Cerler, hay algo en la nieve…

Cerler, nieve por todas partes. Una eternidad blanca, deslumbrante bajo el sol, como si el universo entero estuviera recién parido. Las crestas de las montañas le hacen cosquillas al vientre de las nubes: aquí el pico Cibollés, allá el Gallinero, el Cogulla y el Rincón del Cielo, el Pasolobino y Cerler…

Cerler

Nieve y pistas de esquí. Tras una travesía infernal desde Galicia, con una cancelación de vuelo a última hora y un trayecto nocturno en coche desde Madrid, al fin estamos en la estación de Aramon Cerler, en el Pirineo aragonés, al noreste de la provincia de Huesca, dispuestos a inaugurar la nueva temporada de esquí.

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Nada más llegar nos sumamos a un grupo recién formado y dedicamos unas horas a desentumecer los músculos y recuperar destrezas. Hasta que el monitor, Jesús, considera que ya estamos preparados para mayores dificultades.

Cerler

Cerler, hay algo en la nieve, en esta inmensidad cegadora, que atrapa la imaginación, que se mete dentro y se convierte en parte de ti. Hay algo en la nieve que hace que cuando la pruebas no puedas dejarla atrás.
Hasta que todo se tuerce.
—¿Os atrevéis a descender por aquí?

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Echamos un vistazo colectivo a la pendiente que nos propone Jesús, un coro de glups y miradas asombradas. Se trata de una pista negra, una zona de dificultad muy alta, recomendada solo para para esquiadores expertos, con una pendiente que puede superar en tramos el 50%. El nombre de la pista deja clara su dificultad: Rompehuesos.

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—¿Por qué no?
Cerler, hay algo en la nieve y también en el esquí. En la sensación de ingravidez, en la velocidad y el viento en el rostro, en el dominio de la técnica y la ligereza del movimiento…
—¡Se va a matar! —El grito de Luis resuena en la ladera. Los que ya han descendido se vuelven hacia la pista con la alarma dibujando tensiones en los rostros.

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A tiempo para ver cómo, al realizar un giro demasiado brusco, Pío cae al suelo y sigue deslizándose a toda velocidad ladera abajo. El monitor trata de interponerse en su camino para detenerlo, pero el impulso es demasiado grande y termina arrastrado también, ambos hechos un revoltijo de bastones y esquíes. Se detienen al final de la pista, una eternidad después.

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Todo el grupo contiene la respiración.
—Pero, ¿tú dónde carallo vas? —se oye exclamar a Pío, que enfrenta al asombrado monitor.
Una carcajada general libera la tensión.
—Ya te vale, si aún le echarás la culpa al pobre Jesús…
Brotan las confianzas, desaparecen los extraños y el grupo va poblándose de nombres: Isabel, Javier, Eva, Sonia…

Cerler

Hay algo en la nieve que calienta por dentro, que reconforta y seduce por igual. En la belleza de las cumbres al sol, en las aristas suavizadas por una mullida espesura blanca.
El aire se llena de risas y complicidades. Pío no está en uno de sus mejores días: hoy la torpeza se le enreda en las piernas y le hace caer una y otra vez.
—La falta de práctica… —se defiende.
Estallan las bromas y las muecas divertidas, los encogimientos de hombros y las chanzas cómplices y cercanas.

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—¡Eh, mirad!
El sol comienza a caer, se acaba la jornada ya. Es Pío otra vez, de nuevo en un descenso vertiginoso por una pendiente de extrema dificultad. Los alientos se contienen, las bocas se abren por la tensión.
Y el asombro, porque en esta ocasión se desliza con la precisión y la elegancia de un atleta, desquitándose de una larga jornada de batacazos en Cerler. Cuando llega al final brotan de nuevo los alientos, incontenibles, y estallan las palmas y los hurras.
—¡Ese es mi amigo! —exclama Luis, eufórico.

Cerler

Hay algo en la nieve que enciende el coraje, que despierta la imaginación, que nos convierte en niños y nos viste de héroes.
Que nos hace soñar.
Son días de nieve, de camaradería y de sol. De cumbres y miradores imposibles, de montaña, deporte y aire libre. De excursiones a Benasque, hermosa y señorial, a Cerler y al Rincón del Cielo. De amistades que medran y complicidades que se forjan.
Hay algo en la nieve que no se olvida, que te atrapa, que te absorbe.
Hay algo en la nieve, sí.

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