Palacio de Bahia: Descubre el asombroso palacio real

Marrakech despierta temprano. Los rayos del sol apenas asoman entre las cúpulas y palmeras cuando las callejuelas de la medina empiezan a vibrar con una energía ancestral. Yo también despierto pronto, como siempre que me espera una visita especial. Hoy, queridos viajeros, os llevo de la mano a conocer uno de los grandes tesoros del arte islámico en Marruecos: el Palacio de Bahia.

Fotografía: Pío García

Desde la plaza Jemaa el-Fna, el corazón palpitante de Marrakech, basta un breve paseo para llegar hasta las puertas del palacio. Y sin embargo, al cruzar su umbral, parece que uno se transporta a otro tiempo. Un tiempo de visires, de intrigas palaciegas, de jardines secretos y salones que susurran historias. El Palacio de Bahia no es solo un destino turístico: es una experiencia que despierta los sentidos y acaricia el alma de quienes saben mirar más allá de lo visible.

Primeras impresiones: la entrada a otro mundo

La palabra «Bahia» significa «la bella», y pronto entenderás por qué. Este lugar fue levantado a finales del siglo XIX por el gran visir Si Moussa, un hombre de orígenes humildes que ascendió en la corte hasta convertirse en una de las figuras más influyentes del Marruecos de su tiempo. Su hijo Bou Ahmed heredó el poder y con él, el sueño de transformar el palacio en una obra maestra sin igual.

Palacio de Bahia
Palacio de Bahia
Palacio de Bahia

Nada más entrar, te recibe un laberinto de patios, salones y jardines. El palacio se extiende en más de ocho hectáreas, y aunque solo una parte está abierta al público, basta para quedar deslumbrado. Caminamos entre estancias pavimentadas con mármol blanco, azulejos zellige multicolores y techos de cedro tallado. No hay rincón sin arte, no hay detalle sin intención. Cada azulejo, cada yesería, cada arco de herradura es un poema visual que habla de belleza, de poder y de espiritualidad.

Arte y arquitectura: el lenguaje del poder

Como guía, siempre me gusta detenerme un momento en el primer patio grande que encontramos. ¿Lo ves? Ese mosaico que brilla bajo el sol no es solo decoración: es un código. El arte islámico, ya lo sabéis, rehuye las representaciones humanas, pero se expresa con una riqueza geométrica y vegetal que asombra. En sus formas se esconde un equilibrio cósmico, una visión del universo donde todo encaja, donde cada elemento cumple su función.

Palacio de Bahia

Los artesanos que trabajaron en el Palacio de Bahia eran de Fez, de Meknès, de Marrakech misma, y trajeron aquí lo mejor de cada escuela. Mira los techos de madera. Cada centímetro está pintado a mano, con motivos florales y estrellados. Son obras de arte en las que se tardaban semanas, incluso meses. Se usaban pigmentos naturales, tintes extraídos de minerales, plantas y especias, y las maderas eran cuidadosamente seleccionadas.

Palacio de Bahia

Y si alzas un poco la mirada, verás las celosías de madera que permitían mirar sin ser vistos. Porque este era también un palacio de mujeres, un espacio privado y delicado, donde se tejían alianzas y se compartían secretos.

El harén del Palacio de Bahia: belleza entre sombras

Bou Ahmed tenía cuatro esposas oficiales y una buena cantidad de concubinas. Para ellas construyó una de las zonas más bellas del palacio: el harén. Un conjunto de habitaciones que se abren a un jardín interior, silencioso, fresco, lleno del perfume de las flores de naranjo.

Palacio de Bahia

En este rincón del Palacio de Bahia, donde el murmullo del agua acompaña la brisa, es fácil imaginarse el esplendor de otra época. Los muros están recubiertos con yeserías que parecen encajes. Los arcos de herradura se suceden con elegancia. Y en el centro, una fuente octogonal recoge el agua como si fuera un secreto. Aquí se desarrollaba gran parte de la vida femenina del Palacio de Bahia, un universo con sus propias normas, ritmos y jerarquías.

Palacio de Bahia

La luz se filtra por las celosías, creando juegos de sombra y claridad que recuerdan la fragilidad de la belleza. Las habitaciones conservan una armonía intacta, y aunque desprovistas del mobiliario original, siguen transmitiendo esa sensación de intimidad exquisita. Viajar aquí es comprender que el lujo no siempre se mide en oro, sino en detalles, en proporciones, en atmósferas.

