Me parece mentira el tiempo que llevaba sin pisar esta bella ciudad, tras visitarla hace poco, me veo en la obligación de contaros qué ver en Burgos.
Con todo lo que ha cambiado el mundo, piensas en los lugares, a los que querrías ir y que no conoces, y con frecuencia olvidas los que siempre estuvieron ahí. Castilla es sólida, imperecedera, pero al mismo tiempo vital y moderna, y una visita obligada cada cierto tiempo. Recorrer sus ciudades, perderse por vías de siglos de antigüedad y descubrir sus nuevas facetas son placeres a los que vuelvo de vez en cuando.
Gabriel Romero de Ávila Cabezón
Fotografía: Pío García
¿Qué ver en Burgos?
Sin duda, hacía demasiado tiempo que no estaba en Burgos. Qué ver en Burgos la ciudad del Cid, de las «Ordenanzas para el tratamiento de los indios», del «Papamoscas», la olla podrida y el lechazo. El lugar donde cantar un himno con un vermú en la mano se convierte en una tradición irrenunciable. Gildas y capataces se fusionan en sus tabernas con el jamón de pato o la cecina. Alrededor de la Catedral, la vida bulle junto a la esencia de siglos de una historia rica y persistente.
Qué ver en Burgos en profundidad puede llevar años, quizá siglos, pero hay una ruta en concreto que siempre me gusta hacer, de arriba hacia abajo, desde el cerro de San Miguel hacia el río Arlanzón, pasando por lugares tan significativos como el Paseo del Espolón, la Plaza Mayor o la estatua del Cid. Un viaje por la historia de la ciudad, que también es la del propio género humano, con sus héroes y su lucha por prevalecer.
El Castillo de Burgos
Los primeros asentamientos de la región se produjeron en la zona de lo que hoy conocemos como el cerro de San Miguel. Los pueblos del Neolítico se establecieron en aquel lugar portentoso, desde el que podían dominar fácilmente todo el valle del Arlanzón. De aquel tiempo han dejado muestras sobradas, aunque de la época de la que existen más vestigios es de la fundación de la ciudad, en el año 884 d. C., por parte de Diego Rodríguez Porcelos, conde de Castilla. Reinaba por aquel entonces Alfonso III, que ordenó la construcción de un castillo que sirviera de defensa del cerro, uno de los imprescindibles de qué ver en Burgos.
Conforme la ciudad fue creciendo, su castillo lo hizo de la misma manera, reforzándose con muros y fosos que tenían un fin puramente militar. Por esta razón, la infanta Juana de Castilla, apodada «la Beltraneja», se refugió aquí en 1474, durante la guerra civil que la enfrentaba a su tía Isabel. Fernando de Aragón y su hermano Alfonso sitiaron el castillo, que resistió durante dos años, pero finalmente cayó. La derrota de Juana en Burgos supuso prácticamente el fin de sus aspiraciones a la Corona, cuando nobles y soldados la abandonaron en masa.
Los reyes y hermanos García de Galicia y Alfonso VI de León —el de la Jura de Santa Gadea por parte del Cid— fueron prisioneros de este castillo. Pero el gran acontecimiento que tuvo lugar aquí fue, sin duda, el asedio durante las guerras napoleónicas. En 1812, los soldados franceses habían reconstruido el lugar y habían convertido el castillo en un gran baluarte defensivo, que resistió durante treinta y cinco días el ataque británico, comandado por el duque de Wellington. En el año 2016 se organizó una recreación histórica de esa batalla y desde 2019 existe una ruta llamada «El asedio al castillo», que se puede seguir mediante placas y textos explicativos.
Pasear por el castillo de Burgos resulta una experiencia formidable, recorrer sus sólidos muros que han resistido tantos siglos o visitar su legendario pozo de más de sesenta metros de profundidad, rodeado por escaleras de caracol, que tenían por finalidad abastecerse de agua en caso de asedio. Asomarse a su mirador aporta una visión impresionante de toda la ciudad, lo que hace pensar cuánta gente se habrá asomado allí a través de los siglos, mirando cada uno su propia versión de Burgos y soñando con lo que podría deparar el futuro.
