Islas Cíes, las islas de los dioses

Agua turquesa y cristalina, arena fina y blanca y calma, mucha calma.
No, no te estoy hablando del Caribe. No hace falta irse tan lejos ni desembolsar gran cantidad de dinero para pasar un día en el paraíso. Puedes encontrar todo esto y mucho más en las Rías Baixas de Galicia. Te presento las Islas Cíes, las islas de los dioses según los romanos, y te prometo que quedarás encantado de conocerlas.

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El archipiélago de Las Islas Cíes, esta compuesto por tres islas, protege la ría de Vigo de la fuerza del Atlántico. Pertenece desde 2002 al Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia, junto al archipiélago de Ons y las islas de Sálvora y Cortegada. Para proteger este entorno se ha limitado el aforo de visitantes, por lo que no es un lugar masificado: se hace hincapié en la protección de flora y fauna. Las tres islas son la del Faro, la de Monteagudo y la de San Martiño. Esta última solo podrás visitarla si dispones de embarcación propia o conoces a alguien que la tenga.

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Las islas de Monteagudo y del Faro, unidas por la playa de Rodas y un dique artificial, son todas tuyas. Ya desde el barco que te lleva hasta ellas puedes intuir que vas a pasar un día inolvidable. Basta con ver el blanco arenal de la playa de Rodas, que supera el kilómetro de longitud, situado en la isla del Faro. Es la mejor playa del mundo, y no habla mi orgullo gallego, sino que ha sido calificada así por el periódico británico The Guardian.

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Cuando llegue a la isla del Faro tendrás que tomar la difícil decisión de quedarte tumbado en la arena y dejarte arrullar por el vaivén de las olas o emprender una de las cuatro rutas de senderismo que recorren las islas. Si te decides por hacer un poco de ejercicio, descubrirás espacios naturales tan bellos como el lago de Cíes, conocido como Lagoa dos Nenos. Es un ecosistema de una riqueza marina incalculable.

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De camino al Faro de Cíes pasarás por el centro de interpretación del parque, emplazado en el antiguo almacén de artillería, del siglo XIX. Este, a su vez, se había construido sobre las ruinas del monasterio de Santo Estevo. Los monjes no eran ajenos a la belleza de estas islas, aunque acabaron abandonándolas tras las repetidas visitas de los piratas.
Sigue paseando bajo las benévolas sombras de los eucaliptos y los pinos y no te desanimes cuando toque subir el camino zigzagueante hasta el faro. Podrás detenerte en cada curva para contemplar las vistas. En la cima te espera la recompensa por tu esfuerzo.

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Otra de las rutas de las Islas Cíes, te llevará hasta el Alto do Príncipe. Contempla la inmensidad del océano, pero no te acerques demasiado al borde de los acantilados si sufres de vértigo: superan los ciento cincuenta metros de altura.
Te habrás fijado en el contraste entre las dos vertientes del archipiélago. Por la cara este, que da a la ría de Vigo, se extienden las playas, las dunas y las laderas cubiertas por bosque y matorral. Por la cara oeste, expuesta al océano Atlántico, se imponen los abruptos acantilados para proteger a la ría de la furia del mar.

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Como es natural, la fauna está muy protegida en este parque natural de Las Islas Cíes. Está declarado como zona de especial protección para las aves. Las aves migratorias eligen este oasis como lugar de descanso, mientras que otras, como la gaviota patiamarilla o el cormorán moñudo, crían aquí a sus polluelos y residen en las islas de forma permanente. De hecho, la colonia mundial más numerosa de gaviotas patiamarillas se encuentra aquí, con más de 20.000 parejas. Están muy acostumbradas al ser humano y no es de extrañar que quieran participar de nuestra merienda (cosa que no debemos permitir, por el bien de las aves) o hacerse un selfie con nosotros. Eso sí, te sugiero que agarres bien la cámara.

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Si todavía tienes tiempo antes de embarcar, relájate en alguna playa. No puedes irte sin al menos haber metido los pies en el agua. Averigua si el dicho de que el agua de las Islas Cíes es cosa de valientes es real o no. ¡Cuéntanoslo!

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