El canto de sirena que lleva a la Isla de Sálvora
Si disfrutas con el inofensivo vaivén de una travesía por la ría y si tu paladar se lleva bien con el mejillón probablemente tengas que anotar la Isla de Sálvora en tu lista de próximos destinos a visitar. Me cuenta un amigo que los barcos que parten hacia la isla desde el puerto de O Grove (Pontevedra) deben llevar toda una vida navegando entre bateas. Y es que lejos de suponer una carrera de obstáculos, estas hacen de este viaje una experiencia muy atlántica y llevadera.
Lorena J.
Fotografía: Pío García
Tras una travesía de 30 minutos, uno ya puede pisar esta tierra de la Ría de Arousa y perderse, literalmente, en los laureles. También hay sauces, tojos y otra flora diversa entre la que se esconde una fauna algo tímida, con unos equinos tan escurridizos como los lagartos. Pero el personaje más representativo de la Isla de Sálvora incluida en el Parque Nacional das Illas Atlánticas tal vez sea su sirena de piedra, una escultura que da la bienvenida al visitante y cuya creación estuvo ordenada por uno de los aristócratas que fue propietario de Sálvora en el pasado.
Cuenta la leyenda que este ser mitológico enamoró a un caballero de la nobleza que pasaba por Sálvora, provocando en él unos fuertes vínculos con esta isla que hoy pertenece a la parroquia de Aguiño (Ribeira).
Folclore aparte, el gesto de todo recién llegado suele dirigirse también hacia su pazo, construido sobre el paisaje dunar de la Praia do Almacén, un arenal bautizado así ya que lo que hoy es pazo fue en sus orígenes la primera fábrica de salazón de Galicia. Al lado de este, además, una pequeña iglesia protege el lugar. Su historia no es menos curiosa: esta capilla en la que se reza a Santa Catalina funcionó hace siglos como taberna, recogiendo entre sus paredes las penas ahogadas en vino y los secretos mejor guardados de los marineros.
Tras esta primera toma de contacto, el paso por la coruñesa Isla de Sálvora debe continuar con una ruta hacia el faro (en el sur). Los visitantes inician este camino despistados, pues la tranquilidad de unos caballos que juegan al escondite entre vegetación y piedras choca con lo salvaje de un mar que, en 1921, vivió uno de los naufragios más crueles de la historia de Galicia.
Y es que, una vez alcanzada Punta Besuqueiros, de espaldas al centinela que todavía hoy trabaja en el lugar, algunos escuchan por primera vez la historia del barco Santa Isabel, que no sobrevivió a un temporal y se llevó consigo centenares de vidas.
Otras decenas de personas, en cambio, fueron rescatadas por mujeres de la Isla de Sálvora que, alertadas por el ladrido de los perros, se acercaron en pequeñas dornas a la embarcación que casi había sido engullida por el mar. Gracias a su valentía, hoy son conocidas como las heroínas de Sálvora. En el muelle de la isla, de hecho, el olor a coraje gana la partida al de las bateas grovenses.
Hacia el norte de la Isla de Sálvora, en cambio, la dulzura cede terreno al matorral, que se hace con el protagonismo del sendero hasta llegar a la zona de la aldea. Las casas derruidas, dibujadas con esa densa piedra capaz de plantar cara al mar, tienen hoy las puertas abiertas y ningún tejado que las cobije. Todavía quedan, a la vista, las herramientas que los últimos habitantes de Sálvora (que abandonaron la isla en la década de los 70) utilizaban para arar el campo.
También los hórreos se mantienen intactos e incluso un pequeño tractor vestido de óxido parece querer contarnos que este silencioso rincón de la Ría de Arousa llegó a vivir tiempos mucho más movidos.
Para la travesía de vuelta, los visitantes se dirigen de nuevo a la Praia do Almacén. Con la mujer con escamas dando la espalda, los barcos se alejan sorteando las corrientes tan bien como las bateas. El sonido de los motores, por cierto, es incapaz de competir con el del canto de sirena que lleva a la Isla de Sálvora. Allí, en la isla, los caballos que llegaron a la zona como entretenimiento para los aristócratas seguirán jugando al escondite, el alma de algún marinero despistado buscará sin suerte la antigua taberna y allí olerá siempre a heroicidad femenina.
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