Iglesia de San Esteban e iglesia de San Nicolás de Bari
A solo diez minutos bajando a pie se encuentran la iglesia de San Esteban y la de San Nicolás de Bari. La primera es una formidable construcción gótica erigida a finales del siglo XIII por deseo del rey Alfonso X el Sabio. Su disposición a un costado del cerro ha hecho que, a lo largo de los siglos, sufriera daños importantes por culpa de aquellos que pretendían someter el castillo, tanto de los ejércitos de Fernando el Católico como del duque de Wellington. Actualmente no alberga actos de culto católico, sino el llamado Museo del Retablo, espacio que recoge unos veinte retablos renacentistas y barrocos, cálices y cruces de una belleza excepcional. Dos elementos imprescindibles de qué ver en Burgos.
La iglesia de San Nicolás, en cambio, es donde se realizan los actos religiosos. Construida en el siglo XV sobre una edificación románica del X, sirvió como lugar de enterramiento de las principales familias de la región y muestra un impresionante retablo del año 1505, restaurado durante la década de los 2000. En sus paredes están representadas la Última Cena, el cielo, el infierno o el juicio de San Miguel, con una viveza tan impresionante que la visita está recomendada de qué ver en Burgos.
Pero sobre todo es una parroquia muy querida por los fieles de San Nicolás, que acuden a ella los lunes, y también por los novios, para celebrar allí el día de su boda, y por los peregrinos del Camino de Santiago. Esta mezcla enriquece a cualquier visitante, bien sea que acuda por devoción o por turismo, y da gusto ver la abundancia de tipos humanos que recorren San Nicolás, embelesados al mirar sus paredes. Ese es el trabajo de siglos de creadores y restauradores, que han legado su obra para que personas de cientos de países distintos podamos admirarla hoy y compartir ese disfrute las unas con las otras. Contemplarlas es casi tan ilusionante como contemplar las propias paredes de la iglesia.
Catedral de Burgos
Cualquier visitante que pretenda qué ver en Burgos tiene que pasar por su catedral. Situada en pleno centro de la ciudad, a los pies del cerro del Castillo y cerca del río, es el monumento más reconocible, el orgullo de todo burgalés y el principal punto de encuentro. A su alrededor existe una abundante oferta de restaurantes y locales de tapeo, de modo que, si sigues la ruta tal y como te la estoy contando, quizá sea un buen momento para detenerte a tomar algo. Te aseguro que la gastronomía de Burgos es espectacular y sus tapas se han hecho famosas, por buenos motivos.
La basílica y catedral fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984. Su construcción y posterior remodelación duraron desde el siglo XIII al XVIII, con un estilo perteneciente al arte gótico, similar al de la catedral de Notre–Dame. Como en otras ocasiones, fue sobre las ruinas de una iglesia románica anterior, demolida para edificar un monumento acorde con la posición de la ciudad y de su sede episcopal. Su imagen es inconfundible, con las agujas que se elevan en su fachada principal o fachada de Santa María, bajo las que luce un espectacular rosetón. Estos son elementos definitorios del perfil burgalés, pueden divisarse desde una gran distancia y guían directamente hasta la Puerta del Perdón o Puerta Real.
A través de ella se penetra en la formidable catedral de cruz latina, que muestra una nave principal de ochenta y cinco metros de longitud y una transversal o transepto de sesenta. Su coro con sillería de madera de nogal, su cimborrio octogonal con una bóveda estrellada de ocho puntas, su escalera dorada, su claustro y sus capillas se encuentran entre las obras más impresionantes de la época, que además han llegado hasta nuestros días en perfecto estado.
