Según cuenta la leyenda, el origen de San Clodio podría remontarse hasta el siglo VI, cuando unos monjes perseguidos por los arrianos huyeron del monasterio de San Clodio de León y decidieron establecerse en Galicia. Aquí levantaron una iglesia y una abadía con advocación a San Clodio en recuerdo de su procedencia castellana.
La realidad es que no hay documentación del monasterio hasta el siglo X, y de sus primeros siglos poco se sabe. Con certeza podemos decir que alrededor del año 1100 el cenobio se acoge a la regla de san Benito y que posteriormente vivió bajo la norma del Císter.
Marta Loren Alonso
Fotografía: Pío García
El monasterio sufrió múltiples adversidades a lo largo del tiempo, durante la convulsa edad media gallega y sobre todo en el siglo XV, cuando se vio desprovisto de todo, víctima de los numerosos enfrentamientos entre familias nobiliarias y de las usurpaciones de los señores de Rivadavia.
Siglos después, durante la desamortización, los monjes se vieron obligados a abandonar el monasterio y todos los bienes pasaron a manos del Estado. Los objetos de valor, el archivo y la biblioteca desaparecieron, y el material de la botica que habían formado los monjes fue llevado a Ourense.
Así hasta 1885, cuando un grupo de sacerdotes decidieron fundar en sus dependencias una pasantía de latín para formar a los religiosos de la comarca. Siempre insistieron en la reapertura del monasterio, hasta que su deseo se vio cumplido en 1891 con la instalación de una comunidad de monjes benedictinos procedentes de la cercana abadía de Samos. Finalmente, el mal estado de su estructura y la ruina que amenazaba el monasterio hizo que tuvieran que abandonarlo definitivamente en la segunda mitad del siglo XX.
San Clodio está ubicado en el ayuntamiento de Leiro, en plena comarca del Ribeiro, a escasos diez kilómetros de la capital, Rivadavia. Sus dominios se centran en el Ribeiro de Avia, a ambas orillas del río, un lugar donde el cultivo de la vid representa su mayor seña paisajística. Sus laderas y pendientes se llenan de viñas que reportan únicos y apreciados vinos. Su microclima, seco y cálido en el periodo estival y muy húmedo durante los meses de invierno, además de la densa red fluvial que baña estas tierras, hacen de ella un lugar propicio y único para este cultivo. Ya los monjes de San Clodio, en época medieval se beneficiaron de la explotación de las tierras de este lugar privilegiado. Por eso el monasterio alcanzó su máximo esplendor en los siglos XII y XIII, en gran parte gracias a las cuantiosas rentas obtenidas a través de los numerosos cultivos de sus dominios, y especialmente del cultivo de la vid.
Desde el punto de vista arquitectónico, el cenobio medieval ha sufrido diversas modificaciones y ampliaciones a lo largo de los siglos. La fachada principal del monasterio data del siglo XVII. De estilo barroco, destacan en ella los tres escudos que presiden la entrada principal. El escudo de España, el del propio monasterio y el de la congregación de Castilla.
Como en todas las abadías, el centro de la vida se desarrolla en el claustro. En este caso, el monasterio de San Clodio posee dos: el claustro procesional, del siglo XV, y el claustro de la Hospedería, del XVI. El primero es de planta cuadrada, con dos alturas que se levantan a través de arcos de medio punto, organizados por pilastras estriadas. En la planta superior, dentro de cada arco se sitúa una ventana rectangular, encima de las cuales se abre un óculo ovalado. La techumbre de las galerías se organiza a través de bóvedas de crucería muy plana que refuerzan y embellecen la intersección de la bóveda.
El segundo claustro es igualmente de planta cuadrada y se organiza también en dos alturas. La planta baja se estructura en arcos de medio punto apoyados sobre esbeltas columnas jónicas de fuste liso, y en el superior se emplean columnas de orden compuesto con basas toscanas y collarino estriado. Cada una de las alas posee ochos arcos. En este caso, las galerías estaban cubiertas con simple armazón de madera. Los dos claustros y la iglesia se encuentran comunicados por una escalera con bóveda estrellada.
Dentro del conjunto monacal de San Clodio, cabe destacar su iglesia tardorrománica, en cuya estructura podemos comprobar la huella de las construcciones cistercienses. Su planta basilical se organiza a través de tres naves con tres ábsides semicirculares, cada uno con ventanas de arquivoltas de medio punto. Su fachada es una clara muestra de la austeridad constructiva propia del Císter, dividida en tres tramos que marcan las naves internas y flanqueada por grandes contrafuertes en cuyo centro se abre la puerta principal, coronada con arco apuntado con arquivoltas y tres pares de columnas acodilladas que nos alejan del primer románico para ir aproximándonos al gótico incipiente. Un tímpano totalmente liso demuestra que fue posteriormente modificado para estrechar la puerta.
Una sencilla línea de imposta marca los dos cuerpos de altura de la fachada; sobre ella, un rosetón tapiado con una ventana rectangular en su interior. En cada uno de los laterales, óculos circulares que aportan luz a las naves laterales. Llama la atención su campanario, con forma de torreón defensivo, que posee un reloj solar visible desde el claustro. En su interior, originalmente, la cubierta era una techumbre de madera, que fue sustituida posteriormente por las bóvedas de crucería estrelladas que podemos contemplar hoy. San Clodio, posee también un coro alto de época barroca.
Llaman mucho la atención en esta iglesia sus pinturas murales. Conserva un buen ejemplo de la pintura románica medieval, perfectamente integrada en su arquitectura. Los edificios románicos no se consideraban terminados hasta que sus muros no se cubrían con pinturas, que tenían una clara función didáctica en un momento en que la alfabetización solo llegaba a unos pocos privilegiados. Era otra manera de adoctrinar y explicar la religión.
Las pinturas murales de San Clodio poseen todas las características de la pintura románica: las formas geométricas, sus figuras dibujadas con cierto primitivismo, los colores brillantes que aportan luz al templo, la ausencia de perspectiva y de paisaje y la temática religiosa. Destaca su inconfundible pantocrátor, uno de los temas más recurrentes de la época.
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