Un día en la villa de Alquézar
La villa de Alquézar, en Huesca, es el lugar perfecto para pasar un día. Naturaleza e historia se conjugan en menos de veinticuatro horas.
La villa de Alquézar, en Huesca, es el lugar perfecto para pasar un día. Naturaleza e historia se conjugan en menos de veinticuatro horas.
Funchal mucho más de lo que esperaba. Por historia y por singularidad, por sus sabores y por su carnaval, la capital de Madeira bien merece posponer un par de días las rutas de senderismo que me han traído hasta aquí.
A veces recorremos mil kilómetros para buscar lo que tenemos al lado de casa. Una y otra vez, buscamos la excelencia en el otro extremo del mundo sin sospechar que, en realidad, está muy cerca.
Pepe camina a paso rápido, saludando a derecha e izquierda, cuando percibe que un par de sombras lo esperan con una libreta y una cámara. «Pasad, pasad», dice, abriéndonos las puertas del restaurante.
A partir del siglo XV, España y Portugal, hasta entonces dos países vueltos hacia sí mismos, se lanzaron a la exploración y conquista del mundo. En 1492, Colón descubrió América para los europeos; seis años después, en 1498, Vasco de Gama llegó a la India tras rodear el continente africano.
No hay mejores sorpresas que las que te hacen ver con nuevos ojos lo que ya creías conocer. Eso es lo que me acaba de pasar, de la forma más inesperada, en la comarca de O Ribeiro, en Ourense.
Una presta especial atención cuando es un enólogo con más de diez años de experiencia el que le habla del inicio de la viticultura en las Rías Baixas y sus alrededores. Cuánto más, si el mismo experto añade a la historia el hecho de haber crecido en Cambados, en el seno de una familia productora de vino albariño.
Piezas antiguas, olor a madera vieja, fotografías que abren el apetito. ¡Esperamos que te lo pases tan bien como nosotros!
Querido hermano:
¿Cómo estás? ¿Hace mucho frío por ahí? Aquí estamos despidiendo el verano y es tiempo de vendimia, así que este fin de semana hemos ido a la Ribeira Sacra para echar una mano. Ha sido una experiencia inolvidable. Empezando por el amanecer, no te puedes imaginar qué privilegio ver cómo la bruma iba levantando, como si fuese un telón rompiendo el silencio de la madrugada.
En el Baixo Miño, el dorado se adueña de las copas de los árboles a mediados de julio. Son los mirabeles, un fruto sabroso del color del oro que se puede degustar durante apenas una quincena.