La luz se recrea en su interior de una forma casi mágica, lo que demuestra la genialidad de sus constructores a la hora de diseñar la profusión de ventanales y vidrieras. Las escenas bíblicas se entremezclan en un sinfín de elementos decorativos que impresiona siempre, por muchas veces que hayas estado. Cada piedra tiene una historia, cada capilla alberga tallas y cuadros de una gran hermosura y el silencio acompaña la visita. Durante siglos, la catedral era el centro de la vida en la urbe, era el producto del esfuerzo de miles de personas en varias generaciones y un motivo para viajar. La ciencia y el comercio se ponían al servicio de un proyecto formidable, creado para durar por siempre.
En el mismo crucero, justo bajo el cimborrio, se encuentran las tumbas del Cid Campeador y su esposa, doña Jimena. Este sepulcro existe en la catedral desde 1921, año en que se llevó a cabo un acto solemne de enterramiento, al tiempo que se leía un epitafio obra de Ramón Menéndez Pidal. De esta manera se unieron el destino del héroe medieval y una de las ciudades que más le marcó en la vida. Religiosidad, historia y gestas heroicas se mezclan en un solo edificio, que es mucho más que sus piedras y sus bóvedas. Es el legado del tiempo, la vida de Burgos, que seguirá ahí cuando todos nos hayamos marchado.
Qué ver en Burgos: Arco de Santa María
En esta ciudad, los espacios que una vez marcaron la historia renacen para nuevos usos, respetuosos y a la vez modernos. Desde la catedral, cruzando la plaza del Rey San Fernando y en dirección al puente de Santa María, que atraviesa el río Arlanzón, se encuentra una de las antiguas puertas de la ciudad, otro imprescindible de qué ver en Burgos, que según la leyenda atravesó el Cid en repetidas ocasiones, cuando se dirigía o volvía de las guerras.
En el siglo XVI, esa construcción medieval fue sustituida por un magnífico arco del triunfo de piedra caliza, que durante mucho tiempo sirvió de sede al Concejo de Burgos y que desde 1943 está declarado monumento histórico–artístico. En la actualidad alberga un museo de objetos históricos de la ciudad, que incluyen un pendón de Castilla de los tiempos del Concejo, la reproducción de la espada Tizona que empuñaba el Cid y un patrón de medida de la vara castellana, la unidad con la que se calculaba la longitud en la Península Ibérica. En el piso superior se encuentra el Museo de Farmacia, que muestra material de botica de tiempos antiguos.
Paseo del Espolón
Si, igual que el Cid, atraviesas la muralla de Burgos a la altura del Arco de Santa María, podrás seguir tu recorrido por lo que sería la zona extramuros, a lo largo de la ribera del río, en el llamado Paseo del Espolón. Este es uno de los lugares de qué ver en Burgos, donde la gente camina y se encuentra, donde respira vida gracias a los grandes árboles que entrelazan sus ramas sobre las cabezas de los paseantes, y donde el rumor de las fuentes hace que cualquier preocupación desaparezca.
Recorrer el Espolón significa alejarse del estrés del asfalto y perderse entre el pasado y el presente, entre las estatuas de reyes y el gentío. El Arlanzón fluye plácidamente junto al largo paseo ajardinado y Burgos se echa a la calle, como lleva haciendo siglos. Antiguamente, en esta zona se encontraban las murallas de la ciudad, que databan del siglo XIII, y por fuera de ellas se extendía un camino que se inundaba con frecuencia.
Pero en 1712 iniciaron una obra sorprendente por la que las murallas fueron derribadas, salvo el Arco de Santa María, y el paseo fue elevado de manera artificial, como un espolón que asoma sobre el río. Y con ese nombre se quedó. Durante largo tiempo sirvió para posibilitar la circulación de diligencias entre Madrid y la frontera con Francia, por lo que mucha gente solía reunirse en esa zona para ver llegar a personajes importantes. Después las diligencias cambiaron de ruta, pero el gusto de la gente de Burgos por el Espolón se mantuvo.
