El impresionante Monasterio de Sobrado dos Monxes está situado en la comarca de Terra de Melide, en el interior de la provincia de A Coruña. A lo largo de los siglos, su ubicación en el Camino Norte de Santiago ha marcado su destino como centro de acogida de peregrinos, que llegan a Sobrado sintiendo ya la proximidad del abrazo al Apóstol.
Amara Castro Cid
Fotografía: Pío García
Nos encontramos en un enclave milenario, que podría ser el telón de fondo de la próxima novela de Kent Follet o de Umberto Eco. Maestros canteros, señores feudales, peregrinos, arzobispos y, por supuesto, monjes, fueron llenando de vida el cenobio de Santa María de Sobrado, que con el paso del tiempo se consolidó como centro de civilización, cultura, oración y trabajo. Cada rincón invita a imaginar la vida que giraba en torno al Monasterio de Sobrado dos Monxes y lo que supuso para Galicia tanto a nivel espiritual como económico.
El primer documento que se conserva donde se hace mención del Monasterio de Sobrado dos Monxes data del año 952. Por aquel entonces era un pequeño cenobio de carácter familiar. Desde el siglo XII ha estado en manos de la influyente orden del Císter. La mayor parte de los edificios que ahora se conservan se construyen a finales del siglo XV. La iglesia se consagra solemnemente en 1708.
El conjunto va evolucionando, así, desde sus inicios románicos hasta el barroco gallego, acompañando los procesos de cambio que le vienen impuestos por factores de orden social, económico o político. Se suceden períodos de auge y de decadencia hasta que la desamortización de Mendizábal, en la primera mitad del siglo XIX, hace mella en el Monasterio de Sobrado dos Monxes y se inicia una etapa de abandono. Un siglo después, ya a mediados del XX, el arzobispo de Santiago de Compostela encarga su reconstrucción y la vida monacal regresa a Santa María de Sobrado el 25 de julio de 1966.
La iglesia está dedicada a la asunción de María. Los motivos geométricos de la fachada hacen que destaque la hornacina con la imagen de la Virgen rodeada de ángeles. Las torres se dejan recubrir de un fino manto de amarillos y verdes indiscutiblemente gallego. En comparación con la altura del monasterio, se elevan desmesuradamente, como si pretendieran acompañar a María en su Asunción. En el interior, tres naves recorren la planta de cruz latina. La sobriedad de las paredes realza la ornamentación en los elementos superiores, especialmente en la impresionante cúpula central. También merece una mirada más atenta la capilla del Rosario, pues ha sido considerada por algunos autores como la perla del barroco gallego.
El Monasterio de Sobrado dos Monxes posee tres claustros. El de entrada, destinado a los peregrinos, fue reconstruido casi en su totalidad ya que en el siglo XX tan solo se conservaba un arco y medio, a partir del cual se volvió a crear el resto del conjunto. En el claustro grande es donde se desarrolla la vida diaria de los monjes.
Por último, nos llama especialmente la atención el claustro de las procesiones o de los medallones, pues coronando las ventanas, lo que a primera vista podrían parecer gárgolas, son bustos de obispos, nobles, y personajes relevantes en la evolución del monasterio a lo largo de los siglos. Algunos nos observan con actitudes tan naturales que parece que esperan un comentario de nuestra parte. Desde este claustro se accede a la sala capitular a través de una entrada con capiteles de motivos vegetales que evocan un sereno bosque de piedra.
En la actualidad, el Monasterio de Sobrado dos Monxes está habitado por diecisiete personas: quince monjes cistercienses y dos seglares que los acompañan en su rutina de oración y trabajo. Cuentan con una explotación ganadera y producen de manera artesanal un delicioso dulce de leche. Avisando con antelación, podemos disfrutar del privilegio de hacer una visita guiada por un monje, quien con gran hospitalidad nos mostrará estancias como la cocina medieval, la sala capitular gótica o la sacristía renacentista.
Es el lugar perfecto para encontrar un clima de acogida y sosiego con la posibilidad de asistir a las oraciones de la congregación desde la madrugada. Sobre las nueve y media de la noche, al final de completas, los monjes le cantan a la virgen la Salve Regina antífona cuya composición se le atribuye al abad de Sobrado, Pedro de Mezonzo. Presenciar este cántico casi celestial es, sin duda, un momento memorable, un recuerdo imborrable para cualquier visitante.
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