A veces sueño que estoy tumbado sobre la hierba, al sol del verano, bajo las ramas de un castaño milenario. A veces sueño que la brisa me llena los oídos con el rumor de las hojas y el canto de los pájaros, y que la tierra palpita al ritmo de mi corazón. A veces veo ríos caudalosos y viñedos encaramados en abruptas pendientes.
A veces sueño que estoy en Trives…
Fran Zabaleta
Dirección y fotografía: Pío García
Trives, cercada por gigantes: los cañones del Sil, al oeste; los bosques infinitos del Courel, al norte; las cimas nevadas de Pena Trevinca, al este; las montañas del Parque Natural de O Invernadoiro, al sur.
Y ahí, en el centro de Ourense, en el corazón de Galicia, la Terra de Trives. La comarca está formada por cuatro municipios: Chandrexa de Queixa, Manzaneda, Pobra de Trives y San Xoán de Río. Tierras altas, recias, repletas de tesoros: bosques centenarios, profundas gargantas, caminos y puentes que brotan de la historia, pequeñas aldeas, montañas de nieve.
Tesoros botánicos tan fascinantes como la fraga de San Xoán do Río, en el municipio del mismo nombre, un impresionante manto vegetal de robles, arces, rebollos, abedules y castaños centenarios que tapiza las márgenes del río Navea.
Tesoros como el souto de Rozavales, en el municipio de Manzaneda, un bosque adehesado de castaños que ha sido declarado Monumento Natural por la Xunta de Galicia y que contiene ejemplares muchas veces centenarios… El abuelo de todos es este castaño de Pumbariños, con un perímetro de más de doce metros, del que se cree que ronda los mil años. Impresiona pensar que este coloso vegetal ya ofrecía sus castañas a los habitantes de estas tierras allá por el año 1000, cuando muchos pensaban que se acercaba el fin del mundo.
Tesoros fluviales también, pues esta es una tierra de aguas salvajes que crean algunas de las gargantas más profundas del relieve gallego. Ríos como el Sil, el gran fecundador, portador de agua y oro; el Bibei, de orígenes zamoranos, el principal afluente del Sil, que se alimenta de las nieves altas de Pena Trevinca; el Navea, que desde la Serra de San Mamede baja impetuoso y bronco, hábil excavador de impresionantes cañones, y que vierte sus aguas en el Bibei; o el caudaloso San Lázaro, que nace a 1740 m de altitud, en la Serra de Queixa, y que aporta sus aguas al Bibei.
Tesoros botánicos y fluviales, y también geológicos, como las alturas nevadas de Cabeza Grande de Manzaneda, la cumbre más elevada del Macizo Central Ourensano, de 1780 m. En las vertientes norte y este de esta cumbre se ha instalado la única estación de esquí de Galicia.
Sí, a veces sueño que estoy en Trives, una tierra repleta de tesoros…
Este es país de larga ocupación, de fértil historia. Hace dos mil quinientos años ya resonaba por estos valles el golpeteo de las forjas y se escuchaban bien altos los cantos de guerra de los tiburos, pobladores de castros cuyo territorio estaba comprendido entre los ríos Navea y Bibei.
Pero los guerreros tiburos no fueron capaces de resistir mucho tiempo el empuje de las legiones romanas, atraídas hasta este apartado rincón por el oro que las aguas de los ríos arrancaban de las entrañas de la tierra.
Los romanos domesticaron las aguas, desviaron el curso de los ríos, construyeron caminos y levantaron puentes que todavía hoy asombran. Algunos de gran tamaño y sólida arquitectura, como este puente sobre el Bibei, el mejor conservado de Galicia.
Otros son más humildes pero también orgullosos, como este de Ponte Navea, que permite salvar las aguas bravas del Navea y las escarpadas laderas de sus márgenes. Por cierto que se cree que aquí, a su vera, se hallaba la antigua capital de los tiburos, Nemetobriga, considerada por algunos historiadores el principal centro religioso de la Hispania celta.
Puentes romanos soberbios y bien armados, pero también puentes humildes, hermosos por su modestia y su practicidad, como el Ponte Cabalar, sobre el río homónimo, muy cerca de A Pobra de Trives, reconstruido en el siglo XIX. O el más humilde de todos, que también es soberbio a su manera: el pequeño puente de Previsa, en el concejo de Manzaneda. Este no es ya romano, aunque quizá fuera construido sobre otro de ese origen. Su simplicidad es tal que le basta una losa de granito de tres metros apoyada sobre sillares irregulares para salvar el regato de Casteligo y crear un entorno tan fantástico como atractivo, tan recóndito como misterioso.
Los puentes, a la vista está, salpican la Terra de Trives y hacen practicables sus escarpas. Salvan gargantas y dan continuidad a una gran obra de ingeniería: toda la comarca está atravesada por la Vía XVIII del itinerario de Antonino, una gran vía de comunicación que enlazaba Braga, en Portugal, con Astorga, en León. La calzada, llamada también Vía Nova, entraba en la comarca por Puente Navea, atravesaba Trives y Ponte Cabalar y continuaba su recorrido por el puente sobre el río Bibei. Testigos silenciosos de su recorrido son los numerosos miliarios que todavía hoy jalonan el camino.
Durante la Edad Media, la mayor parte de estas tierras estuvo bajo diversos señoríos: los Quiroga, los Oca, los condes de Lemos, los condes de Ribadavia. Fueron tiempos de silencio y esfuerzo, de pequeñas iglesias y cenobios como el de San Salvador de Sobrado, fundado en el año 909.
Del monasterio solo se conserva la torre, una sólida construcción fortificada hoy reconvertida en campanario, y la iglesia, uno de los más hermosos ejemplos de románico gallego rural: una joya arquitectónica cuyas ménsulas y capiteles muestran un asombroso repertorio de figuras animales y humanas dotadas de gran fuerza expresiva, relieves y esculturas tan peculiares como ingenuos. Especialmente llamativos son los dos juglares representados en las ménsulas situadas en la puerta de acceso, uno tocando la fídula y otro contorsionándose. En el interior, en la bóveda de la capilla mayor, sin embargo, todavía se conservan pinturas policromadas de exquisita factura, tocadas por ese halo a la vez inocente y terriblemente admonitorio del románico.
Muy cerca de esta localidad de Sobrado se encuentra la capital municipal, Manzaneda, que durante la Edad Media fue un importante núcleo defensivo. Por entonces, la villa contaba con un recinto fortificado de unos cuatrocientos metros de perímetro y precedido por un foso del que hoy solo se conservan algunos restos, como la Porta da Vila o algunos lienzos de la muralla.
En el siglo XIX, A Pobra de Trives, la capital comarcal, se convirtió en lugar de reunión y descanso de nobles y ricoshombres que llenaron la villa de casas blasonadas y pazos como el de los marqueses de Trives. Todavía hoy es muy fácil apreciar la nobleza de sus edificaciones al pasear por las calles empedradas o al detenernos en sus plazas. Rúas tranquilas, apacibles, en las que es fácil olvidarse del mundo, como si las prisas y el ajetreo fueran solo un mal recuerdo…
Y es que aquí, en la Terra de Trives, recorriendo sus bosques, nadando en sus ríos, ascendiendo a sus montañas y descubriendo sus tesoros, da la impresión de que el corazón se acompasa con la savia de los árboles, como si cada latido fuera el paso de un caminante que vaga por el tiempo.
Por eso, a veces sueño.
A veces sueño que estoy en el centro del mundo.
En la Terra de Trives, donde palpita la vida.
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