A Veiga, memoria sumergida con Trevinca al fondo

A veiga. Hace un par de meses fue mi cumpleaños. Ni estando peligrosamente cerca de los cuarenta mi padre deja de enviarme un regalo. En esta ocasión me llegó un paquetito muy temprano. Era una cámara instantánea, un aparato absolutamente analógico, de esas que sacan una foto del tamaño de una tarjeta de crédito. Durante unos minutos me pregunté por qué mi padre me salía con esas en la era digital, y aunque me hizo cierta gracia, saqué un par de fotos del gato y la dejé sobre el escritorio. Los días sucesivos reposó silenciosa al lado del router. Cuando me sentaba al ordenador la veía. Se resignaba al polvo. En una de esas ocasiones, mientras tecleaba «turismo en Valdeorras» para organizar mi merecida fiesta, nuestras miradas se cruzaron. Tenía la maleta casi hecha y decidí dejarla caer al fondo de la mochila. Cuando quedé con mis dos mejores amigas, allí estaba ella. Las tres sonreímos para la foto.

Andrea Montealba
Fotografía: Pío García

A Veiga

Nuestro plan era pasar el sábado en el embalse de Prada en A Veiga. Habíamos escuchado que era un paraje singular, con unas vistas y una tranquilidad dignas de una pastoral de Virgilio. Solo por eso merecía la pena viajar hasta la comarca más oriental de Ourense, la vitícola Valdeorras, que descansa arropada por la Sierra de Enciña da Lastra y el Macizo de Pena Trevinca.

Playa de Los Franceses - A Veiga

Nos dirigíamos al concello de A Veiga. En él se encuentra Pena Trevinca, techo de Galicia, que nos observa desde sus 2.127 metros de altitud. Y una de las cosas que divisa desde su imperturbable posición es el embalse de Prada. La particularidad de esta presa que contiene el curso del río Xares son sus playas. Las más conocidas son la de los Franceses y la de Coiñedo. Desde luego no son las típicas playas gallegas. Son arenales a más de 800 metros sobre el nivel del mar y con vistas a Trevinca. Algo único.

Embalse de Prada - A Veiga
Embalse de Prada - A Veiga

Nada más llegar a la playa de los Franceses percibimos el encanto del lugar. Es posible que te llame la quietud fresca de la arboleda, el calor de la arena o un chapuzón a buena temperatura. Incluso puedes alquilar piraguas o pedaletas con toboganes desde los que tirarte al agua. Si quieres movimiento, lo mejor es la ruta que rodea el embalse, un paseo especialmente recomendado para bicicletas ya que es prácticamente llano. A lo largo del recorrido, de casi treinta kilómetros, divisamos la playa de la Presa y la isla de Preboubo, en el centro del embalse. Nos acompaña la caricia de la brisa, el chapoteo del lago… Y entonces te da la sensación de que allí todo se ha dispuesto para un día inolvidable.

Y ocurrió exactamente eso. El lugar se nos grabó en la memoria.

Embalse de Prada - A Veiga

A media tarde, mis amigas me tenían preparada una sorpresa. Habían reservado plazas para viajar en el catamarán que surca el embalse. Se llama Santa María de Alberguería. Sale de la playa de los Franceses en A Veiga y durante una hora te descubre otra visión del entorno. A mitad de camino, se detiene en un punto al norte. Exactamente ahí, bajo el agua y la tarde de verano, duerme desde 1959 el pueblo que da nombre a la nave, sumergido a causa de la construcción del pantano.

Embalse de Prada - A Veiga
Embalse de Prada - A Veiga

En Galicia hay decenas de poblaciones anegadas por hidroeléctricas. El de Alberguería en A Veiga, es uno de los casos más conocidos por la resistencia de sus vecinos y la virulencia con la que fueron sacados de sus casas, prácticamente en el último minuto. Algunos se quedaron, literalmente, a ver desaparecer bajo el torrente las cien casas, la taberna, las huertas… hasta las porterías que el cura había mandado construír para las pachangas dominicales. Toda una vida borrada por Hidroeléctrica Moncabril, que en 1961 inauguró la obra. La iglesia fue trasladada a cincuenta kilómetros, todo un detalle, y los vecinos recibieron una escasa compensación y se dispersaron por la provincia y la emigración argentina. Pero la memoria de Alberguería no se diluyó. Se mantiene en quienes cuentan su historia; en vecinos y familiares que cada 15 de agosto vuelven para celebrar la fiesta de su pueblo sumergido.

Embalse de Prada - A Veiga

Todo esto nos lo cuenta María. Coincidimos con ella antes de subir al barco. Ella y su compañero Miguel están esperando a que se junte el mínimo de cinco personas que se exige para el viaje. Nosotras completamos el paquete. Han venido a ver la zona porque a ella le han encargado un artículo. Es divertida y cuando sonríe se le achinan los ojos. Sin quererlo, se ha convertido en nuestra guía improvisada. Bromea diciendo que debería sacarnos en el artículo. Nos cuenta todo lo que sabe de Alberguería y las rutas cercanas. Nos habla de la Cántara da Moura en A Veiga, una piscina natural que el río Corzos ha excavado en la piedra. Allí, dice, una mujer encantada, una moura, peina sus cabellos con un peine de oro. Al oirnos pasar lo dejará caer y si se lo devolvemos seremos premiadas con tesoros legendarios. No sabe como contará todo eso en cuatro mil caracteres, confiesa.

Escudriño el espejo del agua. Busco allá abajo una sombra, el bullicio que en tiempos debió recorrer este lugar.

Embalse de Prada - A Veiga

Al regresar de A Veiga, María ve la cámara colgada de mi hombro y se ofrece a sacarnos una foto. Pero deberíais salir con nosotras, le digo. Y nos apretamos para un selfie. Al cabo de unos minutos comienza a aparecer la imagen. Me gusta lo que se ve. Cabecitas felices, el agua quieta, esta amistad que nace, Trevinca al fondo.

Embalse de Prada - A Veiga

«Lo bueno de estas cámaras es que te queda algo que puedes encontrarte un día en el medio de un libro y recordar», dice María. Le regalo la foto y sus ojillos se iluminan. De repente, me siento endemoniadamente bien.

Mi padre es la leche. Estoy llegando a los cuarenta y sigue acertando con lo que me regala.

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