Gabriel Romero de Ávila Cabezón
Fotografía: Pío García
San Isidoro de León: caminar sobre cientos de historias
En pocos lugares del mundo el visitante puede tener la sensación de estar caminando a través de la historia como en la basílica de San Isidoro de León. Pero no solo una historia, sino muchas, unas edificadas encima de otras. Cuartel de legiones romanas, monasterio para infantas solteras, iglesia modesta construida con ladrillos, orgullo del románico, panteón de reyes, abadía cristiana, acuartelamiento del ejército francés —y caballeriza para sus monturas—, víctima de saqueos y finalmente joya cultural y eclesiástica, con la posibilidad futura, tal vez, de ser nombrada Patrimonio de la Humanidad: San Isidoro de León es la historia de Europa.
Ya desde sus mismas entradas, la basílica de San Isidoro de León está llena de misticismo, de leyendas que han ido construyendo, siglo a siglo, nuestra cultura. La puerta principal data del siglo XI y recibe el nombre de Portada del Cordero, porque en ella se representa la escena de la Biblia en la que Abraham aceptaba degollar a su propio hijo Isaac como ofrenda a Dios, solo para que, en el último instante, aparecieran dos ángeles para sustituirlo por un cordero. La propia mano derecha de Dios, conocida en arte como Dextera Domini, lo detiene, al aparecer desde el interior de una nube.
Por encima de esta imagen se encuentran los doce signos del Zodiaco y, un poco más arriba, como un segundo cuerpo añadido en el siglo XVIII, el escudo real y el propio san Isidoro montado a caballo.
Cuenta una leyenda popularizada durante el siglo XIII que el rey Alfonso VII de León, conocido como «el Emperador», no lograba conquistar Baeza, en Jaén, dominada entonces por los musulmanes, y era tal su impotencia que llegó san Isidoro a lomos de un caballo para participar en la toma de la ciudad, gracias a lo cual pudo dominarla el rey, precisamente el día de Santiago de 1147.
Tan conocida fue la historia del sitio de Baeza que alrededor del año 1350 fue tejido un pendón en su honor —que muestra la escena de san Isidoro acudiendo al combate, con una cruz y una espada; y junto a él, de nuevo, la Dextera Domini, esta vez armada—. El llamado pendón de Baeza o pendón de san Isidoro se conserva desde hace años en el museo de la basílica y está considerado reliquia nacional.
Qué más da que la Historia cuente otra versión de los hechos y diga que los musulmanes de Baeza se rindieron a Alfonso VII sin presentar batalla. Relato bíblico, astrología y leyenda reciben al visitante con las puertas abiertas.
La entrada sur de San Isidoro de León recibe el nombre de Portada del Perdón, ya que era la que correspondía a los peregrinos del Camino de Santiago. Desde el siglo XII, todos los que desearan llegar hasta la tumba del Apóstol debían pasar antes por la fachada de San Isidoro, tal y como decretara el rey Fernando II de León, y se decía que la visita a la entonces iglesia lograba el perdón de los pecados.
Sobre la propia entrada se representan, como alegorías de este perdón, tres escenas bíblicas: el descendimiento de Jesucristo de la cruz, la ascensión a los cielos y el hallazgo de la tumba vacía. Estos mismos temas aparecerían más tarde en la fachada de la catedral de Santiago de Compostela.
Leyendas y simbolismo dentro de una obra pionera en su tiempo, San Isidoro de León. Esas dos puertas, más una tercera al norte llamada Portada Capitular —que en un tiempo daba al claustro, pero que actualmente permanece cegada— son las primeras muestras del arte románico en el reino de León. Con posterioridad, y como si la historia se construyera a modo de niveles superpuestos, irían añadiéndose elementos góticos, renacentistas y barrocos.
La devoción a san Isidoro en la ciudad de León data del año 1063, cuando la reina Sancha y su esposo Fernando, conde de Castilla, ordenaron trasladar los restos del «doctor de la Iglesia» desde Sevilla, con el fin de dedicarle la iglesia que habían construido, y que con los siglos ha dado lugar a la basílica tal y como hoy la conocemos. A esta pareja debemos también el impresionante Panteón de los Reyes de San Isidoro de León, joya incomparable del románico en España. Juntos apoyaron el desarrollo del arte en el territorio leonés y la extensión del románico.
En el panteón se encuentran enterrados unos treinta reyes, reinas e infantes de la familia real leonesa, entre ellos el desafortunado Bermudo III, hermano de Sancha —aunque otros afirman que se encuentra en Nájera—, a quien mató su propio cuñado durante la batalla de Tamarón. Fernando de Castilla terminó con la dinastía asturleonesa, se casó con Sancha I y se proclamó rey consorte. La basílica es su gran legado artístico para la historia.
