En una brillante mañana de verano, desperté con una emoción especial; hoy era el día que tanto había anhelado. El aroma del campo y la promesa de un día en la «Playa fluvial de Fornelos» en Fornelos de Montes habían pintado una sonrisa en mi rostro.
En cuanto amaneció, preparé mi mochila con todo lo necesario: toallas, protector solar, un libro, y un almuerzo campestre de productos locales: empanada gallega, queso de tetilla, pimientos de Padrón y, cómo no, una botella de Albariño.
Tomé la ruta que atraviesa los bosques de robles, y después de un corto trayecto en coche, el río Oitavén apareció ante mis ojos, deslumbrante con su belleza natural. Dejé mi coche en el estacionamiento y seguí el sonido de las risas y el murmullo del agua hasta que la vista de la Playa fluvial de Fornelos me dejó sin aliento.
Playa fluvial de Fornelos: Un oasis de tranquilidad y diversión en la orilla del Oitavén
La Playa fluvial de Fornelos, rodeada de vegetación frondosa, era una joya oculta. El río Oitavén, sereno y puro, fluye generosamente, y su agua cristalina invita a un baño refrescante. Las áreas verdes alrededor estaban salpicadas de familias y grupos de amigos disfrutando de la belleza del lugar, el aire estaba lleno de risas, charlas animadas y el sonido tranquilizador del agua corriendo.
Bajo el resguardo de un robusto roble, con sus grandes y verdes hojas creando un refugio natural, dejé mi mochila. Mis sandalias, liberadas de mis pies, descansaban ahora sobre la hierba fresca y húmeda, dejándome con la exquisita sensación de la tierra bajo mis pies.
Caminé hacia el agua, cada paso era una sinfonía de sensaciones. Las piedrecillas y guijarros pulidos por la eterna danza del río con la tierra, masajeaban suavemente las plantas de mis pies, y la arena fría se filtraba entre mis dedos. Sentía el frescor del agua rozar mis tobillos, una caricia fría, invitándome a su reino azul.
Mis dedos tocaron la superficie, provocando círculos concéntricos que bailaban en un lento vals acuático. La corriente era suave, como un susurro apenas perceptible, prometiendo un baño tranquilo. Con un suspiro de contento, dejé que mis pies se hundieran más, el agua ascendiendo lentamente por mis piernas. Cada célula de mi cuerpo parecía vibrar, llenándose de vida al contacto con el agua fresca y pura de la Playa fluvial de Fornelos.
Finalmente, reuniendo valor, me sumergí completamente. Un choque agradable de frío me envolvió, desde la punta de mis dedos hasta las raíces de mi cabello. El mundo exterior, con sus ruidos y sus preocupaciones, desapareció. Sólo estaba yo, el agua y el silencio apacible que solo el río puede ofrecer. Los rayos del sol, filtrándose a través de la superficie, creaban un espectáculo de luces danzantes, y en ese momento, fui parte del río y el río fue parte de mí.
Nadé por un tiempo que parecía eterno, dejándome llevar por la corriente suave, volviendo a la superficie sólo para tomar aire y sumergirme de nuevo en este maravilloso universo azul. Cada brazada, cada movimiento, me hacía sentir más conectado con el río y la naturaleza. Fue un baño revitalizador, purificador, un momento de completa paz y alegría.
Emergí finalmente, el cuerpo vibrante y el espíritu renovado. Cada gota de agua que se deslizaba por mi piel parecía dejar un rastro de energía, una caricia de la naturaleza que recordaré para siempre. Aún con la risa del agua en mis oídos y el sabor fresco del río en mis labios, regresé a la sombra de mi roble, listo para continuar con mi maravilloso día en la Playa fluvial de Fornelos.
Después del agradable baño, decidí explorar la zona. A lo largo de la playa, había parrillas y mesas de picnic, un parque infantil, y un sendero de madera que serpenteaba a lo largo de la orilla del río. Me aventuré por el sendero, admirando el paisaje y la armonía perfecta entre la naturaleza y las instalaciones de la playa.
De vuelta a mi lugar, me sequé al sol y, una vez que me sentí lo suficientemente seco, abrí mi libro y me perdí en su mundo, solo interrumpido ocasionalmente por el dulce canto de los pájaros o el suave zumbido de las abejas.
Cuando el sol comenzó a inclinarse, decidí que era hora de comer. Desempaqué mi comida y saboreé cada bocado, todo adquiría un sabor aún más delicioso en este entorno.
Finalmente, a medida que el sol se despedía, tejiendo patrones dorados sobre el agua del río, recogí mis cosas y empecé mi camino de vuelta. La Playa fluvial de Fornelos me había brindado un día en el campo, un baño disfrutando de la naturaleza, y recuerdos inolvidables. Con una sonrisa en mi rostro y la promesa de regresar, di un último vistazo a la playa y volví a casa, llevándome conmigo la serenidad y la frescura del río Oitavén.
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