Jardines y frescor: un oasis en la ciudad

El Palacio de Bahia es también un refugio contra el calor abrasador de Marrakech. Los jardines son una de sus grandes joyas. Caminamos ahora por el llamado Jardín Andalusí. Naranjos, cipreses, buganvillas, jazmines… todo dispuesto con un sentido del orden y la armonía que recuerda a la Alhambra de Granada. No es casualidad: Bou Ahmed quería emular aquellos palacios andalusíes que había oído describir con admiración.

Palacio de Bahia

En este jardín, cada planta está colocada para crear sombra, perfume, frescor. Era un lujo, sí, pero también una necesidad en un clima como el marroquí. Y a la vez, un mensaje: quien domina la naturaleza, domina el mundo. Al menos, ese era el mensaje que Bou Ahmed quería transmitir. Los jardines eran espacios de contemplación, de paseo, pero también de diplomacia. Muchos encuentros políticos se celebraban aquí, bajo los árboles, lejos del bullicio de los salones.

Palacio de Bahia

Los cántaros de barro mantenían el agua fresca. Las fuentes, alimentadas por un ingenioso sistema de canalización, no solo embellecían, sino que proporcionaban frescor a las estancias. Todo en el jardín tiene una función, todo sigue una lógica heredada de siglos de sabiduría.

Historia entre muros

El Palacio de Bahia no fue sólo una residencia fastuosa, sino también el centro de poder del gran visir. Desde aquí gobernaba Marruecos en nombre del sultán. Era temido, respetado, y también envidiado. Tras su muerte, en 1900, el palacio fue saqueado. Muchos de sus muebles y objetos de arte se perdieron para siempre. Pero los muros, los techos, los suelos… ellos siguen contando la historia.

Palacio de Bahia

Durante el Protectorado Francés, el palacio fue ocupado por el general Lyautey, y se convirtió en su residencia. Y hoy, convertido en monumento nacional, es uno de los puntos imprescindibles de cualquier viaje a Marrakech. No solo por su arquitectura, sino por lo que representa: el testimonio de una época de esplendor y de transición. Un capítulo esencial de la historia de Marruecos.

Recorriendo sus rincones

Seguimos caminando. A cada paso, una sorpresa. Un arco finamente decorado. Un salón con techos policromados. Un rincón bañado de luz donde se intuye la vida de otros tiempos. Cada habitación tiene su carácter, su función, su historia.

Palacio de Bahia

Os invito a deteneros en la sala del consejo del Palacio de Bahia. Aquí se tomaban decisiones que afectaban a todo el país. Imaginad al visir, sentado en su diván, rodeado de escribas y mensajeros. Afuera, el rumor de los naranjos. Dentro, el eco de las palabras. Las decisiones sobre comercio, justicia, alianzas, todo se discutía en este espacio sereno, donde la palabra tenía el peso de la ley.

Palacio de Bahia

El recorrido no es largo en distancia, pero es profundo en impresiones. Cada rincón está pensado para impresionar, para maravillar, para demostrar poder y buen gusto. La simetría es perfecta, la proporción armoniosa, los materiales nobles. No hay artificio, solo maestría. Incluso los elementos más modestos, como una puerta o una reja, están tratados con el mismo respeto por la belleza.

Marrakech, viajes y destinos con alma

El Palacio de Bahia es una de esas joyas que hacen del turismo algo más que ocio. Es un viaje al pasado, una puerta a la cultura marroquí, una lección de historia y arte. Visitarlo es, sin duda, una de las experiencias imprescindibles al viajar a Marrakech.

Este destino tiene alma. Y cuando un destino tiene alma, se convierte en algo más que un lugar: se convierte en memoria. Marrakech está llena de contrastes, de colores intensos, de aromas especiados. Pero aquí, entre los muros del Palacio de Bahia, todo se vuelve más sutil, más delicado, más profundo.

Palacio de Bahia

Si te gusta viajar con los sentidos abiertos, si amas la fotografía, si disfrutas descubriendo los secretos que se esconden en la arquitectura y en el paisaje, aquí encontrarás un lugar que te inspirará durante mucho tiempo. No olvides tu cámara, pero tampoco olvides mirar con calma. Porque hay cosas que solo se captan con el corazón.

Y cuando salgas, no te olvides de mirar atrás una vez más. El Palacio de Bahia, como todo gran destino, siempre guarda algo que se nos escapa en la primera visita. Tal vez una sombra, un susurro, una luz. Algo que solo entenderás cuando vuelvas. Porque sí, volverás.

¡Hasta la próxima, viajeros.

Puede que te interese también: Calderón Hondo: maravilla volcánica para explorar a pie