Pontevedra, la costa del infinito azul
Dicen que el paisaje es la clave que nos permite descifrar el yo más íntimo y verdadero de las gentes, su manera de entender el mundo.
Te invitamos a conocer qué ver en Pontevedra y su casco histórico, uno de los mejor conservados de Galicia, declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1951. Es la primera ciudad del mundo en funcionar perfectamente a diario sin coches.
Dicen que el paisaje es la clave que nos permite descifrar el yo más íntimo y verdadero de las gentes, su manera de entender el mundo.
La Navidad y Vigo se han vuelto inseparables en los últimos años. Como un resurgimiento de viejas tradiciones de alegría y felicidad compartidas, la Navidad brilla más que nunca en la ciudad olívica.
Mira que me gustan las playas… así, en plural, porque no hablo de ir a tostarse al sol, que también, sino de las playas como geografías mágicas, de esa resbaladiza franja de terreno que es frontera entre dos mundos, la tierra y el inmenso mar.
En el interior de la provincia de Pontevedra, dentro del concello de Mondariz, se encuentra la parroquia de Mouriscados, con algo más de doscientos cincuenta habitantes. Desde hace quizá más de dos siglos, como afirman los ancianos del lugar, se bailan aquí las danzas brancas y se representa la lucha entre el moro y el cristiano.
Hay caminos que hunden sus raíces en las brumas del tiempo. Senderos trazados por millones de pies, grabados en la tierra con esfuerzos y sudores milenarios. Hay caminos que siempre han estado ahí, como este que hoy vas a iniciar: la antigua Vía de la Plata, la Bal’latta musulmana, la vía empedrada que ya en tiempo de los romanos comunicaba Mérida con Astorga.
Los castaños centenarios que parecen rozar las nubes de la fraga de Catasós cautivaron a Emilia Pardo Bazán, que ambientó aquí su obra por excelencia, Los pazos de Ulloa. Catasós está catalogado como parque protegido de Europa desde el año 2002 porque, a pesar de que no cuenta con una gran extensión, tiene una fauna y flora singulares.
La tele estaba encendida, pero yo no le prestaba atención. Andaba ausente, absorta en mis pensamientos, como era habitual últimamente. Eso sí, recuerdo que estaban emitiendo un reportaje sobre el archipiélago menos conocido del Parque Nacional das Illas Atlánticas, Ons.
Dudas, cómo no. ¿Por dónde entrar en Galicia desde Portugal? ¿Por la costa, por el soberbio estuario del río Miño, el padre reconocido de todos los gallegos, allá en A Guarda, a la sombra imponente del castro de Trega? ¿Por Tui, la catedral fortaleza, la ciudad episcopal que resistió a los normandos y se hizo irmandiña?
La imagen es evocadora y me recuerda que me he propuesto resumirle a mi compañero mil años de historia en lo que tardemos en llegar a la torre del homenaje, así que conecto mi mejor tono de historiador amateur y comienzo hablando de doña Urraca, aquella mujer que reinó sobre Galicia y Castilla allá por el siglo XII, y que según recoge la Historia Compostelana fue cercada en Sobroso por los partidarios de su propio hijo. Consiguió huir, eso sí, según se cuenta por un pasadizo secreto que la llevó hasta las orillas del río Tea.
Hay quien dice que el camino, el camino de verdad, es el que se hace en solitario. El que llena las horas con el runrún de los pensamientos. El que te permite vestir los días con la contemplación de un monumento, un paisaje. Sin prisas. Sin más urgencias que las que impone la naturaleza: comer, dormir, descansar. En soledad.