Sentado en una terraza del centro de Lugo, capté de refilón una conversación entre dos chavales que me dejó bastante tocado. Decía uno que la naturaleza lo aburría. Que al final, o te ibas muy lejos o era siempre lo mismo: cuatro tipos de árboles y con suerte algún río. El otro asentía, rendido ante la fuerza de sus argumentos. Mientras, yo me revolvía en mi silla, conteniendo a duras penas el impulso de levantarme y transmitirles a gritos la suerte que tenían de vivir en una provincia con una diversidad paisajística tan abundante como la naturaleza de Lugo.
Marcos González Penín
Fotografía: Pío García
Quería hablarles de lagunas como la de Bardancos, de la cuenca del río Eo en A Marronda, de las hayas de A Pintinidoira, de la montaña de los Ancares o la apabullante diversidad del Courel. Pero probablemente no me hubieran escuchado. Así que en vez de montar un numerito decidí atenuar mi frustración haciendo las maletas y lanzándome a redescubrir cinco facetas de la naturaleza, cinco lugares para perderse en la naturaleza de Lugo.
Naturaleza de Lugo: Laguna de Bardancos, hogar de aves y baluros
Comienzo por la Terra Chá, planicie atípica dentro de Galicia que favorece el flujo pausado de los numerosos ríos que la atraviesan y la inundación de terrenos, creando humedales que antaño cubrían toda la zona. Muchos ya no existen, sucumbieron ante el desarrollismo de mediados del siglo pasado, pero los que sobrevivieron nos siguen fascinando con la riqueza de sus ecosistemas.
Es el caso de la laguna de Caque o Bardancos, que me recibe con sus sauces y abedules, sus lirios y espadañas. Me tienta con sus caminos, pero yo prefiero tomármelo con calma. Sé que estoy en el lugar adecuado para la observación de aves como la garza real, la gallineta común, zorzales, rapaces…
Así que me siento y espero por las aves, que acabarán apareciendo, mientras pienso en los antiguos habitantes de la laguna, una especie de brujos-sacerdotes conocidos como baluros, seres malditos condenados por los obispos del siglo XVIII, que pedían limosna para «las once mil vírgenes y once mil cantantes que con medio cuerpo en el agua y medio fuera cantan de noche y callan de día en la laguna de Caque».
A Marronda, el río que corre entre las hayas
No parecen una compañía agradable, así que me aseguro de irme antes de que se ponga el sol, busco donde pasar la noche y madrugo para alcanzar mi segundo objetivo, el bosque de A Marronda. Se trata de una de las fragas mejor conservadas de la provincia, donde no faltan los robles y los castaños, los serbales y los acebos.
Pero donde sin duda reinan las hayas es en la naturaleza de Lugo. A Marronda marca uno de los puntos más occidentales de Europa donde podemos caminar bajo sus frondosas copas, capaces de crear una selva sombría en la que la luz parece deformarse y el tiempo detenerse.
Serpenteando entre ellas, un recién nacido río Eo avanza hacia el Cantábrico. Será buena idea seguirlo, en un paseo en el que no me faltarán molinos y puentes, saltos de agua y con suerte algún raposo, corzo o puercoespín vislumbrado entre la espesura de la naturaleza de Lugo.
A Pintinidoira, el umbral de la montaña
Como si quisiera seguir la pista de los hayedos en Galicia, mi camino hacia las montañas me lleva a adentrarme en A Pintinidoira. Una vez más, veo como la luz se transforma ante mí, de nuevo me someto bajo el embrujo de los elegantes troncos, en un claroscuro envolvente que parece transportarme hacia otros mundos.
Un nuevo bosque, tan parecido y a la vez tan diferente. Porque aquí el río no les quita protagonismo a los árboles, tampoco abundan las construcciones humanas perturbando la quietud de la naturaleza. Y si alzamos la cabeza desde las sombras, entre las frondosas copas aparecen los vecinos Ancares, alzándose imponentes ante nosotros.
Ancares, la montaña congelada en el tiempo
La montaña me llama y hacia ella me dirijo, serpenteando por carreteras que parecen alejarme cada vez más de todo aquello que conozco, llevándome hacia un lugar… o quizás un tiempo diferente. Porque esa es la sensación que tengo, quizás el territorio sombrío de Ancares fuese en realidad un túnel del tiempo, un umbral que me ha llevado hasta una época de necesidades sencillas y contacto íntimo con la naturaleza.
En Lugo, una naturaleza agreste en un territorio de montaña y frontera, que siempre se ha definido por su aislamiento. Una tierra de picos pronunciados, profundos valles surcados por numerosos ríos y frondosos bosques en los que recientemente se han recuperado las manadas de lobos y se ha dejado ver algún ejemplar de oso pardo.
Courel, donde todo se une
A estas alturas de mi viaje he visitado lagunas y bosques, llanuras y montañas. Se podría pensar que a Lugo no le quedan bazas para sorprenderme. Pero aún me falta visitar el Courel, el lugar que lo reúne todo, maravilla natural y geológica que se convirtió hace bien poco en el primer geoparque reconocido por la Unesco en el noroeste peninsular.
Una gran reserva verde en la que tienen su representación todas las especies arbóreas de Galicia, excepto las del litoral. Un lugar para reencontrarse con los castaños y sus milenarios soutos, hayales con ejemplares de gran tamaño como el de Fonteformosa, reductos olivareros como el de Quiroga y joyas de la diversidad como las devesas de Zanfoga, Riocereixa, Romero y por supuesto A Rogueira.
Hacia esta última me dirijo, trepando por su empinada ladera en una ruta circular que me irá regalando nada menos que 21 tipos de bosques diferentes en apenas tres quilómetros cuadrados. Brezales, sotos, hayedos, abedulares… El paisaje cambia cada poco, mi cámara se vuelve loca tratando de seguir el ritmo. Y de nuevo me acuerdo de aquellos chavales que escuché en Lugo. Ojalá siguiesen mis pasos. Dudo que volvieran a considerar nuestra naturaleza aburrida.
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