Karlovy Vary

Karlovy Vary. Si algo me quedó claro durante mi vista a Praga es que los checos adoran la cerveza, yo mismo me vi obligado a bajar un par de pintas por eso de integrarme como es debido en la cultura local… Pero basta con una pequeña excursión desde la capital para comprobar que la cerveza no es el único líquido que les vuelve locos. Basta con acercarse hasta la histórica ciudad balneario de Karlovy Vary, donde todo gira alrededor del agua.

Karlovy Vary Chequia

Marcos González Penín
Fotografía: Pío García

Karlovy Vary Chequia

Las fuentes de Karlovy Vary

Bajo del autobús tras un par de horas viajando hacia el oeste que me han dejado en este pueblo cercano a la frontera con Alemania. Desde un primer momento el agua reclama protagonismo con varios carteles, proclamando las virtudes termales de la población, presumiendo de que en Karlovy Vary brotan nada menos que ochenta manantiales de aguas minerales, cada uno con sus propias características y propiedades.

Karlovy Vary Chequia

Me parecen muchos, así que busco confirmación en la primera oficina de información turística que encuentro, donde un checo entusiasta me asegura por activa y por pasiva que el cartel no miente y que ochenta fuentes termales tampoco son tantas para una población que, a fin de cuentas, también brotó de un manantial.

Karlovy Vary Chequia

Antes de que pueda pararlo, comienza a relatarme la leyenda local de Karlovy Vary según la cual el emperador Carlos IV (el mismo del famoso puente de Praga) se encontraba cazando por la zona cuando uno de sus perros descubrió un manantial con milagrosas propiedades, tantas que curaría la rodilla del monarca y se convertiría en el germen en torno al que se desarrolló una ciudad que vino a llamarse, literalmente, «baños termales de Carlos».

Karlovy Vary Chequia

Probablemente, en realidad, el emperador no descubriese nada, como mucho se encontraría con una fuente de sobra conocida por los habitantes de la zona. Pero está demostrado que fue Carlos IV quien le concedió el título de ciudad a Karlovy Vary en el siglo XIV, iniciando así una historia radiante, siempre ligada al termalismo, que alcanzó su momento de mayor esplendor a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando se convertió en refugio de personajes tan conocidos como Beethoven o Tólstoi, Chopin y Sigmund Freud.

Karlovy Vary Chequia

Arquitectura al servicio del agua

Un tiempo glorioso al que no me resulta complicado trasladarme cuando comienzo mi recorrido por las calles de Karlovy Vary. Veo fachadas coloridas, llenas de detalles, con una cierta unidad de estilo en la que predominan el barroco, el neoclásico y el art noveau. Una arquitectura artificiosa que parece pensada para envolver, proteger y potenciar los propios surtidores termales en torno a los que se desarrolló la ciudad.

Karlovy Vary Chequia

Parece haber edificios enteros levantados exclusivamente para salvaguardar las fuentes, verdaderas fantasías de columnas y filigranas, algunas construidas en madera, otras en piedra, las más modernas en hierro forjado o cristal. Son las famosos Kolonáda de Karlovy Vary, que se encargarán de guiarme a través de su historia.

Columnata del mercado

El checo que me explicó la historia de la ciudad en la oficina de turismo me dejó claro que debería empezar mi recorrido por la columnata del mercado, resguardo de la fuente termal que el emperador Carlos IV descubrió durante su famosa salida de caza por la zona, sobre la que también se construyeron los primeros baños termales de la ciudad.

Karlovy Vary Chequia Columnata del mercado

Dirijo mis pasos hacia esta estructura tallada en madera en la que los arquitectos parecen haberse esforzado por aprovechar cada centímetro disponible para añadir algún tipo de adorno, con tres pórticos que dan paso a un historiado corredor con tres fuentes termales. Un lugar repleto de historia que conserva una atmósfera de tranquilidad y me hace pensar en los personajes de la Belle Époque, recorriéndola con calma mientras sanaban o se inspiraban con sus aguas.

Columnata del molino

Nada que ver con la siguiente kolonáda que visito. La columnata del molino es la más grande de Karlovy Vary y parece haberse construido con la grandiosidad en mente. Aquí la piedra ha sustituido a la madera en un gran edificio columnado en el que no faltan majestuosas estatuas alegóricas que representan los meses del año.

Karlovy Vary Chequia Columnata del molino

Entre columnas y estatuas, no puedo evitar pensar en la semejanza con un templo de la antigua Grecia. Pero aquí los dioses han desaparecido, han sido sustituidos por cinco manantiales de aguas termales que suponen el verdadero objeto de adoración para los visitantes.

