A veces, mi ciudad, a pesar de la comodidad y diversiones que me ofrece, me hace sentir atrapada, y mi piso parece una lata de sardinas desde donde solo consigo oír el ruido del tráfico. A veces, incluso un parque o un monte cercano no es suficiente para escapar. A veces hace falta alejarse y perderse en algún rincón inexplorado, del que no sabías nada hasta que una vecina te dijo sorprendida: “¿Cómo? ¿No has estado nunca en la ría de Aldán?”. Pronto estoy en el coche camino a esta pequeña ría en forma de triángulo escondida en la península del Morrazo, entre Vigo y Pontevedra.
Ana Luna
Fotografía: Pío García
Comienzo con una ruta circular por el cabo Udra, en la ría de Aldán y me pierdo entre rocas sobre el mar, playas, aves marinas, tojos, brezos… y, por supuesto, vistas impresionantes de la isla de Ons y, allá a lo lejos, tras la Costa da Vela, las Cíes. Para refrescarme, visito la conocida playa de Menduíña, en la aldea del mismo nombre. Es fácil comprender por qué tiene bandera azul: parece esa playa ideal que me imagino cuando intento relajarme en medio de un atasco. Descanso mientras observo las inmensas rocas erosionadas, que parecen una especie de enormes animales marinos varados en la arena.
Como no he tenido suficiente, me dirijo a la cercana playa de Francón. Allí, rodeada de árboles, jugando con la arena fina entre mis pies, y ante unas bellas vistas de la zona de Hío, por fin consigo desconectar. Las segundas residencias cercanas a la playa me hacen pensar cómo será pasar aquí los fines de semana y veranos…
Aún hay dos playas más que deseo visitar antes de dejar la ría de Aldán. La primera es la playa de San Cibrán, también conocida como O Areíño. Está situada justo en la desembocadura del río Orxas, que vierte sus aguas en la ría, y bordeada por un paseo de madera. Me dice una mujer mayor que está allí tomando el sol que he tenido suerte: la marea está baja, y la playa es mucho más grande. Es ella la que me enseña dónde se crían los berberechos, recordándome que muchas playas no son en Galicia solo destinos turísticos, sino también un medio de vida.
Por fin llego a mi última playa, la de Areabrava en la ría de Aldán, también con bandera azul y unas dunas que le dan un aspecto salvaje y perdido. Las aguas tan claras parecen de nuevo casi irreales, como si un fotógrafo las hubiera retocado, aunque un baño en el frío Atlántico me demuestra que no es así.
Regreso a terreno conocido, al único de estos lugares que ya había visitado antes, pero al que no me canso de volver: cabo Home. Dejo para otro día la ruta de senderismo que sin duda tengo que repetir. Aunque no puedo evitar hacer algunas paradas en mi camino para disfrutar de las increíbles vistas, termino llegando a mi destino, el yacimiento arqueológico del Facho de Donón. En sus restos parecen mezclarse todas las épocas en una: los castros circulares, el posterior santuario del dios Berobreo, y hasta una garita de un puesto de vigilancia costero del siglo XVIII.
Ya no tengo más puntos marcados en el mapa. Mis ojos se dirigen hacia el faro de cabo Home, las islas, la costa y el océano, como si quisieran grabarlo todo a fuego en mi memoria. Cuando me quiero dar cuenta, llevo diez o quince minutos con la mirada perdida en el horizonte, y ya no hay trabajo, ni recados, ni prisa. Definitivamente, tengo que salir más a menudo de la ciudad.
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