Qué ver en Bilbao, un reportaje con texto de Marcos González Penín y fotografía de Pío García
Llevaba muchos años sin pasar por Bilbao. No os voy a decir cuántos, no vaya a ser que se me note demasiado la veteranía. Pero digamos que la última vez que estuve me quedé sin visitar el Guggenheim… más que nada porque todavía no había Guggenheim. Así que cuando planeaba mi nueva escapada tenía claro qué ver en Bilbao, mi prioridad era sin duda este icono del arte contemporáneo, mi idea dirigirme directamente hacia sus puertas en cuanto dejase las maletas. Pero resultó que Bilbao tenía otros planes…
Qué ver en Bilbao: Mercado de la Ribera
El hotel que he reservado está bien situado, cerca de la columna vertebral de la ciudad que marca la ría de Bilbao. Así que decido madrugar y darme un paseo rápido por la ribera antes de tirar hacia el Guggenheim. Ese es mi primer error.
Cerca de treinta años después (hala, ya lo he dicho), la ribera y su emblemático mercado siguen en el mismo sitio. En realidad, la vista de su monumental fachada racionalista ha cambiado bastante poco desde que se inauguró en 1929. Solo en su interior se perciben pequeñas diferencias. Las caras y los puestos se han transformado, aunque se mantiene la esencia, el vivaz intercambio de la materia prima que sustenta la famosa gastronomía bilbaína.
Cuando visité el mercado a principios de los noventa presumían de su récord Guinness, era entonces el mayor mercado cubierto de Europa. Hoy algún desconsiderado le ha arrebatado el puesto, pero a nadie parece importarle. La Ribera sigue siendo una auténtica catedral del producto, que tiene su sacristía en una moderna escuela de cocina en la que además de formar profesionales también ofrecen experiencias para visitantes como yo. Entre otras opciones, me proponen comprar mis productos en el mercado y transformarlos en la escuela, asistir a un showcooking con degustación…
Iglesia y puente de San Antón
La experiencia me tienta, pero soy un hombre con un objetivo, así que resuelvo dejarlo para la próxima y tirar hacia el Guggenheim. Pero no llego más allá de la puerta, según salgo me topo de bruces con una de las estampas imprescindibles que ver en Bilbao, la misma que aparece en el escudo de la ciudad y que era su imagen más reconocible hasta la construcción del museo.
Puede que la iglesia de San Antón no sea la más antigua de la ciudad, tampoco es la sede de su obispado, pero aún así se ha convertido en su templo más querido y reconocible, todo un mérito para una iglesia que sorprende por su original portada bajo tribuna, levantada a finales del siglo XV en el lugar que antes ocupaba un almacén de mercancías.
A su lado se encuentra un puente dedicado al mismo santo, que al parecer estaba allí antes incluso que la propia villa. Un paso estratégico entre Vizcaya y Castilla que se llevaron por delante las riadas en numerosas ocasiones, lo que obligó a los lugareños a reconstruirlo una y otra vez hasta que, a principios del siglo XIX, decidieron moverlo hasta el otro lado de la iglesia.
Qué ver en Bilbao: Muelle de Marzana
Ese es el puente que ahora cruzo, mientras en mi interior se libra una intensa batalla. Mi parte responsable me dice que sería buena idea dar vuelta y dirigirme hacia el Guggenheim, al fin y al cabo la mañana ya está avanzada. Mi parte hedonista me recuerda que sería un crimen pasar por el muelle de Marzana a la hora del vermú y no parar a tomarse una…
Es un combate ajustado, pero acaba ganando la segunda. Así que termino de cruzar el puente y me entretengo en esta animada zona de ribera. Los tradicionales bares de pintxos que recuerdo se han visto en gran parte sustituidos por locales de decoración un tanto hipster, pero el ambiente sigue siendo inmejorable para el poteo, esa costumbre sagrada que lleva a los vascos de bar en bar sabiendo a qué hora se empieza pero no cuando se acaba…
Catedral, Plaza Nueva y Museo Vasco
Me comentan que según avanza la tarde la zona se transforma con música callejera, teatro, clubs… Pero no me quedo a comprobarlo. San Google me informa de que estoy a media hora andando del Guggenheim, así que resuelvo emprender camino de nuevo.
Me cruzo con la catedral de Bilbao, pero apenas me detengo para admirar su imponente fachada, en la que se mezclan gótico y neogótico, prólogo de un templo de cruz latina y un hermoso claustro anexo. Tampoco me paro demasiado en la Plaza Nueva, solo un café rápido en este gran rectángulo neoclásico rodeado de arcos que marca con su animado ambiente el corazón del centro histórico.
Aunque es verdad que cuando salgo me equivoco de dirección y me encuentro con el museo equivocado, un Museo Vasco que me tienta con su reconvertido claustro barroco y su excelente colección etnográfica.
Teatro Arriaga y Museo de Bellas Artes
Queda para otro día. Hoy toca dar vuelta y tirar hacia el puente del Arenal, junto al que por cierto se alza un teatro Arriaga que me distrae brevemente con su impresionante fachada curva de estilo barroco, prólogo de un ornamentado interior en el que se anuncia la representación de La fiesta del chivo.
No hay tiempo para el teatro, lamentablemente tampoco para visitar con la calma que se merece el Museo de Bellas Artes de Bilbao que me cruzo poco después. Difícilmente le haría justicia recorriendo con prisas sus salas, quedándome en la superficie de una inmensa colección en constante crecimiento que integra obras desde el siglo XIII a la actualidad, incluyendo algunas tan emblemáticas como la Anunciación de El Greco o el Rapto de Europa de Martin de Vos.
El Guggenheim… O más bien sus alrededores
Así que me hago la promesa de volver con tiempo antes de abandonar Bilbao, me despido temporalmente del Museo de Bellas Artes, camino otros diez minutos y por fin llego a mi destino. Por un momento me siento orgulloso de mi determinación, pero el entusiasmo me dura más bien poco: en seguida me doy cuenta de que son las 19:30 y el museo lleva media hora cerrado.
Sé que debería sentirme decepcionado, pero… Ya que no puedo entrar, contemplo con calma las sinuosas curvas metálicas del edificio de Frank Gehry, observo cómo sus formas aparentemente aleatorias me devuelven deformada la luz de la tarde, como si fueran olas que mecen un gigantesco barco de titanio.
Paseo con calma por la zona, paso de largo la araña gigante en la que varios turistas hacen cola para sacarse fotos, atravieso el muelle Campa de los Ingleses donde el museo se hace uno con la ría. A un lado, el puente de la Salve con su curioso arco rojo, al otro las originales formas de la pasarela de Pedro Arrupe, dominando el conjunto la gigantesca Torre Iberdrola.
Pienso que no he cumplido mi objetivo inicial de qué ver en Bilbao, pero sin duda he aprovechado el día. Quizás aún llegue a tiempo para el último pase en el Arriaga, puede que me acerque a conocer el ambiente nocturno del muelle de Marzana. En cuanto al museo… siempre puedo volver a intentarlo mañana.
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