Desde que concluí mis doce pruebas en el 1246 a.n.e., ni mi deificación ha conseguido que me hiciera sentir como en aquella travesía… La eternidad en el Inframundo es insoportable, ni siquiera yo, Hércules, puedo con ella. Así que decidí sortear a Caronte y Hades y volver a andar los mismos pasos que recorrí ya hace más de 3000 años… Qué ver en Sevilla.
María Álvarez
Fotografía: Pío García
Después de casi un mes peregrinando por lo que ahora llaman Europa, estaba casi al final de mi viaje, ya había recorrido los caminos que me había deparado el décimo de mis trabajos, robar las vacas rojas de Gerión. Así que me adentré en el río Guadalquivir para terminar llegando a Hispalis, ahora conocida como Sevilla. En el Inframundo las noticias vuelan, y yo ya era consciente de que el César había hecho de aquel lugar una colonia envidiable en todo el Imperio. Qué ver en Sevilla, sin embargo, nunca pensé que pudiera haber cambiado tanto con el paso de los siglos…
Atraqué mi pequeña embarcación en la orilla izquierda del río y lo primero que me encontré fue un jardín que verdaderamente parecía el mismísimo jardín de las Hespérides. Sin embargo, no escuchaba el coro de ninfas, sino un canto y una música que solo al cruzar el estrecho había conocido… Eran jarchas, y provenían de una torre inmensa que se alzaba dominando aquel jardín.
Cada uno de los prismas que coronaban sus muros embellecían la fachada de aquellos treinta y seis metros de edificación fortificada. Estaba ante la Torre del Oro, una maravilla del siglo XIII que fue construida bajo el dominio de los árabes.
Qué ver en Sevilla. Al salir de aquellos jardines de ensueño me topé con una de las cosas más bellas que había visto hasta el momento. Debía ser obra de los dioses del Olimpo, del mismísimo Zeus… Estaba ante el alcázar de Sevilla, un majestuoso palacio fortificado en el que, sin duda, pude observar cómo el paso de los siglos va dejando su huella. Unos cientos de años despúes de mi muerte, cerca del siglo VIII a.n.e., los romanos levantaron en esta misma parcela una edificación que años más tarde modificaron los almohades, creando un sistema de murallas que unía el alcázar con otras fortificaciones hasta el cauce del Guadalquivir. De él no solo impresiona la disposición del edificio en cuanto a sus objetivos bélicos, sino también los infinitos grabados que pueblan sus paredes o los solemnes arcos que son sostenidos por las columnas de mármol.
Sin duda los árabes dejaron su huella bien marcada en Sevilla, pues al convertirla en la capital de su al-Ándalus la dotaron de los edificios más majestuosos de toda la región; una clara muestra de ello es la Giralda, la mezquita más impresionante de todo el reino, que siglos más tarde fue consagrada como templo cristiano tras añadirle el campanario y la cruz.
La nueva Hispalis me estaba conquistando. «Por fin algo consigue impresionar al viejo Hércules», me dije a mí mismo, sin saber que aún tenía por delante mucho más que descubrir.
A pocos pasos de aquella majestuosa mezquita me encontré con la catedral de Sevilla, el mayor templo gótico del mundo. Otra maravilla de los dioses. Estoy seguro de que el Olimpo eligió esta catedral como el lugar para viajar en el tiempo, pues en ella se pueden observar todas las etapas de la Península, desde la almohade, pasando por el Renacimiento, hasta la época neogótica, un auténtico recorrido por la historia de Sevilla y del mundo.
Entre tanta belleza y asombro comenzaba a ponerse el sol. Pensé que lo mejor sería acercarme a las Atarazanas, de las que tan bien se hablaba en el Inframundo, para que le echaran un ojo a mi pequeña embarcación. Sin embargo, para mi sorpresa, el antiguo astillero especializado en la construcción de galeras ya no estaba operativo. Su actividad se prolongó desde el siglo XIII hasta el XV y con el paso de los siglos se ha convertido en un monumento histórico.
Qué ver en Sevilla. Anochecía y yo debía partir, pero antes de aventurarme hacia mi undécima prueba no podía irme de mi querida Sevilla sin despedirme de Triana.
Estaba mucho más hermosa de lo que recordaba, su reflejo en las aguas del Guadalquivir, el colorido de sus casas y la paz que transmitía realmente encandilarían hasta al mismísimo Caronte. Decidí que antes de marcharme pasearía por los callejones del barrio donde me encontré con la parroquia de Santa Ana, una mezcla de los estilos gótico y mudéjar.
Tanto Sevilla como Triana han sido lo mejor de esta peregrinación por mis doce pruebas, y eso que aún no he acabado. Es el lugar perfecto para hacer una inmersión en el paso de los siglos, una inmersión en la historia de Hispalis, o de Sevilla, como más te guste llamarla…
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