Tras Fernando vino su hijo Alfonso VI el Bravo —el de la Jura de Santa Gadea por parte del Cid Campeador—, quien en 1085 logró la decisiva conquista de Toledo, que hasta entonces permanecía en manos del rey musulmán al-Qádir. Para festejar esa victoria se creó la Laurentina, la campana más antigua de España, que también se encuentra expuesta en la basílica.
Recibe ese nombre por haber sido dedicada a san Lorenzo y cuenta la tradición que una de las últimas veces en que sonó fue por el nacimiento del hijo primogénito del Cid, en la época en la que este vivía en León junto a su familia —no en vano se cree que doña Jimena provenía de una importante familia de la nobleza asturleonesa—. Desde hace mucho tiempo, la campana presenta una grieta que impide su uso, por lo que los monjes de san Isidoro la enterraron, con el fin de que a ningún monarca se le ocurriera fundirla para crear otra nueva. Gracias a eso ha llegado hasta nuestros días.
Pero la riqueza artística que alberga la basílica, en el llamado tesoro isidoriano, es mucho mayor. El ara de San Isidoro corresponde a un altar portátil que donó a la basílica en el siglo XII la reina Sancha, y a la que se atribuye provenir de la cuna de Jesucristo o de la mesa de la Última Cena. Existe una pequeña cajita de hierbas aromáticas, fabricada en asta de ciervo, y que constituye la única muestra de arte vikinga que se encuentra en la península ibérica —probablemente traída como parte de su ajuar por la infanta Cristina, hija del rey de Noruega, que contrajo matrimonio con Felipe, hermano de Alfonso X el Sabio—.
La tela con la que está forrada el arca en la que fueron trasladados los restos de san Isidoro desde Sevilla hasta León parece provenir de Egipto, del siglo X, pero aún nadie entiende la manera en la que llegó hasta allí. Los Decreta o Decretos de las Cortes de León de 1188 son los documentos más antiguos del sistema parlamentario europeo, y por ello fueron reconocidos por la UNESCO en su Programa Memoria del Mundo y han otorgado a León la distinción de «Cuna del Parlamentarismo». Las pinturas del Panteón de los Reyes, que debemos a la reina Urraca de León, son de una importancia tan radical en la historia que han recibido el apelativo de «la Capilla Sixtina del arte románico».
Pero sin duda la pieza de la que más se ha hablado últimamente en San Isidoro de León, y de la que aún quedan muchos secretos por descubrir, es el llamado cáliz de doña Urraca, que investigaciones recientes califican como el verdadero Santo Grial. Han sido numerosas las copas que a lo largo de la historia han sido consideradas como aquella que sostuvo Jesucristo en la Última Cena, pero algunos historiadores afirman con rotundidad que la auténtica se encuentra en la basílica de San Isidoro.
Parece ser que ya una reliquia era venerada por esa razón alrededor del año 400 en Jerusalén, de donde la tomaron los sultanes egipcios durante las cruzadas. Posteriormente, en el siglo XI, Egipto sufrió una hambruna terrible, que fue mitigada gracias al envío de comida por parte del emir de Denia, hecho que el sultán agradeció con el obsequio de la copa —que por entonces ya había sido adornada con más joyas de las que poseía en su origen—.
Pasado un tiempo impreciso, y siempre según las últimas hipótesis al respecto, la princesa Zaida, familiar del emir de Denia y nuera del rey taifa de Sevilla, se convirtió al cristianismo con el nombre de Isabel y pasó a ser concubina y después esposa del rey Alfonso VI de León —el mismo del Cid Campeador, la conquista de Toledo en 1085 y la campana Laurentina—. Pues bien, cuenta la leyenda que Zaida enloqueció de amor al rey, hasta el punto de que este la convirtió en su esposa oficial —a pesar de que ella ya se había casado anteriormente con el rey taifa de Córdoba— y decretó que a su muerte descansara en el mismo lugar destinado para él, en el monasterio de San Benito de Sahagún.
Zaida le dio tres hijos, entre ellos su heredero, Sancho Alfónsez, y ahora ambos esposos descansan juntos en Sahagún. Pero la copa que ella trajo desde Denia, que antes había estado en Egipto y antes de eso en Jerusalén, se encuentra expuesta en el museo de la basílica de San Isidoro, donada allí por la infanta Urraca de Zamora, hermana de Alfonso VI.
Quién sabe si realmente se trata del Santo Grial. Qué importa eso. La leyenda que la rodea es tan hermosa, a lo largo de tantas épocas distintas, que solo con verla puede notarse la intensa magia que rodea al objeto. La belleza de siglos dando vueltas por el mundo.
Entrar en la basílica de San Isidoro de León es enfrentarse a un mundo propio de leyendas, cuentos, mitos y empeños de siglos de antigüedad, es la historia viva del mundo, que nos mira. Son más de mil años de sueños e ilusión, de los que apenas estamos empezando a descubrir algunos.
Es una visita obligada, una búsqueda que nunca termina.
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