Isla de lobos, tierra salvaje en Canarias

En el puerto de Corralejo, en la costa nordeste de Fuerteventura, me subo entusiasmado al barco que me llevará a la Isla de lobos. Es una excursión que tenía pendiente desde la primera vez que visité las Islas Canarias. Hace tiempo que un buen amigo majorero me comentó que no me podía perder ese paisaje tan singular. ¿Me acompañas a comprobar si tiene razón?

Amara Castro Cid
Fotografía: Pío García

Viajando con Pío
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Muelle de Isla de lobos

La travesía, de tan solo un par de kilómetros, se hace en un abrir y cerrar de ojos. El barco lleva a otros viajeros que, como yo, están deseando conocer los encantos de esta peculiar isla. Forma parte del parque natural de las dunas de Corralejo e isla de Lobos, por lo que nos dirigimos a un espacio protegido en su totalidad. Antes de que me dé cuenta, estamos atracando en el muelle de Isla de Lobos. Nos recibe el busto de la escritora Josefina Plá, hija del farero de Isla de lobos, Leopoldo Plá, destinado al islote en el momento de su nacimiento. 

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Centro de visitantes de Isla de Lobos

Empiezo por documentarme en el centro de visitantes sobre qué ver en Isla de lobos. Gracias a los grandes paneles informativos profundizo en detalles sobre el proceso de formación del islote y su flora y fauna. También tomo nota de algunos puntos estratégicos en los que podré hacer buenas fotografías. 

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Aquí confirmo que el nombre de la isla tiene su origen en la abundante población de lobos marinos que existió antaño. Hoy ya no es posible verlos en la zona, pero las imágenes de algunos ejemplares nos recuerdan que este era uno de sus hábitats hace no tanto tiempo, dejando en el aire la reflexión sobre el cuidado del planeta que todos debemos hacernos. 

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Paisaje volcánico

Encaro la senda que me llevará a hacer un recorrido a lo largo de todo el perímetro del islote. Al fondo, ya se puede ver el volcán que será uno de los puntos en los que me detendré más adelante. Ya desde lejos, me impone contemplar su silueta. El camino está bien señalizado y se agradece que lo hayan despejado de grandes piedras para no tener que ir pendiente de evitar algún tropiezo. 

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El paisaje árido, propio de las tierras volcánicas, me muestra una de las zonas más salvajes de las islas Canarias. La baja vegetación se compone de especies nacidas para sobrevivir ante las inclemencias del sol y el aire del mar. La naturaleza me transmite aquí una de sus principales lecciones: hasta en las condiciones más difíciles, la vida se adapta y la supervivencia acaba venciendo.  

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Montaña de la Caldera de Isla de lobos

Empiezo el ascenso a la montaña de la Caldera de Isla de lobos. Tengo la sensación de estar caminando sobre un león dormido. Inconscientemente, intento no despertarlo con mis pasos. No puedo olvidar que estoy pisando un islote volcánico y en este momento estoy recorriendo la ladera de un volcán. 

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La senda está dividida en pequeños tramos escalonados que facilitan la subida. Esta es la parte más dura de la ruta, pero el esfuerzo se ve recompensado por la satisfacción de llegar a la cima. Desde este enclave, se aprecia claramente cómo el cono volcánico, erosionado por la fuerza del mar, ha ido esculpiéndose en forma de herradura. A mis pies, ante la inmensidad del Océano Atlántico, mi vista se topa con una recogida bahía. Imagino que sería un buen refugio para el descanso de los leones marinos que, en tiempos no tan lejanos, habitaban esta costa. 

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De camino al faro de Isla de Lobos 

Con lo que he visto por ahora ya me habría valido la pena la visita a Isla de Lobos. No necesito esperar hasta el final para darle la razón a mi amigo majorero. Este es uno de los lugares que hay que ver en Canarias, tanto por la singularidad de su paisaje volcánico como por la espectacularidad de sus vistas. Emprendo el tramo que me llevará hasta el faro Martiño. 

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Cada poco tiempo, tengo la precaución de hidratarme, pues no hay sombras bajo las que resguardarse. El color oscuro de la tierra volcánica va acompañando mis pasos mientras atravieso el interior del islote. 

Faro Martiño

A lo lejos, diviso ya el faro Martiño. Sobre una cima se alza una construcción sencilla, pero cuyo valor reside en la función de iluminar el camino de las embarcaciones señalándoles la costa. Cada vez que veo un faro, me embarga una sensación casi poética al pensar en su esencia: es una luz que salva vidas. Entiendo que hayan llenado tantas páginas de la literatura universal y, por lo que a mí respecta, disfruto inmortalizándolos con mi cámara. 

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A los pies del faro Martiño, el paisaje nos obsequia con una laguna que, con el encanto de sus reducidas dimensiones, hace las delicias de varias especies de aves protegidas. Al fondo, el océano se muestra en toda su plenitud. Aprovecho un murete para sentarme y cierro los ojos un instante para dejarme hipnotizar por el sonido de las olas batiendo. Ya no hay lugar a dudas, mi amigo tenía razón, esta es una visita que vale la pena.

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Hacia el Puertito

De camino hacia el Puertito me doy cuenta de que he estado tan absorto con el paisaje que ni siquiera me he parado a reponer fuerzas. Por supuesto, mi refrigerio de hoy tiene aroma local: un plátano de Canarias que me sabe a gloria. 

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La brisa del mar me acaricia la cara mientras recorro la senda que me lleva de vuelta al punto de partida. Salpican el terreno de verde algunos conjuntos de suadera vera, una especie silvestre propia de las marismas. Busco un buen encuadre desde el que mostrar la tierra volcánica adentrándose en el mar, con Lanzarote como telón de fondo. 

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Puertito de Isla de Lobos

Llego al final del recorrido y encuentro un reducto de civilización con pequeñas casitas de pescadores y ambiente animado. Pero lo que de verdad me llama aquí es el mar. El color turquesa de sus aguas en esta zona me invita a darme un baño. No me lo pienso. Este es un gran final para una excursión que, tal como me indicó mi amigo canario, ha merecido la pena. 

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También él me dijo que tendría ganas de bañarme al final del camino. Y una vez más, tenía razón. He venido equipado con bañador y una pequeña toalla. Dejo mis cosas en la arena. Los pies agradecen, al instante, la entrada en el agua. Unos pasos más y el mar me envuelve hasta la cintura. Ahora tengo que dejarte. Voy a sumergirme. Me quedaré aquí un buen rato relajándome y dejando que todas mis preocupaciones se diluyan en estas aguas cristalinas. ¡Nos vemos en el próximo reportaje!

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