Qué ver en Praga. Tú que has caminado al son de la música que cantan las calles de Praga, que te has maravillado ante el talento y la vitalidad de sus gentes. Puede que a estas alturas pienses que has llegado a conocer a fondo la antigua capital de Bohemia y que dominas la inacabada sinfonía que resuena en sus piedras. Pero debes saber que te equivocas. No podrás decir que conoces esta ciudad hasta que cruces a la otra orilla del río Moldava, hasta que asciendas la colina de Malá Strana en busca del eterno castillo de Praga.
Marcos González Penín
Fotografía: Pío García
Plaza de la ciudad vieja
Castillo de Praga
Qué ver en Praga. No te será difícil encontrarlo, lo habrás visto durante tu vagabundeo, una presencia constante cada vez que alzabas la mirada. Por mucho que te atrapase la melodía de la ciudad, resulta difícil ignorar la atracción del castillo medieval más grande del mundo, una estructura gigantesca que domina la ciudad desde hace un milenio, superviviente de incendios e invasiones, testigo y reflejo de la convulsa historia de Praga.
Malá Strana
Así que hacia allí diriges tus pasos. Cruzas el puente de Carlos, ignorando esta vez a los artistas que lo habitan, pues tienes un objetivo. Serpenteas colina arriba por las estrechas calles de Malá Strana mientras acuden a tu cabeza imágenes de lo que te aguarda: muros, torreones, estructuras defensivas propias de una fortaleza cuyo origen se remonta al siglo IX. Pero las murallas que imaginas nunca aparecen. En su lugar te recibe la majestuosa plaza Hradčanské, donde empiezas a a darte cuenta de que el castillo de Praga no va a ser lo que esperabas.
Plaza Hradčanské
A tu izquierda, el palacio Toskánský. Frente a ti, la fachada rococó del palacio del arzobispo, a tu espalda el palacio Schwarzenberg con su original decoración de esgrafiados. Pero de la inexpugnable fortaleza que venías buscando ni rastro, de hecho por un momento no sabes ni hacia donde dirigirte. Porque la verja que tienes a tu derecha difícilmente hace pensar en el gigantesco complejo que guarda, un verdadero laberinto de hermosos patios, palacios y edificios religiosos que se han ido añadiendo y modificando con el paso de los siglos.
Catedral de San Vito
Qué ver en Praga. Esa es la esencia del castillo de Praga. Un ejercicio de construcción y renovación constante del que es buen ejemplo su edificio más imponente, la catedral de San Vito, cuya primera piedra se colocó en 1344 ante un infante Carlos IV, pero que no sería terminada hasta 1929. Casi seiscientos años de obras a menudo interrumpidas por sangrientos conflictos que dejaron su marca en un edificio en el que se pueden encontrar vestigios de los siete siglos que atraviesa su construcción. Algunos recientes, como el gran rosetón de la fachada oeste. Otros antiguos, como la colorida capilla de san Wenceslao o las joyas de los reyes de Bohemia allí coronados y enterrados.
Basílica de San Jorge
Pero por enorme que sea, sabes que la catedral es tan solo una pequeña parte del castillo de Praga. Así que te alejas, te pierdes por sus calles, descubres sus construcciones. Quizás la basílica de san Jorge no llame tanto la atención desde fuera, pero te impresiona su austero interior románico. La cilíndrica torre Daliborka tiene un aura oscura, esconde un sombrío agujero al que eran bajados con poleas los prisioneros del castillo. En el antiguo palacio te sorprende la mezcla de estilos, especialmente el salón Vladislav con su curiosa bóveda estrellada y sus enormes ventanas de cinco metros.
Salón Vladislav
Ventanas ante las que no puedes dejar de acordarte de aquellos gobernantes imperiales de Fernando II que abandonaron el palacio por el camino más rápido en la conocida defenestración de Praga. Un episodio que se saldó sin pérdida de vidas en un primer momento, ya que, por suerte para ellos, los honorables Jaroslav Martinitz y Wilhelm Slavata aterrizaron sobre un montón de estiércol. Pero que actuaría como detonante de la famosa guerra de los Treinta Años, que provocó millones de muertos y modificó las fronteras de Europa.
Callejón del oro
Qué ver en Praga. Pensando en antiguas guerras abandonas el palacio (por la puerta) y de repente, en medio de tanta historia y grandeza, un callejón consigue atraer tu atención, con una hilera de pequeñas casas pintadas de distintos colores y un encanto inconfundible. Te enteras de que estás en el famoso callejón del oro, antiguo hogar de alquimistas buscadores de la piedra filosofal y el elixir de la vida según el primer tendero al que le preguntas, histórica sede del gremio de orfebres según el segundo.
Pero hoy en día quedan pocos orfebres y ningún alquimista, abundan en su lugar tiendas de marionetas, cristal de Bohemia y otros productos típicos. Así que te alejas para no caer en la tentación del turista, das por finalizada tu visita al castillo y piensas que, ahora sí, has exprimido todo lo que Praga tenía para ofrecerte.
Monasterio de Strahov
Y una vez más te equivocas. En cuando pones un pie fuera del complejo, la música de la ciudad te atrapa de nuevo con ritmos desconocidos que te llevan hacia rincones inesperados.
En el santuario de Loreto te sorprende un centro de fe, una réplica de la supuesta casa donde tuvo lugar la anunciación a la Virgen María. En el monasterio de Strahov, para compensar, te recibe un antiguo templo de conocimiento, una impresionante biblioteca que guarda libros y manuscritos medievales, ilustraciones y globos terráqueos. En el parque Kampa un viejo molino contrasta con modernas estatuas de bebés sin cara y un muro lleno de grafitis presidido por el Imagine de John Lennon.
Parque Kampa
Qué ver en Praga. Y cuando te quieres dar cuenta se ha hecho de noche. Es hora de volver a tu hostal, de cruzar una vez más el Moldava por el puente de Carlos. Te das cuenta de que puede ser la última, mañana te vas de Praga. Así que te concedes un momento para contemplar el río, alzas la cabeza y te despides del omnipresente castillo. Piensas que quizás no llegues nunca a conocer por completo la melodía de Praga. Pero te das por satisfecho por haber compartido algunos de sus compases.
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