Arzúa. ¿Por qué quiero volver?

―Ya verás, te va a encantar. El año que viene voy a volver y te voy a llevar conmigo para que lo conozcas.
―Pero, ¿vas a hacer el Camino de nuevo el año que viene?
―Eso no lo sé. Pero sí estoy seguro de que volveré a Arzúa…
Este fue el final de la conversación telefónica que mantuve con mi madre justo antes de echarme a dormir una de las últimas jornadas del Camino. Fue una conversación de quince minutos. Quince minutos durante los que no conseguí explicarle a mi madre por qué estaba tan emocionado por hallarme en Arzúa.

Arzua

Tenía la sensación de que todo lo que pudiese decirle sería un mal reflejo de la realidad. ¿Cómo explicarle el olor de los campos? ¿El color de la tierra de Arzúa? ¿La risa de las gentes, la calma y tranquilidad que se respiran?

Camino de Santiago - Arzua

Mi llegada a la comarca de Arzúa fue un tanto catastrófica. Tras recorrer en soledad todo el Camino desde Roncesvalles, mi cuerpo empezaba a acusar el cansancio físico, aunque todavía peor era el cansancio mental. Aprovecho para darte un pequeño consejo: por mucho que te guste estar sola o solo, si quieres hacer el Camino hazlo al menos con una persona. En algunos momentos he llegado a desear que apareciese mi peor enemigo solo para darme un poco de conversación.

Alberge - Arzua

Como te decía, mi llegada a la comarca de Arzúa fue un tanto catastrófica. El día anterior me había caído encima una tromba de agua que empapó hasta el último calcetín de mi mochila. Estaba exhausto, pero, encontrándome a escasos cincuenta kilómetros de Santiago de Compostela, ¿qué otra cosa podía hacer, salvo seguir adelante? Así que, bajo la lluvia, busqué refugio en un albergue con la esperanza de que la siguiente jornada fuese un poco menos lluviosa.

Arzua - Camino de Santiago

La mañana del nuevo día me recibió con un sol espléndido. Mis ropas se habían secado y el café del albergue era excelente, por lo que inicié la caminata con el ánimo recuperado y con una agradable sensación de anticipación, consciente de que a lo sumo en un par de días estaría ante el Pórtico da Gloria mostrándole mis respetos al maestro Mateo. La idea hacía que mi paso se acelerase ligeramente, aunque procuraba refrenarlos para disfrutar de los paisajes de la comarca: son la cosa más bonita y apacible que me he encontrado. Nunca unas colinas, unos prados, unas montañas a lo lejos habían despertado en mí tantos pensamientos, tantas sensaciones e incluso tantos recuerdos.

Iglesia de Boente - Arzua
Iglesia de Boente - Arzua

Paré a comer un bocadillo en el muro de la iglesia de Boente en Arzúa, pintada toda de blanco a excepción del pequeño campanario, y allí pude, en silencio, escuchar las conversaciones de la gente del lugar: la señora que reñía a su nieta, los dos jóvenes que hablan de las próximas fiestas del pueblo… De haber podido hubiese entrado en la iglesia, cerrada en aquel momento. «Mejor ―pensé―, así tengo otra excusa más para volver a este lugar», aunque pocos minutos después entablé una conversación conmigo mismo en la que acabé decidiendo que no me hacían falta excusas para volver a visitar la comarca.

Ribadiso de Baixo - Arzua
Ribadiso de Baixo - Arzua

Según el mapa el siguiente pueblo era Ribadiso de Baixo. Los escasos cuatro kilómetros que separan ambos lugares fueron unos de los que más gustosamente caminé. Por nada en concreto, en realidad. Simplemente, el hecho de estar caminando por allí me producía felicidad. Felicidad. Nada más, nada menos. A veces pienso que mi cara en aquellos momentos debía ser muy parecida a la de alguien que ve el océano por primera vez. Esto es lo que me gusta tanto de la comarca de Arzúa: hace volar la imaginación; me hace recordar el Mediterráneo, Irlanda… ¡qué lugar tan fantástico!

Capilla de Magdalena - Arzua

La tarde fue cayendo y me fui acercando a Arzúa. En busca del albergue en el que pasar la noche (en el que después fui tratado exquisitamente), un vecino me sugirió que pasase un momento por la capilla de Magdalena, que la visita merecía la pena.
No me mintió: no sé qué tiene esta capillita de estilo recio, pero ese algo me hizo clic. Me senté en uno de los bancos de los laterales y me puse a comer un par de piezas de fruta mientras el sol se ponía. En silencio. La calle silenciosa y mi mente, por fin, también. Ese silencio que tanto buscaba y que, en parte, me había llevado a hacer el Camino, lo había encontrado al cabo en la comarca de Arzúa.

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