Y no es raro, porque ese espacio natural en plena metrópoli, con su túnel de plátanos de sombra, nunca es igual, por muchas veces que vuelvas a verlo. La floración, el calor, la iluminación nocturna o la decoración navideña transforman el paseo en un lugar diferente cada día, a resguardo del clima más extremo. Burgos es una de las ciudades que mejor integra la vegetación en medio del asfalto y la gente responde disfrutando de ese privilegio. Conciertos y rutas turísticas acuden siempre al Espolón y nadie, tantos años después, sale descontento de ese lugar privilegiado.
Qué ver en Burgos, Plaza Mayor
Nuestro itinerario nos lleva de forma directa a la Plaza Mayor. Después de tantas obras de arte, tantos monumentos históricos y tantas caminatas, lo ideal ahora sería pararnos en alguno de los bares que llevan hasta la antigua Plaza del Mercado Menor, o en los bancos y terrazas que hay en su propio espacio asimétrico, amplio y diáfano. Allí el tiempo no transcurre, la gente se relaja y la sensación es de una enorme paz. En sus soportales era donde se situaban los antiguos puestos del mercado, junto a la muralla, a donde llegaban los comerciantes a través de la Puerta de las Carretas. Pero en el siglo XVIII la puerta y la muralla cayeron para albergar un nuevo punto de encuentro en la ciudad, un espacio libre para todos.
De esa época datan el edificio del Ayuntamiento y la estatua de Carlos III, uno de los reyes más destacados en la reconstrucción de sus calles y plazas. El resto de los edificios que miran hacia la Plaza Mayor son más recientes, pero guardan un mismo estilo arquitectónico, con el fin de que el viajero tenga una sensación de inmersión completa en la realidad burgalesa, de participación en su historia y en su presente. En los soportales de la Plaza Mayor ahora aparecen tiendas de moda o una librería, pero ese espíritu de lugar de todos que tienen las plazas castellanas pervive desde siglos atrás.
Hasta la Plaza Mayor llega cada 28 de diciembre la tradicional procesión del Obispillo. De orígenes medievales, comparte con otras fiestas la idea del cambio de roles por un solo día, como en la celebración de Las Águedas en Zamarramala. Aquí es un niño el que asume el papel de obispo y procesiona por toda la ciudad a lomos de una mula, seguido por tres secretarios. Su destino final es el Ayuntamiento, donde lo recibe el alcalde en persona. El pequeño obispo transmite entonces sus peticiones en nombre de los niños de la ciudad, generalmente la necesidad de más parques de juegos o actos solidarios. Desde hace dos décadas, la celebración del Obispillo es una tradición recuperada, que une a las familias de la ciudad.
Plaza del Mío Cid
Como no podía ser de otro modo en Burgos, los pasos del caminante siempre llevan al Cid. Su esencia impregna las calles de leyenda y heroísmo. Nacido según las fuentes en 1048 en la cercana localidad de Vivar, llamada después Vivar del Cid, no hay acuerdo acerca de cuánto de lo que creemos saber de él es cierto y cuánto es mito. Parece que ni la famosa Jura de Santa Gadea ni su victoria después de muerto sucedieron en la realidad, pero qué importa eso para disfrutarlo, compartirlo y hacer del Cid un festejo.
El rey Alfonso XIII colocó la primera piedra del monumento al Cid en 1905, pero no se concluyó ni se inauguró hasta 1955, con la presencia del general Franco. En el centro de la Plaza del Mío Cid se alza una estatua de bronce de cuatro metros de altura, que representa al héroe montado sobre su caballo Babieca, empuñando su espada, la Tizona. Marcha hacia el exilio después de haber hecho jurar al rey Alfonso VI que no había tenido nada que ver con la muerte de su hermano, pero no lo hace cabizbajo, sino heroico, con la capa al viento y sus hombres aguardándolo en el puente de San Pablo, hacia el que apunta con su hoja. Los coches circulan a su alrededor, en una mezcla de pasado y presente, como ocurre en toda la ciudad.
