Formigal, bautismo de nieve y montaña
Recapitulemos. Son las ocho y media de la mañana. Hace frío. Estoy sentado en una cosa llamada telesilla que hasta hace dos días solo había visto en películas. Mis pies cuelgan sobre una pronunciada pendiente a la que en breve tendré que enfrentarme. Y mientras asciendo las montañas de Formigal se transforman ante mis ojos: dejan de componer la bella estampa invernal que me sorprendió a mi llegada para ofrecerme su faceta más imponente, rocosa e inhóspita. Las cumbres del Pirineo aragonés me devuelven desafiantes la mirada, consiguiendo que me cuestione seriamente mi capacidad para tomar decisiones, concretamente aquellas que me han llevado hasta este momento.