Costa da Morte, la atracción del abismo
No hay acuerdo sobre los límites de la Costa da Morte: de Fisterra a Cabo Roncudo, según unos; hasta Malpica, e incluso Arteixo, según otros. Sea como fuere, hablamos de una de las riberas más salvajes y genuinas del Atlántico europeo: decenas de kilómetros de ensenadas, playas y acantilados, de mitos y leyendas, de belleza y de tragedia.
Manuel Sánchez
Fotografía: Pío García
El nombre Costa da Morte, sabido es, le viene de las muchas vidas arrebatadas por sus bajíos y temporales. Pero el vínculo de esta tierra con la muerte es muy anterior al primer barco desaparecido. Tanto como los túmulos funerarios que salpican su geografía hasta el borde del Mare Tenebrosum, el mismo mar donde celtas y suevos situaban el más allá, pues el Sol, en su cíclico naufragio, congregaba las almas de los difuntos.
Hay algo atávico que nos empuja hacia el abismo. Desde los constructores de megalitos a los romanos, los fenicios, celtas, germánicos… todos llegaron a esta costa para encontrar el fin de la tierra. Se habla, en efecto, de un camino más antiguo que el de Santiago, siguiendo el tránsito del Sol durante el día y la estela de la Vía Láctea por la noche. Un viaje que alentó la imaginación de nuestros antepasados y que culminaba precisamente aquí, donde se erguía la legendaria Ara Solis, destruida según la tradición por el propio Apóstol.
Y es que el rastro jacobeo alcanza hasta Fisterra y Muxía, verdaderos finales del camino para muchos peregrinos. El mito cristiano se asienta, no obstante, sobre una cultura popular profundamente arraigada. Y así, la devoción por la Virxe da Barca convive con las fábulas sobre los mouros constructores de castros, como el de Borneiro o el de Mourín. Y el recuerdo de Dugium, la ciudad anegada por renunciar a la verdadera fe, no empaña el de los santuarios célticos del monte Nerium o el Facho. Las piedras con poderes curativos —una clara reminiscencia pagana— se veneran junto a la Ermita de San Guillermo o Nosa Señora da Barca… Miles de años de creencias entremezcladas, de pueblos que van y vienen, y un único telón de fondo: la temible y seductora Costa da Morte.
Aún pervive esa atracción ancestral. El visitante encontrará hoy otros reclamos para adentrarse en esta tierra, empezando por su singular belleza. La Costa da Morte ha sido declarada Lugar de Importancia Comunitaria por la magnífica conservación de su litoral, y esconde tesoros como los Penedos de Pasarela y Traba, las salvajes Illas Sisargas o la villa de Corcubión, reconocida como Conjunto Histórico-Artístico.
Costa da Morte con su entorno natural constituye un espacio idóneo para todo tipo de actividades al aire libre: rutas ecuestres, kayak, escalada, surf… por no mencionar el Camiño dos Faros, una ruta de senderismo de doscientos kilómetros en ocho etapas, ideal para apreciar toda la espectacularidad de los acantilados, playas, marismas y rías.
Los menos aficionados a caminar, o aquellos que prefieran una perspectiva diferente, pueden conocer la costa desde el agua gracias a las embarcaciones que realizan travesías guiadas. Además de brindar un paisaje único, el viaje en barco permite asomarse a la cultura local, tan íntimamente ligada a la pesca y el marisqueo. No en vano la Costa da Morte ofrece una de las gastronomías más reconocidas de toda Galicia: lubina, rape, rodaballo, pulpo, nécora, bogavante, centollo… y los mejores percebes del mundo. La cosecha del mar es aquí verdaderamente excepcional.
Son muchos los encantos, desde luego. Pero la Costa da Morte sigue estando en el confín de la tierra. Y eso, por fortuna, la sitúa lejos del foco. En sus pueblos todavía es posible retroceder al ritmo pausado de otra época, a la tradición marinera y a las labores artesanas que son parte de su identidad. Tanto como la imagen del sol hundiéndose en un océano sin límites. La misma imagen que, probablemente, cautivó al primer hombre que llegó a asomarse al Fin del Mundo.
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Este tramo costero está considerado como uno de los más peligrosos de la Península debido a que la fuerza del mar y los frecuentes temporales hacen muy difícil su navegación. Tan fatídico y aterrador nombre se debe a los incontables naufragios que se produjeron en esta costa a lo largo de la historia. Curiosamente, el término “Costa da Morte” no es gallego. En realidad fue una escritora inglesa, Annette Meaking, la que así la bautizó a principios del siglo XX, conmocionada por las espantosas muertes que había sufrido la marina inglesa. Algunos de los naufragios más sonados son el del acorazado Captain de la Royal Navy en 1870, en el que perecieron más de 400 marineros, o el Serpent, en 1890, con 175 víctimas.
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Aun en el caso de aborrecer la poesía, la literatura puede ayudar -y mucho- cuando te decides a quemar rueda o zapatilla en la Costa da Morte. Algunos autores gallegos se inspiraron en lo escarpado de su relieve para dar forma a sus renglones. ¿Por ejemplo? Eduardo Pondal. Seas o no gallego, Pondal te sonará de oídas: es el autor del himno de nuestra comunidad autónoma. Probablemente tampoco haga falta que te ponga en situación al mencionar la Costa da Morte. Sí, es ese segmento del litoral coruñés cuya historia está aderezada con crudelísimos relatos de naufragios que inducen al tembleque o a la pesadilla. Y sí, también es cierto que se ha discutido -y se discute- mucho sobre dónde están sus fronteras.