Torres do Allo. Dicen que los pazos son los herederos civiles de los castillos. Que cuando la vida comenzó a hacerse un poco más amable, allá por los primeros siglos de la Edad Moderna, los castillos dieron lugar a grandes residencias señoriales: los pazos.
Si esto es así, Torres do Allo es el heredero del «Castelo do Allo», una fortaleza de la que no se sabe demasiado… salvo su final: fue asaltado por los irmandiños, los campesinos que se alzaron contra la opresión y los abusos de la brutal nobleza gallega de finales del siglo XV. Ya no volvió a recuperarse: pocos años después, el antiguo castillo fue demolido por orden de los Reyes Católicos.
Ana Belén Fernández García
Fotografía: Pío García
Pero la destrucción del castillo no supuso la desaparición de la familia propietaria, los Riobóo, que siguieron ejerciendo su influencia en la comarca. Ya lo decía Tomasso di Lampedussa en El Gatopardo: «Todo ha de cambiar para que todo siga igual». Y así fue, exactamente, en este caso: la casa noble dejó la colina y se instaló en la planicie, en la «Casa do Allo» que hoy conocemos y que ulteriores generaciones ampliaron hasta convertirla en el conjunto arquitectónico actual. Todo sigue igual…
Torres do Allo, la casona de Zas
Torres do Allo. Pero déjame empezar por situarte. La casa señorial de los Riobóo se encuentra en el ayuntamiento de Zas, en A Coruña, en un entorno natural que hace soñar. Uno de esos lugares que te hacen retroceder en el tiempo, hasta aquella época, siempre mítica, en la que la naturaleza imponía sus fueros. Basta observar el acceso al complejo, vigilado por una guardia de honor de robles centenarios y arces blancos, para viajar al pasado. O, al menos, para dejarte llevar por la melancolía de la naturaleza ordenada.
Las Torres do Allo despiertan, sin duda, la imaginación más adormecida. Acercarse a ellas es transformarse en un noble del Renacimiento. A pesar de los siglos y de las generaciones que nos separan de los moradores del que, dicen, fue el primer pazo de Galicia, no resulta dif́icil imaginarse cómo debió de ser la vida en aquellos tiempos, medio milenio atrás.
Sea el primer pazo gallego o no, qué más da, lo que salta a la vista es que el edificio es una joya arquitectónica. Quinientos años y ahí está, tan imponente como el primer día. No, qué va: mucho más, con la pátina de la experiencia y el buen gusto adquirido a base de siglos. Gracias, todo hay que decirlo, a las labores de rehabilitación que tuvieron lugar a finales de los noventa.
El pazo y su estructura
Todo se articula alrededor de un edificio central de estructura cuadrangular, con una fachada sobria y elegante que recuerda bastante al Hostal de los Reyes Católicos de Santiago. A la derecha se alza la torre norte, de dos pisos de altura y estilo gótico tardío, que al parecer fue la primera en ser construida, y de ahí que se la conozca como «torre viexa». La otra, obviamente la «torre nueba» o torre sur, es de mayor altura y, aunque se alzó casi doscientos años después, conserva el estilo de la primera.
¿Qué misterios esconden estas paredes? Ante un edificio como este es difícil resistir la tentación de acercarte hasta posar la palma de tu mano en la piedra, quizá con la esperanza de sentir el latido de su corazón, quizá con la ilusion de percibir a su través un recuerdo antiguo, una visión de la vida de otras épocas.
Pero en este caso no hace falta: ya en el interior, una exposición muy completa ofrece al visitante amplia información sobre la vida en otras épocas y permite, de paso, que te transportes al pasado. Convertirte en campesino o en hidalgo, recordar, como en un sueño felizmente olvidado, las relaciones de poder entre unos y otros. Y revivir los oficios y las costumbres, hasta las vestimentas que utilizaban: la esencia de la Galicia rural de la época. Historia casi viva en una exposición que, seguro, te va a atrapar, a poco que te apasione la historia. Pero claro que te gusta: al cabo, aquí estás…
Detalles que marcan la diferencia
Torres do Allo. Dicen por aquí, por estas tierras gallegas, que «palomar, capilla y ciprés… pazo es». Que toda casona que se precie ha de contar con los tres elementos que definen su categoría.
Las Torres do Allo no podían dejar de cumplir con los requisitos… y con muchos mas. El conjunto arquitectónico está repleto de detalles que reflejan el poder de una familia que prosperó generación tras generación. Las ventanas y los arcos, de estilo gótico tardío, con generosa ornamentación, imprimen personalidad al edificio y le dan un aire de elegancia. Por otra parte, aunque se trata de una casa familiar, contiene elementos militares, como los escudos de armas tallados en piedra en lo alto de ambas torres. También en las alturas, gárgolas y ménsulas de formas animales hablan de poder, de lujo y ostentación. Y de la gran habilidad de los canteros de la tierra, eso también.
Torres do Allo. Construcciones anexas y capilla
El conjunto del pazo se completa con una serie de construcciones anexas: hórreos y alpendres para almacenar alimentos o herramientas, molinos para obtener harina y, sobre todo, las conocidas como «casas do curro», viviendas reservadas para los empleados del pazo y que dejan en evidencia el abismo que separaba a unos y otros. Diferencia que subraya la presencia de un estiloso palomar, una estructura que, si bien hoy en día no nos dice nada en especial, fue durante siglos un indicador de riqueza.
Al igual que la capilla, que completa la terna del refrán. En este caso iglesia, más que capilla, con un pétreo y solemne san Pedro en su fachada que, por cierto, está presidida por dos curiosas figuras con un aire de medieval inocencia: Adan y Eva recién estrenada y descubierta su desnudez.
Torres do Allo. El soto y su secreto
Sin embargo, uno de los lugares más especiales del conjunto no es un edificio, sino algo mucho más natural: un souto, un bosque de castaños, el «souto do Allo», de robustos troncos centenarios que invitan al paseo y el relax.
Escondido en el souto, un último regalo arquitectónico: la fuente de San Román, dos caños guardados por la figura en granito del santo y, a ambos lados, una suerte de bancos. El conjunto posee una belleza inesperada, parece sacado de una postal romántica.
Un lugar excelente para que te sientes y te dejes llevar por los pensamientos, si es que el susurro de la brisa en las copas de los árboles y el del agua en los caños te lo permite…
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