Museo de la Evolución Humana
El siguiente paso de nuestra ruta, a solo tres minutos andando del Cid, es uno de los museos más modernos y atractivos que existen. Fundado en 2010, el Museo de la Evolución Humana recoge algunos de los impresionantes hallazgos de la sierra de Atapuerca, que han revolucionado los descubrimientos acerca de los orígenes de la humanidad. Gracias a estas investigaciones fue posible la definición del Homo anteccesor, la especie homínida más antigua de Europa, que valió al equipo de Atapuerca la concesión del Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en el año 1997 y la declaración de la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en el 2000.
El edificio constituye en sí mismo una metáfora de la propia sierra de Atapuerca, un fenómeno arquitectónico que reproduce los yacimientos en plena ciudad y sirve de inmersión al visitante, al tiempo que conecta de forma progresiva con el río Arlanzón. En su interior se encuentran los huesos del Homo anteccesor, el hacha de mano Excalibur, la pelvis Elvis, el cráneo Miguelón —sí, lo de los nombres es una muestra clara del sentido del humor burgalés— o la reproducción del Beagle, el barco en el que viajó Charles Darwin y donde dio comienzo la teoría de la evolución humana.
Visitar este museo es indispensable en Burgos, un ejercicio de ciencia aplicada al ocio, una manera divertida de aprender acerca del trabajo de algunos de los mejores investigadores del mundo. Aquí te dejo el enlace de la web del museo para ampliar tu información.
Qué ver en Burgos, Monasterio de las Huelgas
Hay una visita que, aunque tengas que desplazarte un poco más lejos de lo que venía siendo habitual en esta ruta, merece muchísimo la pena. El Monasterio de las Huelgas se encuentra a unos veinte minutos a pie del punto anterior, pero te aseguro que no te arrepentirás lo más mínimo de haberlos caminado. Fundado en el año 1187 por el rey Alfonso VIII de Castilla —apodado «el de las Navas» por la sencilla razón de haber derrotado a los almohades en 1212 en la famosa batalla de las Navas de Tolosa— y por su esposa, Leonor de Plantagenet —hija del rey Enrique II de Inglaterra, fundador de la dinastía Plantagenet—, el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas pronto se convirtió en el principal cenobio cisterciense femenino en España y casa madre de todos los pertenecientes a Castilla y a León.
El poder de la abadesa de las Huelgas llegó a ser tan enorme que solo respondía ante el papa y tenía potestad para nombrar alcaldes, otorgar licencias a sacerdotes, gobernar por sí misma un señorío que incluía tierras, molinos y villas, armar caballeros y coronar reyes. De hecho, el monasterio alberga un panteón real —donde están enterrados sus propios fundadores y algunos de sus hijos, así como importantes caballeros muertos en las Navas—, una iglesia mudéjar, un claustro románico —conocido popularmente como «las Claustrillas»—, algunas de las vidrieras más antiguas de España y el importantísimo Museo de Telas Medievales, donde se encuentra el legendario pendón de las Navas de Tolosa.
Algunos elementos de este tesoro quedaron irremediablemente dañados por culpa de las tropas napoleónicas, pero aun así la visita a las Huelgas, otro imprescindible de qué ver en Burgos, bien para sentir la paz y el silencio de sus grandes salas y sus claustros, o para compartir el bullicio de las fiestas del Curpillos o Corpus Chico, que se celebra el viernes siguiente al Corpus Christi y rememora la victoria de las Navas, con una procesión que incluye una copia del pendón. De un modo u otro, el visitante no puede obviar esta etapa de su camino, bien por sentimiento religioso, interés histórico o simplemente turístico. De todo ello hay de sobra en las Huelgas.
Burgos es mucho más y no se acaba nunca. Daría para cientos de visitas, para miles de días recorriendo sus calles. Leyendas y carteles te mostrarán distintas rutas a pie que puedes realizar e incluso contratar visitas guiadas.
Burgos merece la pena siempre y cada cierto tiempo. Sus puertas están abiertas para el turista, el peregrino, el historiador y el feligrés. Rebosa vida y disfrute y nunca se agota. Su esencia es la pervivencia en el tiempo y a la vez su deseo de disfrutar el presente, día a día.
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