Tablas de Daimiel: Explora este fascinante paraíso natural

El día comenzó temprano, con el frescor de la mañana todavía presente mientras me dirigía hacia las Tablas de Daimiel. A medida que avanzaba por la carretera que conecta Daimiel con el parque nacional, el paisaje de la llanura manchega se desplegaba ante mí. El cielo, despejado y luminoso, prometía una jornada perfecta para explorar y fotografiar este emblemático humedal.

Al llegar al aparcamiento principal, respiré profundamente. El aire, cargado de un aroma fresco y terroso, ya transmitía una sensación de conexión con la naturaleza. Me acerqué al centro de visitantes, un edificio discreto que encaja perfectamente en el entorno. Allí me recibió un guardia del parque, un hombre de mediana edad con rostro amable y sombrero de ala ancha, que parecía tan parte del paisaje como los propios juncos.

Tablas de Daimiel

«Buenos días», le saludé mientras sacaba mi cámara y una libreta para anotar posibles consejos. 

«Buenos días», respondió con una sonrisa. «¿Primera vez por aquí?»

«Sí, y vengo con ganas de explorarlo todo», dije entusiasmado. «¿Por dónde debería empezar? Quiero aprovechar al máximo el día.»

El guardia, que se presentó como Antonio, asintió pensativo. «Si tienes todo el día, te recomiendo empezar por el Sendero de la Isla del Pan. Es el más completo para entender lo que son las Tablas de Daimiel. Pasarás por pasarelas sobre el agua, y hay varios observatorios para aves. Además, en esta época puedes ver bastantes flamencos y garzas reales. Pero si buscas algo más tranquilo, más tarde podrías ir al Sendero de la Laguna Permanente. Es corto, pero tiene unas vistas espectaculares al atardecer.»

«Gracias, suena perfecto», respondí. «¿Y si quisiera sacar buenas fotos de aves?»

«Ah, para eso quizá debas hablar con Jaime, el ornitólogo que suele andar por el mirador del Prado Ancho. Seguro que te da algún consejo sobre las mejores especies que puedes encontrar hoy.»

Tablas de Daimiel

Agradecí su ayuda y me dirigí hacia el Sendero de la Isla del Pan, el cual comenzaba con una amplia pasarela de madera que se adentraba en el corazón del humedal. Mientras avanzaba, el agua a ambos lados reflejaba el cielo azul, interrumpido solo por el vaivén de los juncos movidos por el viento. Decidí montar mi cámara en el trípode para captar algunos planos de este paisaje tan particular. En el fondo, un grupo de flamencos rosados buscaba alimento con movimientos rítmicos y delicados.

Encuentro con un ornitólogo en las Tablas de Daimiel: consejos para observar aves

Un poco más adelante, en uno de los observatorios, me crucé con Jaime, el ornitólogo que me había recomendado Antonio. Era un hombre alto, con barba canosa y una cámara con un teleobjetivo que haría palidecer de envidia a cualquier fotógrafo. Me acerqué para saludarlo y, de paso, aprender un poco más sobre las aves que habitaban el parque.

Tablas de Daimiel

«Hola, ¿tú debes de ser Jaime, verdad? Me hablaron de ti en el centro de visitantes», le dije mientras señalaba su cámara. «Veo que estás preparado.»

Jaime sonrió. «Así es. ¿Aficionado a la fotografía de aves?»

«Sí, aunque no tengo tanto conocimiento sobre las especies. ¿Qué aves podría encontrar hoy?»

«Pues ahora estamos en una época interesante», comenzó, mientras ajustaba su cámara. «Los flamencos están siempre aquí, al igual que las garzas reales y los ánades reales. Pero si tienes suerte, podrías ver alguna espátula. Y si te fijas bien en las orillas, es posible que encuentres pequeños zampullines o incluso un martinete común, que es más esquivo pero impresionante.»

«¿Y cuál es la mejor época para ver más especies?», le pregunté, intrigado.

«Sin duda, las migraciones de primavera y otoño son las más espectaculares. En esas temporadas llegan aves de toda Europa. Miles de ejemplares convierten las Tablas de Daimiel en un auténtico espectáculo. Pero no subestimes el invierno: muchas especies invernantes llenan estas aguas cuando en sus lugares de origen hace demasiado frío.»

«Eso suena increíble», comenté mientras ajustaba el zoom de mi cámara para captar un cormorán secándose las alas en un tronco cercano. «Tendré que volver en otra estación.»

Jaime asintió y, tras un intercambio de recomendaciones sobre ajustes de cámara, me despedí de él para continuar mi recorrido. Decidí avanzar hacia otro observatorio, donde un grupo de turistas contemplaba el vuelo de un aguilucho lagunero. La paciencia se convirtió en mi mejor aliada mientras esperaba el momento perfecto para fotografiarlo en pleno planeo, su silueta recortada contra el cielo.

Tablas de Daimiel

A mediodía, encontré un rincón tranquilo junto a un pequeño estanque donde aproveché para hacer una pausa. Había traído una mochila con bocadillos, fruta y agua, así que me senté en una roca para disfrutar del almuerzo. El paisaje era tan relajante que el tiempo pareció detenerse. En la distancia, el canto de los carriceros me acompañaba mientras un grupo de turistas pasaba en silencio, respetando el entorno.

Por la tarde, el sol comenzó a descender, y la luz dorada bañó todo el humedal. Me dirigí al Sendero de la Laguna Permanente, tal como me había recomendado Antonio. Este sendero era más tranquilo y menos transitado, ideal para terminar el día. Las encinas que rodeaban la laguna ofrecían un contraste interesante con la vegetación acuática. Me detuve varias veces para fotografiar detalles, como los reflejos perfectos de los árboles en el agua o las texturas de las cortezas iluminadas por la luz suave.

Tablas de Daimiel

Cuando finalmente llegué al mirador del Prado Ancho, la puesta de sol era inminente. Desde allí, la panorámica era impresionante: el cielo se teñía de naranjas y rojos, mientras las aguas de las Tablas de Daimiel reflejaban ese espectáculo de color. Capturé las últimas imágenes del día, satisfecho con los recuerdos que me llevaba.

Antes de regresar al coche, me encontré nuevamente con Antonio en el centro de visitantes. Le agradecí sus consejos, comentándole lo mucho que había disfrutado. «Ya te lo dije», dijo con una sonrisa. «Las Tablas de Daimiel nunca decepcionan.»

Tablas de Daimiel

Mientras conducía de regreso, con la cámara llena de imágenes y la mente cargada de momentos inolvidables, supe que este no sería mi último día en las Tablas de Daimiel.

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