Qué ver en Loches: 10 maravillas que te robarán el alma

Loches se deja descubrir sin prisas, como se saborea un buen vino de Touraine. A orillas del río Indre, esta pequeña joya del centro de Francia despliega su historia en capas: desde el murmullo del mercado hasta el susurro de los muros centenarios que coronan su ciudadela. Su silueta, entre colinas y jardines, parece salida de una miniatura medieval. Ven, caminemos juntos por esta ciudad de piedra y memoria. Desde su base florida hasta la cima donde los siglos se hicieron fortaleza, paso a paso, vamos a contarte qué ver en Loches.

Fotografía: Pío García

La Plaza del Mercado de las Flores: donde empieza la historia

Todo comienza en la Plaza del Mercado de las Flores, donde la ciudad respira cada miércoles y sábado al compás del mercado local. Aquí, entre tenderetes de hortensias, embutidos y quesos de cabra, se alza la estatua de Alfred de Vigny, hijo ilustre de Loches y poeta romántico. Justo detrás, elevándose como una promesa, la torre octogonal de San Antonio apunta al cielo, visible desde casi cualquier rincón. Una imagen que queda grabada al instante: la poesía y la piedra, la palabra y el tiempo.

Qué ver en Loches

En esta plaza se mezclan lo cotidiano y lo extraordinario. Es fácil perderse entre las conversaciones de los vecinos, el aroma del pan recién horneado y los colores vivos de las flores de temporada. Aquí, el el arte de viajar se funde con la vida.

Puerta de los Cordeliers: entrada a la ciudad antigua

Unos pasos más y atravesamos la Puerta de los Cordeliers. Aquí comienza la transición. Atrás quedan los escaparates modernos; delante, callejuelas empedradas y fachadas que han visto pasar cruzados, príncipes y revolucionarios. Esta puerta, vestigio de las antiguas murallas urbanas del siglo XIII, debe su nombre al cercano convento de los Cordeliers, una orden franciscana que se asentó en Loches en la Edad Media. Servía originalmente como acceso a la parte baja de la ciudad y marcaba un límite defensivo frente a posibles invasores.

Qué ver en Loches

Durante siglos, fue punto de control y aduana de mercancías que llegaban por el río Indre, canalizando el tráfico hacia el corazón político y religioso de Loches. El arco que hoy atraviesas fue testigo del paso de tropas reales, peregrinos y comerciantes, y también de momentos convulsos, como las revueltas durante la Revolución Francesa. Al traspasarla, la historia comienza a estrechar las calles y a ensanchar el alma. Ya no es solo un umbral físico, sino también un viaje en el tiempo: el pasado te envuelve, y cada piedra cuenta.

Ayuntamiento y Porte Picois: el umbral del pasado

Siguiendo la Rue Balzac, alcanzamos el Ayuntamiento y casi sin darnos cuenta, nos situamos frente a la Porte Picois. Ambos edificios están unidos físicamente, formando un conjunto arquitectónico que es a la vez entrada simbólica y administrativa al corazón histórico de Loches. La fachada neorrenacentista del Ayuntamiento se acomoda entre balcones floridos, farolas de hierro forjado y tejados de pizarra, mientras que la Porte Picois, una de las antiguas puertas de la ciudad medieval, se alza como un arco solemne que ha visto pasar siglos de historia.

Qué ver en Loches

Entrar por esta puerta es dejar atrás el presente. Lo notas en el eco de tus pasos sobre el empedrado, en la forma en que la luz juega con las piedras antiguas, en el olor a humedad que brota desde el subsuelo. Aquí, explorar se convierte en una forma de introspección.

La subida: de la Puerta Real al corazón de piedra

La ciudad se empina. Cada peldaño que subimos nos aleja de lo cotidiano y nos acerca a la leyenda. La Puerta Real abre paso a la Ciudad Alta, la Ville Haute, uno de los núcleos fortificados más emblemáticos del Valle del Loira. Construida en el siglo XIII como parte del sistema defensivo de la ciudad, esta entrada monumental está flanqueada por dos robustas torres circulares, vestigios del poder feudal y del arte militar medieval.

Qué ver en Loches

Atravesarla es entrar en una ciudad que fue corte real durante el reinado de Carlos VII, y residencia predilecta de su amante Agnès Sorel, la primera mujer oficialmente reconocida como favorita real en la historia de Francia. Fue aquí donde se estableció parte de la corte itinerante durante la Guerra de los Cien Años, y desde donde se tejieron alianzas políticas cruciales para la monarquía francesa.

El camino hacia lo alto serpentea entre murallas de piedra caliza, salpicado de contrafuertes, saeteras y restos de barbacanas. A medida que ascendemos, el eco de la historia se mezcla con el crujido de la grava bajo los pies. Las piedras no solo crujen: murmuran relatos de asedios, de pactos, de intrigas palaciegas. Desde lo alto, se divisa el curso sereno del Indre y el mosaico de campos que rodean la ciudad. Aquí, el viaje se convierte en contemplación respetuosa.

Colegiata de San Ours: bóvedas como lanzas al cielo

A mitad de la subida, la Colegiata de San Ours se impone, tanto por su singular arquitectura como por su importancia histórica. Construida entre los siglos XI y XII sobre una iglesia merovingia anterior, esta iglesia colegial es una de las joyas del arte románico en el Valle del Loira. Lo primero que sorprende al visitante son sus inusuales cúpulas piramidales, conocidas como «dubes», únicas en Francia y símbolo de la identidad de Loches.

Qué ver en Loches

En su interior, las naves austeras se abren a un espacio de recogimiento. Las columnas macizas sostienen arcos que han sobrevivido al paso de casi mil años. Aquí se celebraron bodas nobles, ceremonias religiosas y actos de poder vinculados a la corte real.

