Valdelugueros, el paraíso en León
Son las nueve de la mañana de un sábado perdido en un mes de abril. Un leve y armonioso canto de estornino me despierta mientras un rayo de sol se atreve a asomarse entre las verdes cortinas de mi cuarto. Abro las contras de la ventana y me asomo para saludar a la pareja de cigüeñas que juegan enamoradas sobre la torre de la iglesia. Respirar el aroma del pueblo te renueva el alma. Es una de las mejores formas de comenzar este día. De separarnos de la vida automatizada de la ciudad, de detener siquiera por un momento el engranaje que nos hace vivir ajetreados. Y, con el mundo en pausa, respirar.