En Galicia podemos utilizar hasta quince sustantivos para referirnos a una fiesta: festa, algueirada, carallada, chola, esmorga, folía, foliada, gandaina, pándega, rexouba, troula… No nos queda más remedio que reconocer que la fama de alborotadores (en el más lúdico de los sentidos) nos la hemos ganado a pulso. Y poco o nada pueden huir de esta característica los vecinos de una pedanía como la de Bembrive, en Vigo, donde se atreven a empalmar las intensas citas navideñas con los actos de la fiesta de San Blas en Vigo, que se celebran en los dos primeros meses del año.
Lorena J.
Fotografía: Pío García
Aunque el inamovible «día grande» de estas fiestas es el 3 de febrero, la gente de Bembrive disfruta desde mediados de enero de varias actividades y de una serie de loureiros y furanchos, abiertos de forma excepcional en su núcleo urbano, en los que se acompaña el vino sobrante de la cosecha con platos que giran en torno al cerdo: cocido gallego, oreja, callos…, recetas no aptas para vegetarianos y que son casi un canto de amor a esas matanzas celebradas durante el otoño en muchos hogares gallegos.
El día 3, las misas en la iglesia de Santiago de Bembrive se suceden desde bien temprano. Con un sol calentando todavía lo justo, los puestos de comida (pulpeira, negocios de embutidos, churrera…) ya trabajan a pleno rendimiento, las charangas toman los bares, suena el clásico «Vamos todos juntos a San Blas» y varios asistentes dejan prácticamente secas sus botas de vino.
A mediodía, con los acordeones, las gaitas y los tambores todavía sonando, los de la parroquia viguesa participan en la procesión del santo que cura las enfermedades de garganta, cuya imagen realiza un recorrido por el lugar de O Mosteiro acompañada por el patrón de la pedanía, Santiago Matamoros.
Algunos de los vecinos caminan con el ritmo aún en el cuerpo mientras otros lo hacen sujetos a una vela y con un gesto algo serio que busca ser una señal de respeto. Tras la procesión, los más creyentes no solo pasan el pañuelo por san Blas para proteger su faringe, sino que también esperan que este bendiga sus panes y sus rosquillas.
A la hora de comer, romeros de todas las edades cambian los furanchos por las plantas bajas de muchas viviendas, que se convierten en casas de comidas improvisadas (y con música en vivo). En estos bajos y garajes se reúnen las peñas: grupos de amigos y familiares que eligen celebrar la fiesta de San Blas en Vigo, año tras año, con los pañuelos identificativos atados al cuello.
Una vez allí, las cuncas de vino ayudan a entrar en calor. La energía debe mantenerse intacta hasta el final de la jornada, resistiendo los muchísimos bailes a los que invitan las charangas. De hecho, un vecino de Bembrive asegura que «es tanta la animación que, por momentos, parece que estás en un espectáculo de coplas de carnaval».
Esta romería es la fiesta popular invernal por excelencia de Vigo. Con una fama creciente, su origen se remonta al siglo XVII, época en la que estaba protagonizada por miembros de cofradías y gaiteiros. Durante muchos años las mujeres no fueron bien vistas en los actos en honor a san Blas. Eran ellos, recién finalizada su jornada laboral en el sector naval, los que se acercaban a las tierras de Bembrive para hacer de un día laborable una de las fechas más especiales del municipio. Afortunadamente esto ya cambió y en las peñas participantes reina la diversidad: las hay femeninas, masculinas y mixtas.
Con esa entrega total a una celebración que ya no entiende ni de edades ni de sexos, pasado el 3 de febrero los bembriveses suelen descansar en el verdísimo parque forestal de su parroquia o en uno de esos miradores desde los que se disfruta de una vista única de las Illas Cíes. Ni siquiera esa panorámica evita que algunos piensen ya en repetir otra fiesta en honor a san Blas, aunque tanta emoción pueda producirles afonía…
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