Qué ver en Loches

Pero más allá de su arquitectura, la colegiata está impregnada de historia. Juana de Arco acudió aquí en 1429, tras convencer al delfín Carlos VII en el castillo, para asistir a misa y agradecer la confianza obtenida. Muy cerca del altar mayor, se halla el sepulcro gótico de Inés Sorel, amante del rey Carlos VII y figura clave en la vida política del reino. Su tumba de mármol, de una delicadeza conmovedora, es obra maestra del gótico tardío. Representada con las manos en oración y un perro a sus pies, símbolo de fidelidad, la escultura sorprende por su expresividad y detalle.

Qué ver en Loches

En una de las capillas laterales se puede admirar un retablo del siglo XV con escenas de la vida de Cristo, y el órgano, de construcción más reciente, acompaña con su voz los oficios religiosos que aún se celebran. Las sombras que se filtran entre las columnas, el silencio que invita al recogimiento, los bancos de madera gastada por siglos de oraciones: todo en esta colegiata habla de eternidad. Aquí no se viene solo a mirar, sino a escuchar con los ojos y el alma, y a sentir la historia vibrar bajo cada paso.

Qué ver en Loches: el castillo, donde el poder duerme

Y por fin, en lo alto, el castillo. No es una ruina pintoresca: es un testigo de la historia de Francia. El conjunto monumental conocido como la Ciudad Real de Loches está formado por tres piezas esenciales: el torreón, el palacio renacentista y la antigua prisión real. Todo ello encerrado por murallas que dominan la ciudad y el curso del río Indre.

Qué ver en Loches

El torreón —donjon— fue construido en el siglo XI por Foulques Nerra, conde de Anjou y gran impulsor del poder feudal en el Loira. Es uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar románica que se conservan en Europa. Sus muros de más de tres metros de grosor y su altura de 36 metros le daban una imponente presencia estratégica. Subir por su empinada escalera de caracol es un ejercicio físico y mental: a cada tramo, uno imagina el esfuerzo de siglos de guardias, prisioneros y nobles.

Este torreón fue usado como prisión durante varios siglos, y aún conserva grafitis grabados por sus reclusos en las paredes de piedra. Algunos nombres, fechas y símbolos resisten el paso del tiempo, como ecos grabados del sufrimiento y la resistencia humana. Entre los prisioneros más ilustres se encuentra Ludovico Sforza, duque de Milán, capturado por las tropas de Luis XII.

Ciudad Real de Loches

El castillo también fue residencia real. Aquí vivió el delfín Carlos VII y recibió en 1429 a Juana de Arco, quien lo convenció para reclamar su corona. En una de las salas del palacio renacentista, se dice, tuvo lugar ese histórico encuentro. Esta parte del conjunto, construida entre los siglos XV y XVI, muestra un estilo más refinado, con grandes ventanales, chimeneas esculpidas, techos con artesonados de madera y una logia abierta a los jardines. El contraste con la severidad del torreón es absoluto: aquí, la piedra se convirtió en símbolo de cultura y civilización.

Los jardines ofrecen una vista panorámica excepcional sobre el valle del Indre. Cada temporada los transforma: narcisos en primavera, hortensias en verano, hojas rojizas en otoño. Entre sus senderos, se celebran conciertos, exposiciones y representaciones teatrales que devuelven vida a estos antiguos espacios de poder.

En primavera, los jardines explotan en colores. Tulipanes, narcisos y lilas acompañan al visitante en un paseo donde cada banco invita a la pausa y cada vista a la reflexión. En verano, las visitas nocturnas ofrecen un espectáculo de luces y sombras que reavivan las leyendas.

En Loches, el tiempo no se pierde: se contempla.

Un paseo por el río: el otro rostro de Loches

Pero si quieres saber de verdad qué ver en Loches, no te olvides del río. El Indre acaricia la ciudad por su flanco más íntimo. Desde sus orillas, los reflejos de las murallas y la colegiata dibujan otra ciudad: la del agua, la de los patos, la de los pescadores que saludan al caer la tarde. Aquí la vida late más despacio.

Qué ver en Loches

Un sendero peatonal bordea el río, ideal para recorrerlo en bicicleta o a pie. Bancos sombreados por castaños, pequeñas esclusas y jardines acuáticos hacen de este tramo una extensión natural del alma de Loches. También puedes alquilar una canoa y deslizarte por el Indre como lo harían los antiguos comerciantes.

Sabores y sonidos: el arte de viajar con alma

Y en todo paseo que se precie, hay pausas. Los mercados regalan aromas de rillettes y vinos blancos. Las terrazas son puntos de encuentro entre vecinos y viajeros. Aquí se habla bajo, como si la piedra escuchara.

Qué ver en Loches

La gastronomía es un capítulo aparte. El cabécou, un pequeño queso de cabra local, se funde en boca. Las terrinas caseras y las frutas de temporada, como las cerezas y peras, acompañan vinos blancos de la AOC Touraine. Comer en Loches es también viajar en el tiempo.

Por las noches, pequeños conciertos de música clásica o jazz llenan los patios de los antiguos palacetes. Las piedras, una vez más, se convierten en escenario.

Viajar a Loches: una lección de historia y belleza

Así es Loches: un lugar donde cada piedra cuenta una historia y cada esquina invita a detenerse. Visitarla es entender que el el arte de viajar puede ser también un acto de contemplación. Qué ver en Loches, te preguntarás. La respuesta está en caminarla: desde el mercado hasta la ciudadela, desde el río hasta el castillo.

Qué ver en Loches

Porque Loches no se visita: se vive, paso a paso, piedra a piedra, mirada tras mirada. En esta ciudad, cada jornada es un viaje dentro del viaje. Y cada visitante, aunque sea por unas horas, se convierte en parte de su historia.

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