aparecía prácticamente replicado bajo el nombre de Moulinsart.
Pero más allá de la anécdota, en Cheverny nos sorprenderá la simetría y elegancia de la fachada, que da paso a unos interiores perfectamente conservados. Cheverny es probablemente el mejor lugar del Loira para descubrir la suntuosa decoración de la época, que nos presenta grandes cuadros, muebles antiguos, tapices de Flandes…
Completando la visita, no podemos irnos sin pasear por los espléndidos jardines que rodean el palacio y descubrir su perrera, en la que a día de hoy se siguen criando decenas de perros de caza.
Amboise, fortaleza sobre el río
Sumo y sigo hacia mi segunda parada del día, una imponente fortaleza que se alza sobre un promontorio junto al Loira, en la que se combina el poderío de la tradición medieval con la delicadeza de las actualizaciones renacentistas. Se trata del castillo de Amboise, residencia regia que vio crecer a varios reyes de Francia, y donde también fue enterrado Leonardo da Vinci tras pasar sus últimos días en la corte de Francisco I.
Visito con calma el castillo y sus jardines, disfrutando de la visión de sus muros, pero también de las privilegiadas vistas sobre el valle del Loira que lo convirtieron en un punto estratégico durante siglos. Observo el río que me ha guiado hasta aquí, el majestuoso puente del Mariscal Leclerc con el que aquí se encuentra… Y me preparo para uno de los puntos fuertes de mi viaje.
Chenonceau, el castillo flotante
Porque mi siguiente parada es Chenonceau, uno de los imprescindibles en todas las guías y para muchos el más bonito de los castillos del Loira. Desde luego, es difícil superar la elegancia de esta blanca fortaleza construida sobre las aguas del río Cher, con una galería de dos pisos mandada construir por Catalina de Medici, desde la que a día de hoy sigue siendo fácil visualizar las fiestas de la corte.
En Chenonceau no queda ni rastro de las formas medievales, todo nos remite al refinamiento y delicadeza del Renacimiento. Los interiores del castillo están perfectamente conservados, desde los lujosos dormitorios hasta las cocinas instaladas en los pilares del puente.
Y en los exteriores, completan la idílica estampa del palacio unos jardines diseñados con cuidado, en los que destacan los parterres del jardín de Catalina de Medici, el laberinto circular o los rosales trepadores del jardín de Diana de Poitiers.
Loches, el palacio oculto tras los muros
Después de Chenonceu, las murallas de la Ciudad Real de Loches me ofrecen el más vivo de los contrastes. Dentro de este recinto amurallado encuentro formas típicamente medievales, estructuras defensivas entre las que destaca un vetusto torreón y la colegiata de Saint-Ours, con un pórtico policromado poblado por personajes del bestiario medieval.
Pero incluso entre estos muros se puede encontrar la huella del Renacimiento, pues cuando llego al otro extremo del complejo encuentro un segundo edificio con las formas a las que me he acostumbrado, elegantes dependencias en las que en esta ocasión destaca el oratorio de estilo gótico flamígero que mandó construir Ana de Bretaña.
Tours, ciudad de arte e historia
Continúo siguiendo el curso del Loira en nuestra ruta por los castillos del Loira, que con su ritmo sosegado me lleva hasta la ciudad de Tours, donde recorro con calma sus adoquinadas calles, disfruto de la visión de sus tradicionales casas de armazón de madera y de sus animadas plazas.
Sé que Tours lleva con orgullo la distinción de Ciudad de Arte e Historia, así que dedico un tiempo a empaparme con el patrimonio que le han regalado los siglos. El ejemplo más atractivo es la ecléctica Catedral Saint-Gatien, que durante los cinco siglos que tardó en construirse fue sumando componentes de diversos estilos artísticos, aunque probablemente todos nos quedemos con su ornamentada y vertical fachada, obra maestra del gótico flamígero.
Y aunque la arquitectura es sin duda la protagonista absoluta de mi viaje por el valle del Loira, no puedo evitar hacer una parada en el Museo de Bellas Artes de Tours, con obras de maestros como Rubens, Rembrandt, Delacroix o Monet.
Chinon, fortaleza inexpugnable
Tras hacer noche en Tours, me alejo momentáneamente del Loira siguiendo uno de sus principales afluentes, el Vienne. Este me lleva hasta la penúltima parada de mi viaje, una fortaleza entre los castillos del Loira, tan inexpugnable que ni siquiera la corriente transformadora que trajo el Renacimiento consiguió penetrar sus altos muros, permaneciendo hasta nuestros días como memoria de un tiempo de batallas y asedios.
Situado en un promontorio estratégico valorado desde la antigüedad, la Fortaleza Real de Chinon, uno de los castillos del Loira, se desarrolló en el siglo X, siendo añadidos varios fuertes y elementos defensivos durante los siglos posteriores. Chinon sufrió un asedio de nueve meses durante el siglo XIII, fue refugio del delfín, Carlos VII, cuando tuvo que abandonar París ante la invasión inglesa….
De todo ello guardan recuerdo los muros que ahora recorro. Pero este cruento pasado no es la imagen mental que quiero llevarme para el viaje de vuelta, así que termino mi visita y me encamino hacia mi último destino en el valle del Loira.
Villandry, jardín renacentista de los castillos del Loira
Una última parada que, esta vez sí, resume de un vistazo el espíritu transformador que trajo el Renacimiento, la apuesta por la elegancia y el hedonismo como estilo de vida y arquitectura. En Villandry el viejo castillo medieval fue derruido casi por completo, sobreviviendo tan solo el torreón como testigo de tiempos conflictivos, siendo el resto sustituido por un edificio adaptado a los nuevos gustos.
Pero la verdad es que en Villandry el palacio es lo de menos. Aquí reclaman nuestra atención los espléndidos jardines, donde la mano del hombre ha domado por completo la fuerza de la naturaleza, creando un ordenado lienzo que invita al paseo y la reflexión sosegada.
Son un total de seis jardines perfectamente diferenciados, con temas y diseños propios. No puedo sino maravillarme con las alegorías vegetales del jardín ornamental, relajarme en el jardín del agua, perderme en su evocador laberinto vegetal… Aunque sin duda la joya de la corona es el Huerto Decorativo, nueve parcelas de idéntico tamaño en la que se plantan hortalizas de vivos colores, creando un tablero que parece pintado.
Una imagen de paz y orden, fiel reflejo de la época en la que fue concebido. Un paisaje ideal para despedirme del Loira, de esta época gloriosa por la que estos días he caminado.
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