Levada do Caldeirão Verde, es una de las razones que motivó mi viaje a Madeira. Quería recorrer sus famosas levadas, arterias construidas hace siglos para guiar el agua desde el corazón de la isla, que hoy siguen latiendo y atrayendo caminantes de todo el mundo. No es por despreciar los mil colores que me ha regalado Funchal con su carnaval y sus mercados, pero yo vine a Madeira buscando verde. Ha llegado el momento de sacar las botas de senderismo de la mochila, ha llegado la hora de emprender la ruta del Caldeirão Verde.
Marcos González Penín
Fotografía: Pío García
Levada do Caldeirão Verde. El camino del agua
Mi viaje comienza en el Parque Forestal de Queimadas, en la parte norte de la isla, donde marcando el comienzo de la ruta me recibe un refugio con la arquitectura típica de la zona, tejado de paja a dos aguas perfectamente integrado en el paisaje. Tira de mí el túnel verde que arranca a mi izquierda, con un panel de madera que anuncia el sendero de 6,2 km que vine buscando, el comienzo de la ruta del Caldeirão Verde.
Levada do Caldeirão Verde. Se me ocurre que probablemente sea el único cartel que necesitaré hoy. A partir de aquí me marcará el paso la levada propiamente dicha, un canal de agua de unos 50 centímetros de ancho que remontaré contracorriente a lo largo de toda la ruta. Podría parecer poca cosa, un pequeño hilo de agua al lado del camino. Pero recuerdo que lleva corriendo desde el siglo XVIII, que forma parte de una gigantesca red de 2.500 kilómetros que discurre por acantilados al borde del mar, atravesando abruptas montañas…
Al lado del canal, el sendero se adapta a las posibilidades que ofrece la abrupta orografía. En algunos tramos forma grandes avenidas, pero más a menudo se estrecha, obligando a caminar en fila india y meter barriga para dejar pasar a los senderistas que vienen de vuelta. Aun así, nunca llega a volverse peligroso o impracticable, parece invitarme a seguirlo en busca del origen del agua.
Levada do Caldeirão Verde. La selva del agua
El agua marca el camino, pero también el carácter de la ruta. Estaba presente en estas montañas mucho antes de que llegaran los hombres con su levada. Está en la niebla que me acompaña en algunas partes del camino. Rezuma de la vegetación que cubre las rocosas paredes a mi alrededor, dándome la impresión de que estoy penetrando en una selva olvidada…
Una sensación que no está muy lejos de la realidad. Porque lo que ahora atravieso es un bosque de laurisilva, una joya prácticamente extinta en la Europa continental con las glaciaciones del cuaternario, que a día de hoy apenas puede disfrutarse en islas muy concretas, la costa de Mauritania y en las cataratas de Iguazú.
Aunque probablemente sea aquí, en Madeira, donde mejor se conserva. En el camino me cruzo árboles de gran tamaño que se elevan sobre el camino, laureles inclinados hacia el abismo, cedros autóctonos y brezos centenarios. Una auténtica explosión de verde que me rodea, atrae mi atención mientras sigo el camino que me marca la levada.
La montaña del agua
La corriente me guía a través de escarpados acantilados hacia un destino desconocido. He llegado a confiar en este pequeño hilo de agua, sigo sin dudar los pasos que me marca. Tanto que ni siquiera titubeo cuando me conduce hacia el interior de la propia montaña.
En varios puntos del recorrido me encuentro túneles excavados en la roca, pozos de oscuridad que ofrecen un claro contraste con los vivos colores acumulados en mis retinas. El primero es pequeño, la luz de la salida se ve desde el principio. El segundo es más largo, me veo obligado a recurrir a la linterna del móvil para no meter el pie en la levada, que sigue imperturbable su curso a través de la negrura.
Pero estos interludios oscuros no me desaniman. Me conceden tiempo para descansar la vista, para volver a sorprenderme cuando el verde ilumina de nuevo mis ojos. Quizás sea el contraste con la estrechez de los túneles el que hace que me impresione cuando la ruta del Caldeirão Verde se adentra en el profundo valle de la Ribeira de São Jorge, ofreciéndome imponentes panorámicas desde los aproximadamente novecientos metros de altitud a los que discurre el sendero, escarpados acantilados en los que la vegetación y la roca se funden en una estrecha simbiosis a la que no estamos demasiado acostumbrados.
El origen del agua
Paso a paso, he seguido el curso del agua a través de valles y montañas. Y finalmente he llegado al origen del agua, a un lugar donde me detengo incapaz de seguir remontando contra corriente su curso. Porque su curso es un salto de agua de unos cien metros, que se precipita con fuerza hacia una pequeña laguna. Estoy en el Caldeirão Verde, una especie de claro entre montañas que da nombre a la ruta y marca el final del camino.
O al menos de mi camino. Podría seguir adelante persiguiendo nuevos cursos de agua, ya que la ruta del Caldeirão Verde da paso a la ruta del Caldeirão do Inferno. Pero he escuchado que este nuevo sendero gana en dificultad, estrechándose demasiado por momentos y poniéndole las cosas algo más complicadas al aventurero que se atreva a recorrerlo.
Así que decido dejar esta senda de nombre ominoso para otra ocasión. Me relajo al pie de la laguna, descanso un rato las piernas antes de emprender el camino de vuelta. Tengo que volver a atravesar el valle de la Ribeira de São Jorge, cruzar de nuevo los túneles, seguir una vez más el sendero entre la vegetación y las montañas. Pero desandar lo andando no me da pereza.
La selva que he cruzado bien merece una segunda visita, estoy seguro que me he dejado rincones sin observar. Además, el retorno debería hacerse más fácil. No es que la cuesta abajo se perciba demasiado, pero esta vez no tendré que remontar la corriente. Esta vez el agua de la levada caminará a mi lado.
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