Rías Baixas, cómo envolverlas en papel de regalo

En el paraíso, también conocido como Rías Baixas, tenemos los mismos problemas que el resto de los humanos. Miedito cuando se aproxima el cumpleaños de tu padre. «¿Qué demonios le regalo?». Sí, ya lo sé, lo que cuenta es la intención. Pero enfréntate tú a mi padre cuando intenta sonreír y te suelta un «Qué bonito, hija» mientras piensa cuánto le darán por esa cosa en Wallapop.
Le pregunto a mi amiga. «Un buen regalo tiene que despertar alguna emoción en quien lo recibe», me dice. ¿Qué emociona a mi padre? Y entonces, simplemente, lo veo. Los dos en cuclillas delante de un castillo de arena. Su sonrisa mientras yo pido «cangrejo, cangrejo» delante de un acuario lleno de nécoras. Los dos en silencio ante unas ruinas de novela de fantasía. Mi padre sirviéndome una copa de vino al cumplir los dieciocho años…
«¡Tengo mi regalo!», le grito a mi amiga, que salta del susto. «Un álbum de fotos». Buscaré fotos de mi infancia en los lugares en los que tanto disfruté con mi padre. Luego iré hasta esos sitios y me sacaré nuevas fotos imitando a las antiguas. Cuando mi padre abra el álbum verá imágenes de mí, de cría, al lado de las nuevas fotografías. ¡Es perfecto!

Ria de Muros

Islas Cíes, en las Rías Baixas

La primera foto es una de las más difíciles de repetir, pero me acompaña la suerte. Mis padres aún están en contacto con un amigo que tiene un viejo barco de pesca restaurado. En cuanto le explico qué escena de mi infancia tenemos que reproducir, pide todos los permisos y organizamos la misma excursión que hicimos cuando yo tenía diez años. Y aquí estoy, en el barco, camino de la isla de san Martiño, la isla sur de Cíes a la que solo se puede acceder en embarcaciones privadas. Todo es tan espectacular como lo recordaba: las vistas de las otras islas y la ría, la playa, los bosques frondosos, las ruinas del Muíño do Limpiño… Frente a un atardecer que parece de mentira, consigo mi foto. Ya en casa, caigo rendida, sabiendo que aún me queda mucho para completar el proyecto.

Islas Cies

A Lanzada, en las Rías Baixas

A la mañana siguiente, armada con las indicaciones vagas de mi madre, viejas fotos, Googlemaps y la cámara, conduzco hacia la playa de A Lanzada, en la ría de Arousa, entre los municipios de Sanxenxo y O Grove. Si no supiera dónde estoy, creería que acabo de aterrizar en el Caribe. Me afano en construir un castillo con esa arena finísima y saco la foto. Comparo esta imagen con la de mi infancia y compruebo que algunas cosas no cambian: tengo la misma cara de orgullo ante mi obra. Un chapuzón en unas aguas claras y heladas, nada caribeñas, me despeja antes de volver al coche.

A Lanzada – O Grove

Santa Mariña do Dozo

La siguiente parada son esas ruinas de fantasía de las que hablé antes. Una iglesia románica que fue transformada en gótica para terminar siendo pasto de las llamas en el siglo XIX. Hoy solo quedan ruinas en Santa Mariña do Dozo, en Cambados. Pero qué ruinas. El estado en que se encuentra la iglesia no parece que se deba a las llamas o al paso del tiempo, sino a la intención de un genial arquitecto. Los muros y los arcos ya no sostienen el techo de piedra, sino el propio cielo. Imito la Polaroid que llevo en el bolso: tomada desde abajo, mi cara enmarcada por la piedra y las nubes.

Santa Mariña do Dozo, en Cambados

Laguna de Louro, en las Rías Baixas

Tras un largo trayecto en coche, llego a un paraje de otro planeta. Un monte que se encuentra con una laguna de agua salada que baña una playa. Frente a esos tres paisajes tan diferentes, un nuevo retrato, donde sustituyo los ojos emocionados de una enana llena de arena por una expresión de paz absoluta. Las horas se me pasan volando y empiezo a tener hambre.

Monte y laguna de Louro - Muros

Muros

Termino la jornada en Muros, que me enamora con sus contrastes: casitas de pescadores junto a palacetes señoriales. Mi madre no recordaba el nombre del restaurante donde insistí en comer «cangrejo, cangrejo», pero sí el lugar donde estaba. Con la ayuda de un vecino, pronto lo encuentro. Y, después de sacarme una foto delante de las nécoras y bogavantes del acuario, me enfrento a una verdadera cena gallega: pimentiños, raxo, pulpo, chinchos y… «cangrejos», que ahora ya sé que se llaman nécoras.

Muros

Santa Tegra

El tercer día estoy agotada y no consigo madrugar. ¡Me estoy recorriendo enteras las Rías Baixas! Pero el monte de Santa Tegra, en A Guarda, me recibe con un sol radiante. Paseo por el castro recordando cómo mi padre me hablaba de sus antiguos habitantes y de la cultura castreña mientras yo le escuchaba con los ojos muy abiertos. Encuentro el punto en el que me sacaron aquella foto hace tantos años. Ni la mejor panorámica podría hacerle justicia al espectáculo de la desembocadura del Miño en un día despejado. Pero, con sus recuerdos, mi padre sabrá completar esta imagen en la que sonrío sobre el fondo azul.

Castro de Santa Tegra

Baixo Miño

Me falta mi última foto. Mi primera copa de vino, a los dieciocho años, en una bodega del Baixo Miño. Me vuelvo loca buscando. Esta bodega no es la que busco. Esta otra tampoco. Tengo miedo de que se haga tarde y cierren. Rodeada de preciosos viñedos la encuentro por fin y llego a tiempo para la última visita. Aprendo de nuevo cómo se hace el vino en estas tierras y disfruto de la degustación. Mientras el vino me estalla en mil sabores en la boca, la guía me saca una foto con la copa en la mano. Ahora mi álbum está completo.

Viñedos en O Rosal

El esfuerzo ha merecido la pena: la cara de mi padre al ver el regalo no tiene precio. En realidad, revivir esos momentos ha sido un regalo también para mí. Nos sonreímos y le brillan los ojos.
«Hija, ¿cuánto crees que me darán por esto en Wallapop?»
Muy gracioso, papá.

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