Columnata de la fuente termal

Mi camino me lleva tras las aguas termales que fluyen bajo la piel de Karlovy Vary, como auténticas venas que palpitan dándole vida a la ciudad. Me dirigen hacia columnatas de madera, columnatas de piedra, columnatas de hierro como la del parque, con dos historiadas cúpulas unidas por un diáfano corredor…

Karlovy Vary Chequia

Y, finalmente, me acercan hasta el corazón pulsante de la ciudad balneario, que late arrojando sus aguas en un impresionante géiser de doce metros de altura del que brotan tres millones de litros diarios a 73 ºC, que los checos han cubierto con un moderno pabellón de estilo funcionalista en el que los ventanales ofrecen un vivo contraste con el resto de la arquitectura de la ciudad.

Karlovy Vary Chequia
Karlovy Vary Chequia

Sorprende ver un géiser a cubierto, impresiona la fuerza con la que el agua caliente brota de la tierra. Pero, mientras lo contemplo, algo me distrae. De repente soy consciente de la algarabía que me rodea, decenas de voces resonando entre los ventanales que se concentran en torno a fuentes más pequeñas, a las que se conduce el agua del géiser, una vez enfriada a unos manejables 50 o 30 ºC. Allí se congregan personas muy diferentes que, sin embargo, comparten una característica común: todos llevan en la mano un instrumento que no reconozco y que enseguida atrae mi curiosidad.

Karlovy Vary. Pipas de agua

Tras varios intentos infructuosos de comunicarme en ruso me encuentro con una pareja de italianos que me enseña de cerca el objeto en cuestión, una taza aplastada con un asa que funciona como pajita, que me recuerda a una pipa y al parecer sirve para probar sorbito a sorbito el agua de cada uno de los manantiales.

Karlovy Vary Chequia

Es entonces cuando me doy cuenta de que llevo toda la mañana recorriendo fuentes termales, recreándome con las columnas que las envuelven… Y no he probado ni el primero de los surtidores. La verdad es que la idea no me atrae demasiado, soy más de agua fresquita y ni siquiera tolero demasiado bien las infusiones. Pero el turista completista que hay en mí no quiere volver a casa y tener que arrepentirse de no haber probado suerte con las famosas propiedades curativas de la ciudad balneario, así que finalmente decido hacerme con una de las tacitas y emprender el camino de vuelta, esta vez haciendo caso omiso de la arquitectura y concentrándome en el agua que sale de los surtidores.

Karlovy Vary Chequia

Algunos están vacíos, en otros hay colas considerables. No acabo de entender la diferencia, así que voy probando aguas minerales al azar, reconociendo que cada una tiene su propia personalidad: algunas son amargas, otras malolientes, algunas tan gasificadas que me tienta la posibilidad de mezclarlas con ginebra para conseguir un gin tonic karlovyvariano.

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Voy probando a pequeños sorbitos el agua de un manantial tras otro y cuando llego a nueve decido plantarme, satisfecho de saber que en teoría me voy protegido contra la artritis, el reuma, la fibromialgia y un largo número de enfermedades que me cuesta recordar.

Karlovy Vary. Stará Louka y torre de Diana

Aunque, por lo pronto, el único efecto que noto es que me siento bastante relajado, no sé si por cosa de las aguas o por el cambio de ambiente que trae consigo la caída de la tarde. Mientras vagaba de fuente en fuente las excursiones organizadas han ido partiendo de regreso rumbo a Praga y el hermoso paseo Stará Louka está mucho más tranquilo y agradable, con los coquetos restaurantes que lo cubren con sus mesas preparadas para los huéspedes de los balnearios y los pocos turistas que hemos decidido quedarnos a pasar al menos una noche en la ciudad balneario.

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Aquí y allá ya hay gente cenando, pero mi estómago todavía se rige por la hora española, así que decido abrir el apetito subiendo a la colina donde se alza la torre de Diana, un antiguo puesto de vigía tetragonal que domina toda la región.

Hago caso omiso del tren cremallera y emprendo una subida de aproximadamente media hora, a la que sumo los ciento cincuenta escalones de la torre. Pero el ascenso merece la pena, desde la torre obtengo una vista privilegiada de la ciudad balneario. Contemplo con calma sus edificios coloridos, su paseo junto al río, las hermosas torres de una iglesia ortodoxa que todavía no he visitado, los frondosos bosques en los que en su día cazó ciervos el padre de la patria checa.

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Y una parte de mí empatiza con el antiguo monarca, con los compositores alemanes que la visitaban durante la Belle Époque y con los ruidosos grupos de rusos que la habitan hoy en día. Puede que alguna propiedad tengan las aguas minerales de Karlovy Vary, porque realmente resulta difícil sentirse mal en este rincón del mundo.

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