Qué ver en Braga
Pasearemos por tantas épocas que corréis el riesgo de perderos en el tiempo. Así que, ojos abiertos, oídos destaponados, nariz sin mocos, manos sin teléfonos y boca fresca. ¡A disfrutar!
Pasearemos por tantas épocas que corréis el riesgo de perderos en el tiempo. Así que, ojos abiertos, oídos destaponados, nariz sin mocos, manos sin teléfonos y boca fresca. ¡A disfrutar!
Tú que has caminado al son de la música que cantan las calles de Praga, que te has maravillado ante el talento y la vitalidad de sus gentes. Puede que a estas alturas pienses que has llegado a conocer a fondo la antigua capital de Bohemia y que dominas la inacabada sinfonía que resuena en sus piedras. Pero debes saber que te equivocas. No podrás decir que conoces esta ciudad hasta que cruces a la otra orilla del río Moldava, hasta que asciendas la colina de Malá Strana en busca del eterno castillo de Praga.
A veces, el mar y la tierra juegan a construir castillos en la arena, como niños en la playa. A veces la tierra y el mar se funden en un abrazo y se hacen puente. Aquí, sobre esta ría de Ribadeo que se disfraza de marisma, el puente es camino y esfuerzo, es horizonte de aguas bravas y vegas fértiles. Aquí, en Ribadeo, nace el camino del norte.
Hubo un tiempo en que no había más allá. Un tiempo en que los mares eran terra incognita, morada de dragones y bichas de mágicos poderes, y los océanos se vertían en el vacío por inmensas cascadas atronadoras.
Todas las ciudades tienen su propia melodía, pero en pocas resulta tan sencillo escucharla como en Praga. Aquí las piedras resuenan con una vibrante e inacabada sinfonía en la que la historia de sus edificios se entrelaza con el bullicio de sus gentes creando una armonía irrepetible.
Hay caminos que hunden sus raíces en las brumas del tiempo. Senderos trazados por millones de pies, grabados en la tierra con esfuerzos y sudores milenarios. Hay caminos que siempre han estado ahí, como este que hoy vas a iniciar: la antigua Vía de la Plata, la Bal’latta musulmana, la vía empedrada que ya en tiempo de los romanos comunicaba Mérida con Astorga.
Zamora es una población hermosa y sosegada, de calles de piedra y edificios señoriales, un espléndido escenario de iglesias, palacios y edificios modernistas. Pasear por su zona antigua es respirar el aroma de una historia milenaria asumida con la naturalidad de la larga experiencia.
Dudas, cómo no. ¿Por dónde entrar en Galicia desde Portugal? ¿Por la costa, por el soberbio estuario del río Miño, el padre reconocido de todos los gallegos, allá en A Guarda, a la sombra imponente del castro de Trega? ¿Por Tui, la catedral fortaleza, la ciudad episcopal que resistió a los normandos y se hizo irmandiña?
Hay quien dice que el camino, el camino de verdad, es el que se hace en solitario. El que llena las horas con el runrún de los pensamientos. El que te permite vestir los días con la contemplación de un monumento, un paisaje. Sin prisas. Sin más urgencias que las que impone la naturaleza: comer, dormir, descansar. En soledad.
Das un paso más. Solo uno más, pero no es uno cualquiera. El último de la intensa subida desde Villafranca del Bierzo, con la respiración agitada y los músculos de las piernas quejándose por el esfuerzo; el primero del camino francés en tierras gallegas. Un paso y te embarga esa poderosa sensación: aquí estás, en este nido de águilas de O Cebreiro, a 1.300 m de altitud.
En Galicia. Por fin.