Los que pintamos estamos en busca de nuevos colores y texturas constantemente. Este fin de semana dejo la ciudad, con sus grises y sus ángulos, buscando algo que me inspire. Y, de paso, un poco de aire fresco en Ferrolterra.
Ana Luna
Fotografía: Pío García
Mi aventura comienza en el lugar de Ferrolterra, O Roxal, al lado de Neda. Bajo del coche y ya huele a tierra húmeda. Camino por un pequeño sendero entre árboles y molinos de piedra, escuchando a lo lejos el murmullo del agua. La responsable del sonido va apareciendo entre los árboles…
Es la cascada del río Belelle. ¡No me había imaginado que tuviese semejante altura! Rápidamente, saco mi cuaderno y mis acuarelas. Decenas de tonos de verde y marrón en los árboles y el musgo. El movimiento brutal del agua. Acabar esta acuarela me lleva un buen rato, pero merece la pena.
Quiero seguir caminando y pintando, así que me dirijo a Neda, por donde pasaban los peregrinos ingleses que llegaban en barco a Ferrol. Decido seguir el Camino Inglés durante unos dos kilómetros. Primero, paso por unas pasarelas de madera que me permiten caminar sobre las marismas del Belelle, para después visitar una pequeña joya del Barroco rural: la iglesia de Santa María. Allí se encuentra el Cristo de la Cadena, fugitivo británico de las persecuciones anglicanas que llegó a Neda tierras de Ferrolterra en el siglo XVI.
Las flechas amarillas me guían hasta el casco antiguo de Neda. Los soportales, las casas, la Torre del Reloj, el Hospital de Peregrinos, el cruceiro de la iglesia de San Nicolás… Todo quiero pintarlo, capturar el color del tiempo que pasa por la piedra de Neda, y esto me cuesta algún que otro café. El camino sigue hacia Pontedeume, pero ya ha llegado la hora de buscar otros paisajes.
Mis pies cansados se calman con la arena fina y el agua fresca de la playa de Doniños. Mis ojos no paran de buscar, pero estoy demasiado a gusto como para sacar el cuaderno. Solo quiero descansar. Hasta que una señora que pasea por la playa me cuenta la extraña historia del lugar que se esconde tras las dunas de esta tierra de Ferrolterra.
En el lago de Doniños me recibe un martín pescador acompañado de juncos, nenúfares y sauces. Me siento y pinto el reflejo del paisaje en el lago, pensando en lo que me acaba de contar la mujer de la playa. Parece ser que antes había aquí una ciudad de muy malas costumbres, a la que Jesús castigó con una terrible inundación. Solo se salvaron dos niños que flotaron en su cuna. En mi pintura parece que se ve una torre asomando del lago…
La siguiente parada es la playa de Santa Comba. En un día como hoy es difícil imaginar esa niebla espesa que causó tantos naufragios. La sencilla ermita románica me observa desde lo alto de su isla. Dicen que la imagen de la santa llegó navegando en una pila de piedra a este lugar remoto. Capturo en mi cuaderno las rocas e islotes recortados sobre el mar, donde los surfistas aprovechan el viento habitual en esta playa. La espuma de las olas, al batir contra las rocas, completa mi acuarela de Ferrolterra.
Antes de marcharme, visito la playa de Ponzos. Por fin me atrevo a bañarme… ¡qué frío! Pero qué bien me siento después. Con unas pinceladas rápidas, guardo la forma de medialuna de la playa en el papel.
Vuelvo a la ciudad con un cuaderno lleno de acuarelas que enseñar a mis amigos. Espero que, a través de ellas, puedan compartir conmigo estos paisajes. A lo mejor, alguno hasta se anima a seguir mis pasos por Ferrolterra. ¿Tú qué plan tienes para el próximo fin de semana?
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