Dejo atrás Carballiño. Un paseo por la ribera del Arenteiro me lleva hasta al puente medieval de Ponterriza, donde antaño exigía su portazgo el conde de Ribadavia. Hoy los peajes se pagan en las autopistas y nadie me detiene cuando cruzo el río para adentrarme en las tierras de Boborás.
Vengo aquí a buscar el románico de Boborás, piedras: pulidas, talladas en forma de sillares, de columnas, capiteles… Viejas piedras que conforman uno de los legados más impresionantes del románico en Galicia. Pero, antes de nada, dejadme que os sitúe…
Manu Sánchez
Fotografía: Pío García
Boborás, en el corazón de Ourense, es tierra de ríos, montes y fértiles valles repartidos en una quincena de parroquias. Su historia es antigua y rica, como atestiguan los enterramientos megalíticos del neolítico y los castros de la Edad del Hierro, la explotación aurífera de los romanos en Brués, los puentes y los edificios religiosos que ratifican la importancia de la zona durante la Edad Media, El románico de Boborás o los pazos señoriales que se levantan a partir del siglo XVI.
En Boborás se concentran no pocos atractivos para el visitante. Además del patrimonio histórico-artístico, como el románico de Boborás, ofrece impresionantes parajes naturales, senderismo, rutas culturales que unen paisaje y cultura, ferias y fiestas como la de As Mudacións con su danza blanca, eventos deportivos y hasta aguas termales con propiedades curativas.
Cada uno de estos reclamos merece por sí solo el interés del viajero. Pero yo, como dije, he venido a buscar piedras. Piedras que reverberan con un murmullo secular de caballeros templarios, revueltas irmandiñas y extraños símbolos grabados, entre muchas otras historias.
Cinco templos debo visitar en mi peregrinaje. Cinco iglesias, todas ellas levantadas entre los siglos XII y XIII, que ejemplifican la sobria fortaleza del románico. Y decido empezar por la de San Xulián de Astureses, al norte, no muy lejos de donde me encuentro ahora mismo.
La iglesia de San Xulián es, probablemente, la más fiel a su estilo original. O la que menos sufrió la irrupción del barroco, si se prefiere. Fue fundada por la Orden del Temple en el año 1202, como atestigüa una inscripción. Tan solo un siglo después el Temple fue abolido y esta iglesia, como muchos otros bienes, fue cedida a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, u Orden de Malta, con la que rivalizaba. La fachada es hermosa, con dos contrafuertes que enmarcan una recia portada. En el ábside se aprecian motivos zoomórficos y en las ventanas, flanqueadas por columnas, motivos vegetales. Son ornamentos sencillos, cercanos, como corresponde a su época.
Antes de continuar mi camino me fijo en el capitel: tres cruces de Malta proclaman el traspaso del inmueble.
Xuvencos es mi próxima parada. Un castillo dominaba la parroquia en tiempos, según parece, hasta que fue asaltado durante las Guerras Irmandiñas. Hoy no queda piedra sobre piedra. Pero no he venido aquí a rememorar una revolución, sino a visitar la iglesia de Santa María de Xuvencos.
Una escalinata permite acceder al templo, que conjuga su alma románica con pinceladas góticas, evidenciando la transición entre ambos estilos. También aquí encuentro lienzos, columnas y capiteles adornados con motivos animales y vegetales. E incluso algún barril que denota la tradición vinícola de la comarca.
Mucho menos comunes son los símbolos que figuran sobre la puerta principal: círculos que se entrelazan, motivos abstractos, solares quizá. Se cree que pertenecían a una construcción anterior, un templo suevo o visigótico. Son once en total y lo cierto es que nadie sabe exactamente qué significan. La imaginación popular, tan fértil, ha dado en mezclar su misterio con el de los siempre sugestivos templarios. Quién sabe… Puede que me entretenga jugando con la idea mientras retomo el camino.
El siguiente alto no se encuentra lejos. La iglesia de San Martiño de Cameixa sufrió varias remodelaciones. No obstante, el primitivo arte románico se conserva y luce majestuoso: en su portada principal, en su tímpano apoyado sobre ménsulas en forma de cabezas zoomorfas, en los dos pares de columnas de fuste liso con capiteles vegetales que flanquean la puerta… Sobre el ábside semicircular destaca un reloj de sol y, arriba del todo, una cruz perteneciente a la Orden de Malta, tan asentada en tierras galegas.
Una breve parada, un trago del Ribeiro de la comarca y vuelta al camino.
Me dirijo ahora a visitar la iglesia de San Mamede de Moldes. La construcción se eleva sobre la cima de un antiguo castro. Me encuentro nuevamente con la planta de una sola nave y un ábside. Más tarde se añadió una capilla adosada al muro sur.
También aquí estuvieron los caballeros del Temple, como señala la cruz sobre la entrada principal, que se repite además en todo un vía crucis alrededor del edificio. Resulta tentador imaginar la pugna entre las dos órdenes religioso-militares en estas tierras: templarios y hospitalarios financiando templos, obteniendo favores, ingresando en sus filas a los hijos de la nobleza local, controlando territorios…
El románico de Boborás. La luz empieza a declinar. El horizonte congrega nubes pesadas y grises. Apresuro la marcha. El quinto y último templo me espera en Pazos de Arenteiro. El pueblo, con sus maravillosas calles empedradas y sus casas señoriales, ha sido declarado Conjunto Histórico Artístico. Paseando por él se intuye todavía la pujanza económica que debió tener en el pasado.
El románico de Boborás. La planta de la iglesia de San Salvador de Pazos de Arenteiro no es una excepción a la regla: una sola nave y un ábside semicircular, tan típicamente románicos. Localizo la cruz de Malta en el tímpano de la portada. No es el único símbolo que encuentro: las marcas de los canteros de la iglesia, cruces e inscripciones se reparten sobre los muros laterales.
Mientras me entretengo intentando descifrar el significado de los grabados el sol desaparece tras las montañas. Debería buscar acomodo antes de que la noche se cierre.
Vuelvo a la aldea, a las callejuelas empedradas y los pazos de señorial linaje. Un aroma de castañas asadas endulza el aire. «También va siendo hora de cenar…» ―me digo.
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