Lagos de Saliencia

Lagos de Saliencia. Una joya oculta entre los valles de Somiedo, un paraíso de montaña donde perviven los vestigios de la trashumancia

Marcos González Penín
Fotografía: Pío García

Viajando con Pío

Para un apasionado de la naturaleza como yo, los atractivos de Asturias parecen no tener fin. Mira que he vuelto veces, que por extensión tampoco debería dar para tanto… Y aún así no dejo de encontrar lugares con los que sorprenderme, nuevos motivos para explorar hasta el más recóndito de sus rincones. 

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Puede que los lagos de Saliencia no sean los más famosos o visitados del principado, ese honor lo ostentan los de Covadonga, de los que ya hablamos largo y tendido en su día. ¡Pero es que allí juegan con ventaja!, a sus innegables atractivos naturales pueden sumar su importancia histórica y religiosa. 

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En Saliencia no tienen cuevas milagrosas ni historias de grandes batallas. Ni falta que les hace. Si lo que queremos es descubrir un entorno natural incomparable, alejado de la masificación, un paraíso subalpino en el que todavía perviven los vestigios de la trashumancia… En ese caso, haremos bien en decantarnos por los lagos de Saliencia. 

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Lagos de Saliencia

Adentrándome en Somiedo

La búsqueda de los lagos me lleva a atravesar el parque natural de Somiedo, el más antiguo de Asturias. Son cuatro grandes valles enclavados entre montañas, con grandes diferencias de altura, desde los 2194 metros del pico El Cornón hasta los 400 de Aguasmestas, lo que posibilita una gran diversidad tanto de flora como de fauna. Una zona alejada de la civilización, donde la ganadería sigue siendo una de las principales ocupaciones, donde lo natural reclama absoluto protagonismo. 

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Conduzco a través de un cambiante ecosistema en el que se alternan bosques, brañas y pastos, ascendiendo lentamente hacia la región subalpina del parque natural, las cumbres que propician la formación de los lagos glaciares que vengo buscando. Aunque por supuesto no espero llegar con el coche hasta su orilla. Aparco en el Alto de la Farrapona, punto de conexión con la vecina Castilla y León, y me dispongo a alejarme del asfalto. 

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Lagos de Saliencia

El cuenco entre montañas

He escogido una ruta circular, que me guía hacia los lagos por un estrecho sendero de tierra, ofreciéndome unas vistas inmejorables del valle en el que me adentro. No me hace falta caminar mucho para verme completamente rodeado por los picos de Somiedo, totalmente integrado en el hermoso paisaje de montaña. 

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Y de repente, sin previo aviso, cuando doblo un recodo aparece ante mí el primero de los lagos de Saliencia. Es el lago de la Cueva, un círculo de agua completamente rodeado de montañas que se alzan desde su misma orilla, creando la imagen de un gigantesco cuenco entre las cumbres. 

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No he escogido el día más soleado para hacer la ruta. No puedo sino imaginarme los brillantes tonos azules que mostrará el lago durante los días más luminosos. Aun así, la estampa merece mucho la pena, me detengo para admirar el sombrío contraste entre las oscuras aguas y las blancas montañas, engullidas en parte por una capa de niebla que amenaza con ocultarlas. 

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Desciendo hasta el borde mismo del lago, disfruto del aire fresco, de la tranquilidad del ambiente, de este cuenco que parece separado por completo del resto del mundo. Pero tampoco me entretengo demasiado. Sé que solo he comenzado a descubrir los atractivos de Saliencia. 

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Lagos de Saliencia

La ruta entre los lagos

Vuelvo al sendero que me conduce a través del gran valle. En mi campo visual gigantescas rocas de tonalidades blancas y en ocasiones rojizas se intercalan con la vegetación de las praderías. Recuerdo que Somiedo es un gran refugio de fauna salvaje, así que permanezco atento a lo que me rodea, deseoso de avistar un águila entre las nubes o un rebeco sobre las rocas. 

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No tengo tanta suerte, me tengo que conformar con unas vacas en el borde del camino, mirándome desconfiadas mientras me acerco al lago Cerveriz, el segundo que me cruzo. A diferencia del primero, aquí las cumbres no lo rodean por completo, dejan margen para las verdes praderías que rodean esta masa de agua alargada, creando un espacio idílico para el descanso. 

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Lejos de ser más de lo mismo, me doy cuenta de que cada lago tiene algo que lo hace único, una impresión que confirmo poco más tarde cuando la ruta me lleva hasta el lago Calabazosa, también conocido como el lago Negro. Es el más grande de los tres, un gigante que ostenta el honor de ser el lago más profundo de toda la cornisa Cantábrica, una oscura masa de agua que contemplo con respeto desde las rocas que lo guardan.  

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Los teitos de los trashumantes

Me he perdido el pequeño lago de la Mina, completamente seco durante esta época del año. También está el lago del Valle, pero supondría cuatro horas extra de caminata, así que decido dejarlo para otro día y emprender el camino de vuelta. De nuevo me cruzo con un grupo de vacas, en esta ocasión con un pastor acompañándolas. Así que aprovecho para socializar un poco, para enterarme de que por esta misma senda transitaban hasta hace no tantos años los ganaderos trashumantes, cuya huella ha quedado presente a través de los emblemáticos teitos de Somiedo. 

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Se trata de una especie de cabañas con paredes de piedra y cubiertas vegetales, usadas para las pernoctas estacionales de los ganaderos. En cierta medida me recuerdan a las pallozas de los también montañosos Ancares, pero en este caso la cubierta tiene una inclinación mucho más pronunciada, creando una imagen completamente única. 

Una ventana al pasado

Siguiendo el consejo del pastor, decido terminar la jornada en el Ecomuseo de Somiedo, que en el pueblo de Veigas abre al público tres casas con este tipo de cubierta, conservadas tal y como eran cuando estaban habitadas. 

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Veo útiles de labranza, antiguas herramientas textiles… También imágenes cotidianas como el mueble donde se guardaban los utensilios de cocina. Estampas que me trasladan a un pasado no tan lejano, a una forma de vida hoy prácticamente desaparecida.  

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Viajando con Pío

Me invade una cierta nostalgia, pero también una sensación de calidez, de familiaridad. No tengo prisa por volver a la ciudad. Creo que me quedaré unos días vagando por los lagos de Saliencia. 

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