Hoy voy a cambiar el pavimento por la tierra, el ladrillo por la piedra y la contaminación por el aire puro. Me he dejado el móvil en casa y voy, como en la novela de Susana Tamaro, «donde el corazón me lleve». Cuanto más conozco Galicia, más me angustia esa idea de Sócrates de lo que me falta por conocer. Así que si hay algo que no me quiero perder es el románico de la Ribeira Sacra. ¡Está decidido! Hoy empiezo mi aventura en la iglesia del monasterio de Santo Estevo de Ribas de Miño.
Amara Castro Cid
Fotografía: Pío García
La iglesia de Santo Estevo está rodeada de vegetación, aislada entre árboles centenarios. Me abstraigo contemplando la fachada mientras pienso en la fuerza que tendrían las oraciones de los monjes lanzadas al cielo desde este entorno que tanto invita al recogimiento. La parte baja es claramente románica, pero la construcción llega hasta el gótico tardío. Dejo que los siete ancianos del apocalipsis me cuenten que su autor algo debía de saber sobre el Pórtico de la Gloria… Me miran sentados en las arquivoltas y les hago un guiño antes de entrar. Las tres naves rematan en una cabecera con tres ábsides y me sorprende la originalidad de los laterales, más altos que el central. Desde el retablo pétreo, las figuras de Cristo y los apóstoles me observan bajo las arquerías que les dan cobijo.
Me dirijo ahora hacia Dimondi en mi ruta por el románico de la Ribeira Sacra. Por el camino me saludan robles y castaños hasta llegar a un pequeño núcleo de población donde se alza la iglesia de San Paio de Dimondi. Es un edificio alto con relación a su anchura, lo que le confiere un carácter ascensional muy peculiar. Parece ser que estaba proyectada una mayor altura. Lo primero que me llama la atención es la variedad de animales representados en la fachada.
En los capiteles que sostienen las arquivoltas hay aves y varias especies de mamíferos con cabeza humana. En el lateral me sobrecoge un poco un tímpano liso que está sostenido por dos cabezas de lobos. Hay que echarle algo de valor para entrar por ahí… En la actualidad, la iglesia de San Paio está dedicada a uso parroquial, pero este templo encierra las oraciones de los monjes que habitaron, allá por la Edad Media, un antiguo monasterio benedictino. No es difícil imaginar también la cantidad de romerías que habrá albergado este entorno a lo largo de la historia.
La próxima parada en el románico de la Ribeira Sacra, es en San Martiño da Cova. Quizás por su sencillez, esta es una de mis iglesias preferidas. Su construcción data de los siglos XII y XIII, cuando formaba parte de uno de los numerosos monasterios de la zona. Los capiteles que sostienen las dos arquivoltas del arco de entrada tienen aquí motivos vegetales. Las paredes del ábside encierran un misterio, el de la Santísima Trinidad, representado en sus pinturas. También algo más alta de lo habitual, el ciprés que crece a su lado parece desafiar al campanario en su camino ascendente.
No quería perderme las vistas desde este enclave sobre el meandro llamado Cabo do Mundo por lo que me detengo un buen rato en el Mirador da Cova. La panorámica es imponente pero, antes de continuar con mi ruta, no puedo evitar cerrar los ojos un momento, dejándome empapar por la serenidad que transmite el entorno.
El hambre empieza a apretar, así que me paro en la primera tasca que encuentro. «Donde el corazón me lleve», ¿recordáis? Bueno, pues parece que mi corazón sabe elegir. Paladeo un guiso de ternera gallega digno de cualquier estrella de esas que están tan de moda. Lo riego con un buen ribeira sacra y lo acompaño con un pan casero acabadito de salir del horno. Ya os podéis imaginar lo bien que me sienta rematar la faena descansando un poco a la sombra de una viña.
Pero aún tengo un destino pendiente en el románico de la Ribeira Sacra. El corazón me dice que me va a gustar, así que le vuelvo a hacer caso y pongo rumbo a la iglesia de Santo Estevo de Atán. Tras un recorrido entre viñedos, mimosas, bosques y regatos, atravieso el cementerio para poder observarla de cerca. Debido a sus numerosas reformas y modificaciones, posee elementos que se encuadran diversos estilos artísticos. En la fachada, la profundidad del arco levemente apuntado me invita a tocar las columnas sobre las que se apoya mientras detengo la mirada en los capiteles adornados con motivos vegetales, animales y geométricos. Me distancio unos pasos y enseguida reparo en las inscripciones salpicadas en las paredes. Me pregunto si los maestros canteros que las hicieron se imaginaron que llegaríamos a verlas tantos siglos más tarde.
Desde esta iglesia salpicada de unas celosías que me encantan me despido por hoy del románico de la Ribeira Sacra. Me quedaré aquí un rato a escuchar la banda sonora que me ha acompañado durante todo el día: una orquesta de ramas que triscan, pájaros que cantan y alguna que otra ráfaga de viento suave que se cuela ululando por entre los viñedos. Envidia, ¿eh?
Pues ya sabes, coge tu cámara, tu cuaderno o lo que suelas meter en la mochila, deja el móvil en casa y pon rumbo a la Ribeira Sacra.
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