Hay quien dice que los lagos de Sete Cidades, en Azores, nacieron del dolor que produce un amor imposible; otros cuentan que se formaron a partir de la ira, pues significó la expulsión de siete obispos que fueron engullidos con sus siete ciudades. Otros, más prosaicos quizás, sostienen que fue la propia naturaleza a través de la erupción del volcán sobre el que se asientan.
Quizás la prosa pueda parecer menos emocionante, pero si prestas atención, quizás descubras que la naturaleza es la mejor protagonista. Shhhhh. Escucha.
Andrea Barreira Freije
Fotografía: Pío García
Hubo un tiempo en que la naturaleza lo envolvía todo y todo era. Jugaba con los cuatro elementos construyendo y deshaciendo mundos. Seguía un orden que solo ella entendía, mezclando las piezas de un puzzle de tierra, con las fichas de lego del fuego del sol y del magma, junto con los cubos de aire que mueven las nubes y el pegamento del agua del océano.
Pero un día, aburrida, deseó poder compartir sus juegos con alguien. Imaginó a eses seres perfectamente: caminarían erguidos, serían capaces de observar, escuchar, conversar, saborear… Es decir, podrían sentir. Sentirla. Uno de sus corazones se alborotó, explotando de felicidad. Entonces, del Atlántico surgieron varias islas: las Azores. En una de ellas, en Sao Miguel, la naturaleza se escondió, esperando a ser encontrada por quienes quisieran jugar con ella.
Pero esos seres tardaban demasiado en descubrirla y la naturaleza se impacientó. ¿Habría sido poco clara? ¿Se habría escondido demasiado bien? ¿O es que no querían jugar con ella? Entonces, su corazón volvió a rugir. Quizás estaba un poco enfadada, pero en el fondo solo quería divertirse, ser encontrada. Así que creó dos espejos: uno verde y uno azul. En ellos todo es reflejado, ¡no había una pista mayor! Sonrió satisfecha y su gesto se transformó en un puente, mientras volvía a ocultarse.
Si has llegado a Sao Miguel, seguro que ya la has descubierto. Pero, ¿cómo? ¿Aún no te has dado cuenta de la trampa que, inocentemente, ha creado la naturaleza? En Sete Cidades ella lo envuelve todo, es como un espíritu corpóreo que está y estará presente mientras el tiempo siga pasando. Su aliento huele a azaleas, pinos, musgo… a vida. Una vez que su voz entra en ti, ya no puedes escapar de este juego.
Te arropa, mece tu cuerpo como mueve las agujas y las hojas que se desprenden de los árboles. Si subes por sus laderas hasta la cima, verás que es cómo escalar un jersey de punto verde. Una vez que llegas a la cima puedes hacerle cosquillas. Le encanta reír. Extiende tus brazos hasta alcanzar el cielo y deja a tus dedos acariciarlo. ¿Escuchas su risa? ¿Ves cómo se contagia? Se extiende por toda la caldera. Mira cómo se mecen las aguas de los lagos. Así, quien camine por sus orillas también puede sentir esa alegría. Ya has visto su alma.
Ahora asómate con tranquilidad, siéntate y observa. Si lo haces, descubrirás que esos dos enormes lagos que tienes debajo de tu mirada, como dos enormes ojos, en realidad son un espejo: el agua es el cristal, el fuego la luz. En ese espejo, día y noche, la naturaleza se mira, te mira, y espera… El lago azul refleja el cielo, el lago verde la tierra. Pero la naturaleza, a la que en el fondo le gustan las travesuras, sabe que en ese espejo hay dos lados, dos realidades: la espiritual y la carnal.
Así que ahora, como se trata de una niña, tendrás que encontrar su cuerpo. Cuenta. No te olvides de que para jugar al escondite antes hay que contar. Cada número es un paso que te lleva hacia la orilla, hacia el otro lado del espejo. En el margen del espejo, detente. Cuando alguien llega hasta aquí, la naturaleza contiene la respiración, pues sabe que su aliento puede ser una pista. Como la risa se le escapa, rápidamente te llegará el olor de los árboles. Escoge uno, el que te haya hablado. Si acaricias su tronco con cariño y firmeza podrás seguir sus nervios hasta las raíces, hasta las profundidades de la tierra donde dormita uno de sus miles de corazones de fuego y lava.
¿Escuchas su latido? Ahora está tranquila. Está contenta porque la ciudad de Sete Cidades convive con ella. Sus habitantes la labran como si la peinaran; pasean, como lo haces tú, por sus bosques; nadan en sus aguas, las navegan, como si la estuvieran bañando; otean sus aguas dulces y saladas, su suelo y su cielo, su sol y su luna. Entonces, se sabe descubierta y es feliz. Y bien, ¿ya las has encontrado?
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