Castillo de Vilasobroso

La larga sombra del castillo de Vilasobroso en Mondariz

—Pues la verdad, me lo imaginaba más grande.
Eso es lo que me suelta el amigo al que he conseguido liar este domingo por la mañana para acercarnos hasta el castillo de Vilasobroso en Mondariz. Entiendo por qué lo dice, desde la base del monte Landín la fortaleza que domina el valle desde hace diez siglos no sorprende especialmente por su tamaño.
Pero también sé que su impresión cambiará pronto. Según vaya descubriendo sus estancias, sus recovecos, su sobria belleza, su violenta y atribulada historia… Se dará cuenta, como yo en su día, de que los muros de esta «pequeña» fortaleza proyectan una sombra muy larga.

Marcos González Penín
Fotografía: Pío García

Castillo de Villasobroso en Mondariz
Villasobroso en Mondariz
Castillo de Sobroso

Aparcamos el coche, terminamos de subir la colina y traspasamos las murallas a través de un pequeño acceso. A nuestra derecha nos recibe una pequeña capilla, pero nuestra atención se dirige a los anchos muros del cuerpo principal de la fortaleza, mucho más imponentes en las distancias cortas. Los rodeamos poco a poco hasta llegar a la puerta principal, un pequeño arco insertado en una sólida fachada en la que no se ha concedido nada a la ornamentación, un verdadero telón de piedra maciza que deja clara la intencionalidad defensiva del conjunto.

Mondariz

La imagen es evocadora y me recuerda que me he propuesto resumirle a mi compañero mil años de historia en lo que tardemos en llegar a la torre del homenaje, así que conecto mi mejor tono de historiador amateur y comienzo hablando de doña Urraca, aquella mujer que reinó sobre Galicia y Castilla allá por el siglo XII, y que según recoge la Historia Compostelana fue cercada en Vilasobroso (Mondariz) por los partidarios de su propio hijo. Consiguió huir, eso sí, según se cuenta por un pasadizo secreto que la llevó hasta las orillas del río Tea.

Castillo de Vilasobroso

Hoy en día las defensas del complejo difícilmente hubieran conseguido ganar tiempo para la reina, se limitan a un señor que nos pide un euro a cambio de traspasar el acceso. Nos planteamos sitiar la fortaleza y tratar de rendirle por hambre, pero finalmente cedemos a sus exigencias. Así franqueamos sin oposición la entrada llegando a un estrecho pasillo sin cubierta que separa dos cuerpos del castillo destinados a habitaciones y salones, en las que nos llaman la atención las múltiples troneras dispuestas para la defensa.

Castillo de Vilasobroso
Castillo de Vilasobroso

Recorremos estancias dispuestas de forma intrincada hasta llegar a la sala de los señores, la más grande, presidida por una mesa que recuerda las ceremonias que allí tuvieron lugar. Le señalo a mi amigo que bajo el techo donde nos encontramos fue coronado Alfonso VII, hijo de doña Urraca, y celebró su boda el rey portugués don Dinís el trovador con la mujer que más tarde sería canonizada como santa Isabel de Portugal.
Con esa imagen en la cabeza accedemos a la parte superior, un adarve con una impresionante vista de los alrededores que deja claro por qué escogieron este lugar para levantar el Castillo de Vilasobroso. Nos distraemos contemplando los pueblos de los alrededores y los bosques donde reina el alcornoque, un árbol al que en Galicia llamamos sobreira y le da su nombre al castillo. Pero las vistas probablemente sean mejores desde arriba, así que no tardamos en dirigirnos a la torre del homenaje, que se alza al oeste, protegiendo el único flanco del castillo que se abre a un terreno más elevado.

Castillo de Vilasobroso
Castillo de Vilasobroso

Se trata de una imponente estructura coronada por merlones y cuatro garitas cilíndricas en sus esquinas que la convierten en uno de los elementos más hermosos del conjunto. Preside el edificio desde el siglo XV, cuando tuvo que ser reconstruido por completo tras la destrucción que trajo consigo la revuelta de los irmandiños. Le cuento a mi amigo que esa reconstrucción fue la que convirtió al castillo en la inexpugnable fortaleza que hoy recorremos. Y le aclaro que el uso de la palabra «inexpugnable» no ha sido gratuito.
Pocos años después de su reconstrucción, sus muros fueron puestos una vez más a prueba, como escenario del enfrentamiento entre Diego García Sarmiento y Pedro Álvarez de Soutomaior, el poderoso señor más conocido como Pedro Madruga. Tras la revuelta de los irmandiños Madruga aprovechó para reconstruir y hacerse con el control de la plaza, pero sus anteriores propietarios pronto se la arrebataron aprovechando el cautiverio del señor de Soutomaior en Benavente.
Obviamente, Pedro Madruga no quedó conforme, cuando volvió a Galicia se las ingenió para capturar a su rival, llevándolo hasta las puertas de Sobroso y exigiendo la rendición del Castillo de Vilasobroso. Desde las almenas de la torre del homenaje, donde ahora nos encontramos, todavía parecen escucharse las palabras amenazantes de Madruga.a

Castillo de Vilasobroso

—Ved a vuestro Señor. Si no me dais la casa, cortarele he la cabeza.
Se ve que García Sarmiento le tenía aprecio a su cabeza. Y como conocía la fama de su captor, le suplicó a los defensores que entregaran el castillo para salvar la vida. Pero el alcaide de la fortaleza, que al parecer era el cuñado del prisionero, tenía otras prioridades. Desde los muros que hoy nos acogen devolvió la bravata.
—Bien lo podéis matar, mas acá no entraredes.

Vilasobroso

Y le descubrió el farol a Madruga, que no cortó ninguna cabeza aquel día, sino que se limitó a poner el castillo bajo asedio.
Pero Sobroso resistió. Lo suficiente para que acudiese en su ayuda un ejército formado por otros enemigos del noble gallego, que se ve que no le faltaban, obligándole a huir dejando el Castillo de Vilasobroso en manos de los Sarmiento.
La historia es apasionante. Pero me doy cuenta de que me he dejado arrastrar por las palabras, llevo por lo menos diez minutos hablando sin tregua y empiezo a pensar que le estoy rompiendo a mi amigo la cabeza. Lo veo pensativo, contemplando las vistas desde la torre, que efectivamente son aún mejores que desde el adarve. Así que le pregunto qué opina. Y su respuesta me sorprende.
—Pues va a resultar que es bastante «grande» el castillo este…
Parece que lo he convencido.

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