¿Habéis volado sobre la nieve de Val Thorens?
Llevabais meses esperándolo y al fin estáis aquí, en la estación de Val Thorens. Aunque su base está a 2.300 metros de altura, ante vosotras se alzan los Alpes franceses, casi interminables. La nieve brilla, os llama, os reta. En un primer momento os sentís pequeñas al lado de las montañas. Unos copos insignificantes. Pero pronto os quitáis esa sensación como si os sacudieras el polvo. Al menos, por el momento.
Andrea Barreira Freije
Fotografía: Pío García
Habéis llegado temprano a Val Thorens, queréis aprovechar cada minuto. Fuera hace mucho frío. Lo habéis notado nada más bajar del coche. Alguien ha suspirado, pero el pensamiento se ha ido con el vaho que salió de su boca. En el fondo no os importa: eso logrará que la calidad de la nieve sea mejor. En la habitación os cambiáis. Os ponéis las botas, cogéis los bastones y los esquís. Ya estáis preparados.
Os habían prometido seiscientos kilómetros en los que poder esquiar y sabéis que cumplirán la palabra. Os había costado tanto decidir la pista por la que bajar que optasteis por dedicarle cada día a dos. Pero no pensáis en mañana. Vais a vivir el momento. Os habéis calzado ya y camináis con seguridad. No es la primera vez que esquiáis ni será la última.
Para empezar a calentar el cuerpo habéis optado por las pistas que bajan por el glaciar de Péclet. Os montáis en el funicular. Según ascendéis los árboles se van alejando y haciendo diminutos. Las vistas son impresionantes. Sonreís mientras en el estómago se cuelan todas las emociones. Os bajáis antes de llegar a la cumbre para evitar la ruta más difícil, aunque esta también lo sea. Ahora queréis calentar. Al llegar descubrís que no sois las primeras, pero tampoco hay una aglomeración de gente, por lo que descenderéis tranquilas.
En Val Thorens, habéis optado por seguir la ruta Christine. Comenzáis a bajar con relativa calma. Los esquís van dibujando líneas en la nieve, curvas que parecen cuerpos tan diversos como las personas que los crean. Zigzagueáis por la montaña. La primera en llegar espera a las demás. Siempre hay quien prefiere tomárselo con calma, aunque seáis un grupo al que le gusta la velocidad. Os tomáis un descanso antes de continuar.
Llega la tarde y con ella el momento de ampliar la dificultad del descenso. Subís en el telesilla, luego en otro, pues es el turno de la ruta de Moraine y el glaciar de Thorens. Dejáis que los pies rocen el aire pensando ya en la nieve, como si pudierais esquiar al revés, ascendiendo y además por el cielo. Notáis cómo el corazón os late con fuerza: son los nervios por un sueño cumplido de estar en Val Thorens.
Habéis llegado. Ajustáis las gafas y la braga para que os tape la boca. Observáis el terreno. Contabilizáis a las personas que ya han comenzado a descender. Hacéis un gesto y, una a una, comenzáis a bajar. No os vais a detener ni para coger aliento, porque el aliento os lo da la velocidad.
Vais acelerando, hoy la nieve está perfecta en Val Thorens para volar sobre ella. Apenas sentís el aire frío rozaros las mejillas. Os inclináis para acelerar un poco más. Ante vosotras aparecen algunos obstáculos. Sonreís para dentro. Los bordeáis con facilidad. Os adelantan, pero apenas percibís una vibración. El respeto entre esquiadoras es máximo. Cada pista acaba marcando sus propias normas. Habéis pasado por varios tipos distintos desde la primera vez, por eso sabéis que convertirse en un obstáculo puede significar una caída. Podéis recordar varias, las hubo cómicas, incluso alguna que terminó en lesión, pero eso ha sido hace tiempo.
Y así, poco a poco, la respiración se agita, los músculos se van cansando, pero con satisfacción. ¿Cuántas veces habéis subido y descendido la montaña? No las contabilizáis porque no hay dos momentos iguales, aunque la ladera parezca la misma.
Ha llegado el momento de tomarse un respiro o el cuerpo no aguantará esos días que os quedan por delante en Val Thorens. Os sentáis en la nieve. El sol cae entre las montañas del Parque Nacional de Vanoise. Se deshace en cientos de estrellas heladas, caídas entre el manto de niebla que rivaliza con el de la nieve.
—Lástima que el invierno sea solo una estación al año —comentáis cenando, mientras preparáis la jornada del día siguiente.
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