Qué ver en Santiago de Compostela II

De vuelta a Compostela

 

Tamara Novoa Alonso
Fotografía: Pío García

Hoy regresé a Santiago. A sus calles de piedra mojada y resonar de campanas legendarias. Solo me acompañaba el eco de mis pasos al atravesar las callejuelas estrechas que conforman el entramado laberíntico del casco vello compostelano. Quise recorrer cada recoveco como si fuera la primera vez y descubrí lugares que nunca antes había visto. Tomé un café bajo los soportales de Rúa Nova y otra vez dejé que mis pies continuaran el camino y llegué a Carretas. La calle donde viví.

Rua Nova - Santiago

Inconscientemente vinieron a mi memoria imágenes de aquellos años de estudiante en la capital. Días de universidad que comenzaban con el sonar de la lluvia sobre el alféizar de la ventana y que continuaban con un café a medias y un croissant recién hecho mientras apuraba el paso para intentar llegar a tiempo a la facultad.

Pazo de Fonseca

Recordé horas de estudio en la Biblioteca Xeral, que se esconde en la segunda planta del Pazo de Fonseca, edificio donde nació la universidad compostelana. Mi ritual marcaba un descanso a media tarde para tomar un café en la tranquilidad de su claustro, que a pesar de estar en plena Rúa do Franco, pasa desapercibido para la mayor parte de los turistas. Y en caso de no coger sitio en la Xeral, porque en épocas de exámenes las colas se hacen dueñas de las salas de estudio, me iba a la de la facultad de Geografía e Historia, un edificio esplendoroso, de muebles tallados en madera y vitrinas donde descansan volúmenes de gran valor histórico. Siempre me pareció que estudiar en estos edificios mitigaba la pereza de ponerse ante los libros.

Las dos Marias - Santiago

Tras las largas tardes de estudio acostumbraba salir a correr a la Alameda, donde, como siempre, estaban las dos Marías, allí firmes, contemplando el mundo ante ellas. Mientras corría disfrutaba de unas vistas privilegiadas de la catedral iluminada por las luces nocturnas.

Plaza do Obradoiro

Porque Compostela es tan mágica de noche como de día. Tapas abundantes solían acompañar al corto de cerveza y a las carcajadas entre amigos; así comenzaban largas noches de fiesta en Santiago. De las tapas nos íbamos a Casa das Crechas a escuchar música en vivo y después al Albaroque o al Reixa a tomar una copa de la pócima gallega por excelencia: el licor café, ese que «nos tumba que nos mata». Toda noche que se preciara terminaba en el legendario Ruta, situado en la zona nueva de la ciudad. Y, de camino a casa, al pasar por la catedral siempre encontrabas a alguien tumbado sobre las piedras del Obradoiro. Alguien que había descubierto el espectáculo mágico que es contemplar el cielo estrellado de la noche pétrea gallega en un marco incomparable: catedral, Hostal de los Reyes Católicos, Pazo de Raxoi y Colexio de San Xerome.

Colexio de San Xerome

Un símbolo emblemático de la plaza del Obradoiro es Zapatones: ese peculiar peregrino con concha de vieira en el gorro y zapatos de desmesurado tamaño, siempre dispuesto a contarte alguna historia sobre el camino en su voz ronca de hombre resabido. Y es imposible pensar en la plaza del Obradoiro sin imaginar el sonido de la gaita de fondo. Esa gaita eterna, que siempre suena bajo el arco del Pazo de Xelmírez.

Alameda de Santiago

Con la llegada de la primavera cambiábamos las bibliotecas y salas de estudio por los jardines. La Alameda y las zonas verdes que rodeaban las facultades eran tomadas por los estudiantes y sus apuntes. Mi rincón favorito estaba en el Parque de Bonaval, en los jardines del antiguo convento de Santo Domingos, que hoy alberga el Museo do Pobo Galego. Un lugar privilegiado para subir los niveles de vitamina D, aletargados tras el largo invierno compostelano, y estudiar con vistas a la ciudad.

Plaza de Quintana - Santiago

No quise irme de Santiago sin volver a escuchar el tañer de la Berenguela en todo su esplendor, así que decidí tomarme algo en el Café dos Literatos, en la plaza de la Quintana. Siempre me gustó sentarme en esa terraza y observar a las personas que suben y bajan la gran escalinata que separa A Quintana dos Mortos de A Quintana dos Vivos. Mientras observaba, el sol se puso en Compostela.


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